Adiós, amigo Marcelino
Marcelino, tendrías que haber visto el desfile de políticos de toda clase y condición –hasta el Principe, figúrate- que han pasado por ante tu féretro, diciendo tonterías indocumentadas, en la capilla ardiente que montaron tus colegas después de los años que últimamente te tuvieron marginado.
A primeras horas de la madrugada de este jueves último, 28 de octubre de 2010, murió consumido por una larga enfermedad, Marcelino Camacho, el que fue, durante años, icono de la “lucha obrera” y dirigente máximo de Comisiones Obreras, el sindicato afín al PCE y ahora ni se sabe, siempre que llenen el pesebre con el dinero de los exprimidos contribuyentes españoles.
Con este triste pero inexorable motivo, se han dicho de Marcelino más de una bobada y no pocas inexactitudes. Entre otras que fue el fundador de CC.OO. y que dedicó su vida entera a la defensa de los derechos de los trabajadores. Bueno, es un decir, pero vayamos por partes. Marcelino fue un hombre cordial, afable, con el que se podían tener buenas relaciones aunque se discrepase de cabo a rabo de la ideología que encarnaba, como fue mi caso. Él no fundó CC.OO. como se dice, sino que se aprovechó de la marca creada por otros –muy propio de los peceros, apropiarse de los esfuerzos ajenos-, para organizar un sindicato de orientación comunista al modo de la CGT francesa.
A Marcelino, después de una serie de años de exilio anónimo en Argelia, la cúpula del PCE (Santiago Carrillo, Pasionaria, etc.), lo remitió a España para que se infiltrara en la Organización Sindical de aquel régimen, a la espera de alzarse con el santo y la limosna, en cuanto se presentara la ocasión de heredarla entera y verdadera, con el pretexto de la sacrosanta “unidad obrera”. Algo así hizo Cunhal en Portugal con las corporaciones de Oliveira Salazar. El proyecto no era descabellado, dado que no existía ninguna otra fuerza que, llegado el caso, pudiera disputarle el botín, salvo..., salvo algunos sectores cristianos surgidos principalmente de la JOC y la HOAC. Y en eso me encontraba yo con mando en plaza, de ahí mi compadreo con Marcelino. De la UGT no había más que alguna pequeñísima muestra, como Nicolás Redondo en Bilbao, y un tal Garrido, camisero y también bilbaíno de origen aunque afincado en Madrid, padre de un cantante llamado Alfredo, de buena voz y mejor planta, como recordarán las más viejas del lugar, que se traía su aquel con la presentadora de TVE, Marisa Medina. Por lo demás, UGT estaba missing.
Marcelino llegó a España, en los inicios de los años sesenta, amparado por Joaquín Ruiz Giménez, que lo colocó en la fábrica de motores Perkins, de la que era consejero, supongo que en representación de los dominicos, en cuyo capital tenían una importante participación. El angelical Ruiz Jiménez era cuñado del padre Aguilar OP, que entonces tenía vara alta en su orden. Con Marcelino vino también desde Francia su escudero, Julián Ariza, que también entró en Perkins, pero no procedía del exilio político, sino de la emigración laboral, aunque nunca logré saber en dónde y en qué había trabajado en el país de los gabachos. Ariza venía de círculos clericales en los que estaba metida su mujer. Se sacrificó totalmente por el marido, llagando incluso a sufrir un atropello de coche cuando iba o venía de llevar ropa limpia y unas viandas extra a Julián, recluido en la cárcel de Carabanchel. Cuando cambiaron las cosas y el escudero se convirtió en jerifalte sindical, dijo ahí te quedas a su abnegada y santa esposa, que si mal no recuerdo se llamaba Carmen, y espero y deseo que siga llamándose como en realidad se llame. En este relato acaso falle algún detalle, porque hablo de pura memoria y han pasado muchos años desde aquellos tiempos, tanto que incluso se nos ha muerto Marcelino.
A Marcelino en realidad, no le preocupaban mayormente los trabajadores, sus derechos y esas cosas, sino que, como comunista de estricta observancia desde muy joven, lo que él ambicionaba era el triunfo de la hoz y el martillo, a cuya causa dedicó toda su vida, con una lealtad y perseverancia que le honraba, exponiendo con frecuencia su seguridad y libertad personales. Pero al comunismo nunca les ha preocupado la suerte de los trabajadores, sino que haciéndose pasar por su defensor en la fraudulenta y guerracivilista lucha de clases, los utilizó como fuerza de choque en su pertinaz guerra de aniquilación de los “otros”. Ha sido siempre una cuestión de lucha por el poder en su objetivo de imponer, por las buenas o por las malas, más bien lo segundo, la “dictadura del proletariado”, que a la postre siempre devine en la dictadura de un tirano.
Y en cuando a la creación de comisiones obreras (sin mayúsculas), hay que remontarse a los tiempos bastante revueltos, sobre todo en el País Vasco y Asturias en el ámbito laboral, de los años sesenta. Con frecuencia se suscitaban huelgas, por supuesto ilegales, que alteraban el ambiente social. Para dialogar con las autoridades políticas, al objeto de solucionar el conflicto, los trabajadores en huelga solían constituir “comisiones obreras” al margen de la representación sindical oficial, generalmente fraguadas en las sacristías de la mano de los militantes de la HOAC y la JOC, muy activos en aquellas zonas. No digo que entre los componentes de alguna que otra comisión, no hubiese comunistas, que ya entonces empezaban a desarrollar una notable labor de zapa, pero el peso de la acción estaba en manos de trabajadores cristianos. De esa manera, la marca de “comisiones obreras”, comenzó a tener un gran prestigio, y algunas adquirieron carácter permanente, como la comisión de los “trece apóstoles” del actor del Metal de Madrid, donde figuraban Marcelino y Ariza, y dos representantes de la FST (Federación Sindical de Trabajadores), el sindicato que yo dirigía: Juan Madrid, de la Bressel, y Aldegúndez, que ahora no recuerdo en qué empresa trabajaba. El PCE, viendo el prestigio que habían alcanzado las “comisiones obrera”, acabó quedándose con ellas, olvidándose del objetivo ya en aquella época inviable, de heredar en bloque los sindicatos verticales de Solís.
Para terminar, Marcelino, tendrías que haber visto el desfile de políticos de toda clase y condición –hasta el Principe, figúrate- que han pasado por ante tu féretro, diciendo tonterías indocumentadas, en la capilla ardiente que montaron tus colegas después de los años que últimamente te tuvieron marginado, como un trasto viejo e inútil. Yo no he participado en ese desfile hipócrita y fariseo. Prefiero encargarle una misa a mi párroco por tu eterno descanso, a la que pienso invitar a tus socios de Izquierda Unida del pueblo donde vivo, por si quieren adherirse al acto. Bueno, nunca se sabe.
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