Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Terrorismo informativo


A veces no sabes qué es peor, si la catástrofe en sí, o lo que cuentan de ella los medios informativos desaforados.

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Con motivo del maremoto –maremoto y no terremoto- sufrido por el nordeste del Japón el día 11 de este mes, los medios informativos españoles de toda clase y condición, han vuelto a desplegar su artillería informativa de grueso calibre para aterrorizar al personal, como es tan frecuente en ellos, sin mucho sentido de ponderación y objetividad. Lo suyo es el tremendismo en los titulares, el alarmismo, que mi mujer (q.e.p.d.), buena conocedora del paño aunque no pertenecía al gremio, calificaba con acierto de terrorismo informativo. A veces por iniciativa propia de los medios, y otras, inducidos por declaraciones desaforadas de autoridades estúpidas, como las del irresponsable comisario Europeo de Energía, que calificó la situación nipona de “apocalíptica”. Y todavía no lo han echado a patadas, aunque después haya rectificado un poquito.
 
Cierto que la central nuclear de Fukushima se ha visto afectada por ese enorme seísmo, pero a pesar de los daños registrados en sus reactores y según las informaciones procedentes de Japón, parece que la situación está siendo controlada. De momento no se conoce ninguna víctima mortal o contaminados graves por fugas de radioactividad, pero eso no impide que los ecologetas europeos verdirojos –como las sandías- hayan estallado en una de sus habituales histerias, sembrando el pánico entre los crédulos que aún les escuchan. Acaso nadie se acuerda ya del temor general a la peste porcina, o la anterior, la peste aviar, o el mal de las vacas locas, etc., propagado –el miedo- por los propios voceros –o bocazas- de la Organización Mundial de la Salud. ¿Al servicio de algunos laboratorios farmacéuticos concretos?
 
Imagine el lector si la tarascada sísmica registrada por la central nuclear de Fukushima la hubiera soportado, pongo por caso, una planta de productos químicos nocivos. Probablemente no hubiese quedado de ella ni los cimientos. Lo mismo podríamos decir de una refinería, una central térmica o una presa de agua, con las víctimas y daños consiguientes. O sea, no solamente las centrales nucleares son peligrosas.
 
Todas las energías tienen su contra indicación, como los medicamentos. Tengo entendido que la energía más limpia de todas es la hidroeléctrica, pero sus posibilidades son limitadas, y su seguridad no siempre es total. A este propósito me vienen a la memoria dos catástrofes tremendas que sucedieron en España en embalses que tenían por objeto principal la producción de electricidad. Por un lado la rotura de la presa de Vega de Tera, en Ribadelago (comarca de Sanabria, Zamora), acaecida el 9 de enero de 1959, que ocasionó 144 muertos. Por otro, el desmoronamiento de la presa de Tous (Valencia), sobre el río Júcar, el 22 de octubre de 1982, con 12 muertos y enormes daños materiales al inundar toda la Ribera valenciana, en particular Alcira y su amplia comarca.
 
En otro orden de cosas podríamos recordar también las catástrofes producidas por grandes avenidas en ríos y ramblas, en estos casos por carecer de muros u obras de contención de las avalanchas imprevistas. Sólo citaré algunas de ellas que a bote pronto he logrado recordar. La gran riada de Valencia del 14 de octubre de 1957 por el desmadre del río Turia, que originó 80 muertos y la inundación de la mitad de la capital valenciana. La riada de Puerto Lumbreras, el 19 de octubre de l973, con 83 muertos, barridos por una inmensa ola que una tormenta tremenda descargó de pronto sobre la rambla Nogalte, tan espaciosa y reseca que allí se celebraba el mercadillo semanal. Me tocó cubrir para la agencia Efe ese trágico suceso. La riada del camping de Biescas (Huesca), el 7 de agosto de 1997, donde murieron 87 personas. La inundación de los barrios más modestos de Badajoz, el 5 de noviembre de 1997. Etc. Todo ello por causas naturales que el hombre no puede impedir, porque la naturaleza sigue siendo indómita y arbitraria. Resucitar, por tanto, los fantasmas antinucleares de la guerra ideológica que no cesa, son ganas de amedrentar a la gente, cuando queda patente que la tecnología de seguridad atómica está hoy lo bastante avanzada como para resistir las pruebas naturales más adversas. Eso no significa que no puedan producirse fugas radioactivas, porque el furor del maremoto ha sido enorme, pero una cosa es que los reactores de la central afectada queden dañados y seguramente inservibles para el futuro, y otra que la situación esté fuera de todo control, como propalaron ciertas informaciones y la prensa reprodujo con grandes titulares tremendistas. A veces no sabes qué es peor, si la catástrofe en sí, o lo que cuentan de ella los medios informativos desaforados, ajenos a toda moderación y sentido de responsabilidad con sus lectores, oyentes o espectadores.
 
 
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