Ofensiva masónica en el Cono Sur
¿A quién interesa el mal llamado «matrimonio» entre iguales? A una minoría insignificante, que solucionarían perfectamente sus necesidades jurídicas de emparejamiento mediante una norma civil. Pero, no, tienen que llamarse por... bemoles, matrimonio».
A juzgar por las noticias recientes que llegan de Argentina y Brasil, los masones han puesto en marcha una ofensiva general para imponer en la sociedad de los países del Cono Sur, los objetivos que ahora la fraternidad del mandil tiene puesto todo su empeño: «matrimonio» homosexual, aborto, etc., con apoyo de los organismos de «planificación familiar» de la ONU, gran madriguera de abortistas regida por masones.
Desde su emancipación colonial, toda el área de habla hispano-portuguesa estuvo muy trabajada por la masonería. «Hijos de la viuda» fueron todos los libertadores, desde Simón Bolívar hasta el llamado «doctor» Francia –doctor en teología, aunque no llegó a cantar misa- dictador del actual Paraguay, pasando por San Martín, Alvar, Belgrano (Argentina), Artigas (Uruguay), O’Higgins (Chile), Sucre (Bolivia), los curas Hidalgo, Morelos y Matamoros (México), etc., todos ellos pertenecientes, al menos los de Sudamérica, a la logia Lautaro, y apoyados por el dinero, armas y pertrechos que facilitaba la masonería anglo-americana. El país más masonizado ha sido, de siempre, Uruguay, del que conozco una anécdota particularmente curiosa. En cierta ocasión en que Pío XII publicó una encíclica, cuyo título no recuerdo, un periódico radicalote de Montevideo dio la noticia en los siguientes términos: «el señor Pacelli, en una carta circular dirigida a sus correligionarios, dice...».
Yo no sé si los actuales mandarines de Argentina y Brasil, respectivamente Cristina Fernández de Kirchner y su queridísimo esposo y antecesor, el «Dioni de la Pampa», que llamaba el «malvado» Federico Jiménez Lozanitos, y Luiz Inácio Lula da Silva, llevan mandil o no, pero desde luego siguen las pautas que dictan las covachuelas de la «santa hermandad». Doña Cristina «me quiere gobernar», ha tenido la virtud de introducir un elemento de discordia y división en la flagelada sociedad argentina, con la propuesta del «matrimonio» homosexual, aprobada al final por las cámaras legislativas. Cuestión de vital importancia, como es sabido, para la salvación de la maltrecha economía de la gran nación del Cono Sur, otrora próspera y seductora, arruinada por el peronismo y sus sindicatos mafiosos. Pero, ¿a quién interesa el mal llamado «matrimonio» entre iguales? A una minoría insignificante, que solucionarían perfectamente sus necesidades jurídicas de emparejamiento mediante una norma civil. Pero, no, tienen que llamarse por... bemoles, matrimonio, para enturbiar y desmerecer el matrimonio real entre hombre y mujer desde que el mundo empezó a humanizarse. Un colega amigo mío de Valencia, contaba que en cierta ocasión se presentaron a casarse dos del mismo género ante el oficiante de oficio, y al advertir la indefinición del papel que cada uno de los contrayentes iba a ejercer, salió del trance con esta fórmula: «os declaro marido y mujer, o viceversa». Seguramente la anécdota es falsa de toda falsedad, pero no deja de tener su chispa. Otro viejo amigo mío y asimismo colega, Eulogio López, fundador y director del periódico digital «Hispanidad», llama, con acierto, «homomonio», al pastel supuestamente matrimonial de dos individuos de la misma condición, un hecho imposible según la naturaleza, por mucho que lo afirmen las leyes disparatadas impuestas por la progresía.
Por su parte, el antiguo sindicalero Lula da Silva, parece dispuesto a embarcarse en una cruzada continental, para despenalizar el aborto en toda América Latina, según informaba días atrás este medio digital. El aborto libre es el gran objetivo de la masonería mundial, con el pretexto de que hay que frenar como sea el aumento de la población, con la excusa de que somos muchos en este mundo. Pero ya que somos demasiados, según estos benefactores de la Humanidad, que empiecen dando ejemplo apeándose del tren de la vida. Así serían mucho más creíbles, y de paso nos quitaríamos de en medio a no pocos agentes del Imperio de las tinieblas. ¿Me pongo a dar nombres, aunque sólo sea de batuecos, o mejor dejarlo así? Como decía Cantinflas en una de sus disparatadas películas, «no digo quién es, pero lo estoy mirando». Pues eso.
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