Infancia Misionera y el cuidado de niños venezolanos refugiados: «Dios no se olvida de nadie»
Este próximo domingo 16 de enero se celebra la Jornada de Infancia Misionera y en la presentación han participado José María Calderón, director de Obras Misionales Pontificias en España, y la misionera Sofía Quintans, franciscana misionera de la Madre del Divino Pastor en Brasil, que habló de los miles de menores refugiados venezolanos que son ayudados y auxiliados por los misioneros.
De este modo, el padre Calderón recordó en primer lugar que “Infancia Misionera no es una ONG que hace cosas bonitas para niños, es la herramienta de la Iglesia para que los territorios de misión cuenten con medios para atender a los niños en las misiones”.
Esta iniciativa fue pionera en la defensa de los niños: se adelantó 80 años a la Declaración de Ginebra de los Derechos del Niño. Como ha comentado José María, “la Iglesia va por delante, la atención a los niños ha sido siempre muy importante”.
El director de OMP España señaló que gracias a los fondos recaudados por Infancia Misionera –en su mayoría procedentes de donativos de niños-, se pueden apoyar proyectos de evangelización, educación y salud dirigidos a los más pequeños y sus madres, para que puedan nacer, crecer con dignidad, comer, estudiar… Desde España, Infancia Misionera envió en 2021 1,9 millones de euros que llegaron a más de 300.000 niños en 34 países. “Para muchos niños, el único sitio donde encuentran un hogar es la Iglesia”, añadió..
Por su parte, la misionera Sofía Quintans relató cómo la Iglesia acompaña a los refugiados venezolanos que llegan a Brasil, muchos de ellos niños. Esta franciscana misionera de la Madre del Divino Pastor lleva 3 años en Boa Vista, en la “Operación Acogida” que responde a la emergencia humanitaria.
En coordinación con el Estado, la ONU y varias ONG, la Iglesia Católica acompaña a estas personas en los campos de refugiados, conocidos como “abrigos”: en Boa Vista hay 13 campos, con 700-1.000 personas cada uno.
En ellos acogen de forma temporal a los refugiados para que puedan insertarse en la vida normal. “Los venezolanos traen una mochila cargada de muchísimo sufrimiento”, ha explicado la misionera, quien ha hecho especial hincapié en el desconsuelo de los niños. “Les pesa mucho la situación de estrés de sus padres, son esponjas”. Quintans ha explicado que estos niños viven “infancias robadas”, y que “quieren jugar pero no pueden”. Por ello, se intenta crear para ellos espacios seguros para que puedan seguir jugando y aprendiendo.
Las cosas no son fáciles. La misionera ha contado la historia de Michelle, una niña que quería estudiar, pero no podía porque tenía que trabajar en un semáforo. Sin embargo, también hay esperanza: Iscar, una niña que llegó sola con 16 años, ha podido graduarse para empezar una nueva vida y perdonar a su hermano que la maltrataba. “Para nosotros no son un número, el ser humano está en el centro, Dios no se olvida de nadie”.
A la trata de niños, robo de bebés para trasplantes de órganos, explotación sexual; ahora se ha sumado la pandemia. Tras el cierre de fronteras por el COVID, los venezolanos siguieron pasando de forma ilegal, agravando las situaciones de injusticia, y es muy difícil poder documentarles y acogerles. Sin embargo, tal como ha explicado la misionera, el coronavirus en sí es un problema más. “La gente llega con tuberculosis, desnutrida…Hay tantas situaciones que el COVID es algo más, tengo más miedo a otras cosas”.