El nuevo gobierno me da miedo
Si yo fuera ZP, me cuidaría mucho de que Bruto, su propio hijo adoptivo, pudiera apuñalar de nuevo a Julio César. Temo de veras a este hombre. El tiempo dirá si tenía motivos o no para alimentar ese temor.
No es que el gobierno anterior estuviera integrado por monjas de la Caridad y hermanos de San Juan de Dios, que no tuvo escrúpulo alguno en proponer la nueva ley del aborto, abiertamente genocida, favorecer la desintegración de España y provocar, con su incapacidad, el terrible drama del paro, que no hace más que aumentar, sino que a la continuación de buena parte de sus anteriores ministros, con toda su ineficacia y sectarismo, añade la promoción al papel de gran timonel adjunto, de superministro con vicemando en todo, al gestor del temible ojo del Gran Hermano informático que atiende por el nombre de Sitel.
Este es el hombre, cuya inteligencia no hay que desdeñar, aunque pueda discutirse severamente el uso que hace de ella, el que apareció en pantalla el día de reflexión de las elecciones generales del 14-M de 2004, saltándose a la torera todas las normas y limitaciones que impone la ley en semejante jornada, para aprovecharse miserablemente de la tremenda matanza terrorista de dos días antes. El mismo que ejercía de portavoz del gobierno del GAL. El mismo que manda detener a bombo y platillo, con cámaras de televisión incluidas, a sus enemigos políticos acusados, con razón o sin ella, de presuntos delitos que tendrán que juzgarse cuando se juzgan si es que se juzgan, pero entre tanto ya han sido paseados ante todo el país, con el sambenito a cuestas. El mismo que nos tiene metidos a todos los españoles en la cámara oscura de Sitel, como en los peores tiempos de los ficheros de la Brigada Político-Social. A mí un personaje malvado de cuyo nombre no quiero acordarme, me denunció en Valencia a la policía en los años sesenta como peligroso comunista, y no hubo manera de restablecer la verdad hasta que cambió la situación política. No es que no conspirase, sin embargo nunca fui comunista ¡Dios me libre!, ni submarino de nada contra la Iglesia y la jerarquía. Pero aquellos polis confeccionaban las fichas de sospechosos a mano, mediante procedimientos totalmente artesanos, con el trabajo que ello suponía. Ahora, en cambio, es todo automático. Lo que hablamos por teléfono, los “emilios” que mandamos o recibimos por Internet, lo que escribimos o decimos en público, y lo que hacemos en privado, sea santo o pecador. Estamos todos, absolutamente todos, metidos en ese saco infernal. Tengo pruebas personales de ello. El supuesto Estado de Derecho es una pantomima para alimento de besugos.
Este es el hombre que algo debe saber del chivatazo del bar Faisán, el que dispone la excarcelación de sanguinarios etarras que dicen que están arrepentidos, aunque ninguno de ellos haya hecho declaración solemne de condena de ETA; al que De Juana Chaos se le escapa tranquilamente al gorilato –como lo llama Federico- vía Irlanda, y el que, en vísperas electorales, tal vez quiera vendernos la burra ciega de que los etarras y sus compinches se han hecho vegetarianos y seguidores acérrimos del pacífico obispo Munilla.
Este es el hombre que hizo lo que hizo para que ZP alcanzara el poder tras el mayor atentado terrorista de la historia de España, cuyos orígenes y autores “intelectuales” están muy lejos de haber sido aclarados, el hombre cuya capacidad de maniobra no tiene límites, etc. Entonces, ¿qué podemos esperar que haga para impedir que el electorado prive a los suyos, y a él en primer término, de las mieles del poder? ¡Cualquiera sabe! Aunque si yo fuera ZP, me cuidaría mucho de que Bruto, su propio hijo adoptivo, pudiera apuñalar de nuevo a Julio César. Temo de veras a este hombre. El tiempo dirá si tenía motivos o no para alimentar ese temor.
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