Viernes, 27 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Objeciones bioéticas al trasplante (II)


Los esfuerzos de la Medicina por corregir los efectos de las enfermedades, y últimamente, por modificar los genes que las causan, para evitar así sus efectos, son plenamente acordes con la dignidad de la persona y, en ese sentido, desde un punto de vista creyente, agradan a Dios.

por Agustín Losada

Opinión

Resulta sorprendente que algunos católicos renieguen de los avances conseguidos gracias a los trasplantes. Son los mismos que creen que la eutanasia es mala porque Dios lo que quiere es que suframos al máximo en “este valle de lágrimas”. Por ello, si a la hora de morir toca sufrir, agárrese uno a la cruz y sufra, ofreciendo sus padecimientos para asociarse de este modo a la obra redentora de Cristo. Y si uno padece una enfermedad, acéptela con resignación. Porque Dios no manda nada en balde, y nuestra salvación depende de someternos sumisamente a sus designios misteriosos. Como si cualquier alivio del dolor o la enfermedad fuera contrario al plan divino para con los hombres. Para estos tales, aprovechar los conocimientos que el hombre adquiere para dominar a la Naturaleza en nuestro favor resulta no solo un pecado, sino un gran atentado ecológico, que viene a descolocar el natural equilibrio de nuestro mundo.
 
Se olvida, así, un aspecto fundamental del Génesis, que en sus primeras páginas revela el mandato divino para el hombre: “Creced y multiplicaos. Llenad la tierra Y SOMETEDLA”. Es decir, que no solo es bueno mejorar las condiciones de vida en la tierra, sino que es una obligación ordenada por el mismo Dios. Además, entre los mandamientos que Yahvé dio al pueblo de Israel se encuentra el 5º: “No matarás”. El respeto a la vida implica cuidar de su conservación. Aceptando con ello que somos mortales, y que parte esencial del respeto a la dignidad de la vida humana es favorecer una muerte acorde con la dignidad de la persona. No es lo mismo la muerte que pueda padecer un animal que la de una persona. A un animal se le puede aplicar la eutanasia para evitarle sufrimientos, porque su vida no es valiosa por sí misma. A una persona no, porque por encima de sus sufrimientos, su vida tiene valor en sí misma. Por tanto, los esfuerzos de la Medicina por corregir los efectos de las enfermedades, y últimamente, por modificar los genes que las causan, para evitar así sus efectos, son plenamente acordes con la dignidad de la persona y, en ese sentido, desde un punto de vista creyente, agradan a Dios.
 
La Medicina del futuro se llama medicina regenerativa, basada en la terapia celular. Consiste en utilizar los mismos mecanismos biológicos que posibilitan el desarrollo del cuerpo humano para corregir los problemas una vez se presentan. Y de este modo, por ejemplo, regenerar una válvula cardiaca defectuosa, o posibilitar que el páncreas vuelva a segregar insulina. De momento estamos logrando que muchas personas (cuatro mil al año en España) puedan seguir viviendo gracias a los trasplantes. Lo decía el Dr. Matesanz en una entrevista concedida con motivo del premio Príncipe de Asturias logrado este año por la ONT que él dirige. Señalaba el Doctor Matesanz que en España tenemos 33-34 donantes por cada millón de habitantes. Lo cual significa que hay unas 1.500 donaciones al año para cerca de 4.000 trasplantes. De entre todos los donantes, los vivos son pocos en comparación con el total. La razón es que históricamente, la oferta de donantes cadáveres era alta. Pero al reducirse la siniestralidad por accidentes de carretera, resulta cada vez más difícil encontrar donantes cadáveres apropiados. Por otro lado, el mayor número de trasplantes que se realizan es de riñón. Cada vez hay más receptores jóvenes necesitados de trasplante renal, y lo mejor para ellos es un donante vivo. Por eso se está fomentando la donación inter vivos, que ya supone cerca de un 10% del total de donantes.

Hoy en día los avances científicos permiten el trasplante de órganos. El sueño de la Medicina es poder generarlos a partir de células madre. Aunque para esto faltan aún algunos años, sin embargo hoy ya es posible producir tejidos. Gracias, fundamentalmente a la sangre del cordón umbilical, la fuente más importante de células madre hematopoyéticas, se puede reconstruir el sistema hematológico de un paciente. Ya se han realizado en el mundo más de 20.000 trasplantes con sangre de cordón umbilical. También se utilizan estas células madre de forma aún experimental para tratar enfermedades como la parálisis cerebral o la epidermolisis bullosa. Y es posible que en breve veamos cómo se logra reactivar la fabricación de insulina, solucionando con ello el problema de los enfermos de diabetes tipo I. El futuro es muy esperanzador. Pero requiere también actuar con cautela, para evitar caer en serios problemas éticos que comprometerían la dignidad humana. Uno de ellos lo apuntaba el propio Doctor Matesanz (aunque no porque le pareciera peligroso): Se trata de que el hombre llegara a tener la capacidad de tener una fábrica de órganos. En un plazo de 10 años, según él, podemos estar cerca de semejantes avances. Y el problema es cuál será la fuente de esta “fábrica”. Porque podría ser que utilizáramos animales como medio de cultivo de tales órganos de repuesto. Pero también podríamos llegar a los extremos de ficción, donde se crearan clones de cada uno para disponer de ese modo de órganos de recambio. Un clon de una persona así creado, ¿tendría también la consideración de ser humano, o sería tan solo un simple conjunto de células vivas a las que no se podría otorgar tal título? Y si se fabricaran seres humanos sin cerebro para usar sus órganos como piezas de repuesto, ¿qué consideración merecería la creación de esos tales seres? Como se ve, el futuro a veces asusta, cuando no existen criterios morales claros que guíen el desarrollo científico. Para Matesanz, el único límite ético es que el trasplante tenga utilidad clínica y que en los resultados los problemas nunca superen a los beneficios. Yo creo que hay algunos más, como el respeto de la vida del donante y del receptor, la total gratuidad, la no comercialización y la justa asignación de los órganos.
 
Además, creo fundamental que se respete el principio de la tutela de la identidad del receptor y sus descendientes. En teoría, se pueden trasplantar prácticamente todos los órganos. Nada hay de negativo en ello. Con dos importantes excepciones, que al premio Príncipe de Asturias no parecen importar: El cerebro y las gónadas. Matesanz dice en la entrevista que no estamos lejos de poder fabricar un Frankenstein: “Si trasplantamos un cerebro a un cuerpo, en realidad estamos trasplantando un cuerpo a un cerebro, porque en él es donde está la vida. Lograrlo sería la mayor panacea de la medicina”. Yo no creo que sea lícito trasplantar el cerebro (aunque fuera posible, que hoy no lo es). Y no me parece que lograrlo fuera ninguna panacea. Ello es así porque el respeto a la dignidad de la persona exige que se respete la identidad personal del receptor y sus descendientes. Por eso no se deben trasplantar los órganos que están estructuralmente ligados al pensamiento y a la identidad biológica y procreativa de la persona.
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