Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

La necesaria Liturgia dominical


La fuerte secularización hace, para algunos, insignificante la liturgia, anteponen el compromiso a la celebración.

por Cardenal Antonio Cañizares

Opinión

La semana pasada, en esta misma página, me referí a la Sagrada Biblia, Palabra de Dios, en que se sustenta la Iglesia. Hoy mi mirada se dirige a la otra mesa, la de la Liturgia, cuya cima es la Eucaristía, de la que inseparablemente se nutre y vive la Iglesia. Sólo viviendo de la Palabra de Dios y de la Liturgia, la Iglesia cumple su misión y ofrecerá y aportará lo mejor que se le puede ofrecer a la humanidad: el don y el amor que es Dios. Vivimos tiempos delicados, y en ellos la Iglesia ha de aparecer y vivir con toda la fuerza que hay en ella. Se ha minimizado mucho, demasiado, el papel de la liturgia en la vida de los cristianos. La fuerte secularización hace, para algunos, insignificante la liturgia, anteponen el compromiso a la celebración. A veces se habla muy a la ligera de ella; en no pocas ocasiones se la califica de atrayente o no atrayente por la participación, los cantos, lo «movido» de la Misa; se hacen comentarios sobre si se adapta o no a los tiempos, si se intenta volver atrás. Se habla de «reforma de la reforma». Muchas cosas. Un periodista amigo, al entrevistarme me hacía la siguiente pregunta, que, abusando de su gentileza y amistad, transcribo, como también mi respuesta: «¿Hay un retroceso en materia litúrgica? ¿Cuáles son las claves de la “reforma de la reforma’’?». «Nadie puede poner en duda que el Vaticano II ha puesto la sagrada Liturgia, con la Palabra de Dios, en el centro de la vida y misión de la Iglesia; es muy significativo, en el lenguaje de los acontecimientos por los que Dios habla, el hecho de que la Constitución Sacrosanctum Concilium fuese el primer texto aprobado; es innegable, además, que desde allí se ha producido una gran renovación litúrgica. Ahora bien, ¿se puede afirmar que todo lo que se ha hecho y hace es la renovación querida por el Concilio?¿La renovación querida e impulsada en verdad por el Concilio ha penetrado suficientemente y ha llegado a sus aspectos medulares en la vida y misión del Pueblo Dios? ¿Se puede llamar renovación conciliar y desarrollo fiel a todo lo que ha venido después? Hemos se ser humildes y sinceros: ¿la principal y gran llamada del Concilio a que la Liturgia fuese la fuente y la meta, la cima, de toda la vida cristiana, se está cumpliendo en la conciencia de todos, sacerdotes y laicos, o, al contrario, está aún muy lejos de que sea así?¿El pueblo de Dios, fieles y pastores, vive de verdad de la Liturgia, está en el centro de nuestras vidas?¿Se han enseñado y asimilado las enseñanzas conciliares, se ha mantenido una fidelidad a las mismas, o se las ha interpretado correctamente en la clave de la continuidad que pide el Papa?». «No planteo preguntas retóricas; hoy es muy necesario hacérselas. Las respuestas siempre nos volverán al mismo origen: al Concilio. Por eso, las claves por las que se me pregunta para la así llamada “reforma de la reforma” no son otras que las ya dadas por el Concilio Vaticano II en Sacrosanctum Concilium y el posterior magisterio de los Papas que indican e interpretan auténticamente sus enseñanzas, conforme a una “hermeneútica de la continuidad”». En eso estamos. Vivimos una situación dramática caracterizada por el olvido de Dios, y el vivir como si Dios no existiese; esto, como es evidente y palpable, está teniendo unas gravísimas consecuencias para los hombres. Sólo la vida litúrgica puesta en el centro de todo, sólo una renovación litúrgica en profundidad, sólo el devolver a la liturgia, singularmente a la Eucaristía, el lugar que le corresponde en la vida de la Iglesia, de los sacerdotes y fieles, tal como la Iglesia la entiende, la orienta y la regula, en fidelidad a su naturaleza y a la Tradición, podrá volvernos verdaderamente a Dios, situar a Dios en el centro, fundamento, sentido y meta de todo, y así hacer posible una humanidad nueva, hecha de hombres y mujeres nuevos que adoran a Dios abrir caminos de esperanza e iluminar el mundo con la luz y belleza de la caridad que de la liturgia brota: la liturgia nos sitúa ante Dios mismo, la acción de Dios, su amor. Sólo podremos impulsar una urgente y apremiante nueva evangelización, si la liturgia recobra el lugar que le pertenece en la vida de todos los cristianos. Es preciso reconocer que la liturgia hoy no está siendo el «alma», la fuente y la meta de la vida de muchos cristianos, fieles o sacerdotes: ¡cuánta rutina y mediocridad, cuánta trivialización y superficialidad, se nos ha metido; cuántas Misas celebradas de cualquier manera o participadas en cualquier disposición!; de ahí nuestra gran debilidad. Es muy necesario llevar a la conciencia de los fieles que la liturgia es ante todo obra de Dios, y que nada se puede anteponer a ella. Sólo Dios, la «revolución de Dios», Dios en el centro de todo, podrá renovar y cambiar el mundo. Ahí está la liturgia. Cuando se vive de verdad, cuando se entra en la verdad de la Liturgia, cuando no se queda uno en la superficie o en la exterioridad de los gestos, cuando se toma parte de verdad en el misterio que allí acontece, se entiende y testifica que sólo Dios cambia el mundo y la manera de ser y de comportarse de los hombres. Hace mucha falta una buena formación litúrgica, hace falta celebrar bien conforme al sentir de la Iglesia, hace falta colocar en el centro de la vida y misión de la Iglesia, junto con la Palabra de Dios, la Sagrada Liturgia, singularmente la Eucaristía dominical. Sin la Liturgia dominical no podemos. Ahí está el futuro
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