Moris Polanco y Carroll Rios de Rodríguez, del Instituto Fe y Libertad, responden
¿Es compatible el Evangelio con el libre mercado? ¿Y con el socialismo? Dos expertos responden
¿Las políticas de colectivización de origen marxista son más cristianas que las que plantea el libre mercado? ¿Fue la Escuela de Salamanca, formada por religiosos católicos, los precursores del liberalismo moderno? ¿Qué aporta la Doctrina Social de la Iglesia al debate entre la libertad y la economía? Estos interrogantes y algunos más han sido contestados por Moris Polanco, editor de la revista Fe y Libertad, del Instituto Fe y Libertad de Guatemala; y por Carroll Rios de Rodríguez, economista, perteneciente a la misma institución, a esta entrevista de Religión en Libertad.
- En la última crisis financiera que sufrimos, muchos analistas apuntaron a la coincidencia de dos pecados: mentira y codicia, como instrumentos imprescindibles para que el mundo financiero trastocara todos las reglas de juego y globalizara sus quiebras. ¿Cómo se podría evitar, desde la Doctrina Social de la Iglesia, una situación parecida?
- Carroll Rios de Rodríguez: La crisis financiera del 2008 y 2009 sacó a relucir la conducta de corredores de bolsa poco escrupulosos y codiciosos. También salieron a relucir las mentiras de algunas empresas sobre su salud financiera. No obstante, la mentira y la codicia no son instrumentos imprescindibles para que funcione el mundo financiero. De hecho, hubo bancos y entidades financieras que no jugaron el juego arriesgado e inmoral. Los riesgos extremos que asumieron algunas empresas fueron en parte resultado de las regulaciones y no solo de fuerzas del mercado. Fue la regulación federal la que provocó la burbuja inmobiliaria que hizo que tanta gente se endeudara excesivamente para adquirir una casa. La promesa de rescatar a bancos o empresas de la quiebra, porque se les considera “demasiado grandes para fallar”, también impulsó a sus directivos a manejar las empresas de forma irresponsable. Es preciso ver con claridad la culpa que debe cargarse a la intervención estatal en la crisis financiera para generar políticas o recomendaciones que promuevan conductas más sensatas. Podría ser de mayor beneficio que una empresa mal manejada quebrara y sufriera las consecuencias de las malas decisiones que tomaron sus ejecutivos, por ejemplo. La otra cara de la moneda de la libertad es la responsabilidad, y aquí parece que se exoneró a los verdaderos culpables de padecer en carne propia los efectos negativos de sus decisiones.
- Durante mucho tiempo parecía que era difícil conciliar la economía de libre mercado con el Evangelio. ¿Qué documentos de la Iglesia católica fueron los que armonizaron estos dos conceptos?
- Carroll Rios de Rodríguez: Muchos cristianos siguen pensando que deben suscribir nociones socialistas para ser coherentes con su religión. Sobre todo en América Latina, donde caló hondo la Teología de la Liberación, algunos cristianos consideran que la opción preferencial por los pobres exige favorecer una revolución violenta de corte marxista o socialista, que rompa con “estructuras capitalistas” explotadoras, para así redistribuir la riqueza hacia los oprimidos y marginados. Nos pintaron un mundo tal que la única postura “justa” era la de acompañar al oprimido. Esa convicción llevó a católicos nicaragüenses a apoyar la revolución sandinista en 1979, por ejemplo. Algunos empuñaron armas y otros brindaron apoyo político. En la revolución sandinista jugaron un rol protagonista algunos sacerdotes como los hermanos Cardenal. El Cardenal Joseph Ratzinger, luego Papa Benedicto XVI, rebatió estas ideas en dos documentos publicados por la Congregación para la doctrina de la fe en 1984 y 1986. Tanto Benedicto XVI como san Juan Pablo II (Karol Wojtyla) conocieron de primera mano los estragos del totalitarismo comunista y del fascismo nazi. Sabían, por experiencia, que al reducir la libertad económica y política de las personas, se desvanece también la libertad religiosa. Sabían que la abolición de la propiedad privada y de la economía de mercado acarrea pobreza, no bienestar.
Carroll Rios de Rodríguez, del Instituto Fe y Libertad
En el centenario de la RerumNovarum, la encíclica emblemática de la doctrina social de la Iglesia, san Juan Pablo II publica la encíclica Centesimus Annus, donde subraya con claridad cuál debe ser la postura de un cristiano frente al capitalismo:
"42. Volviendo ahora a la pregunta inicial, ¿se puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea el capitalismo, y que hacia él estén dirigidos los esfuerzos de los países que tratan de reconstruir su economía y su sociedad? ¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil?
»La respuesta obviamente es compleja. Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de «economía de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre». Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa.”
En realidad, ni san Juan Pablo II ni Benedicto XVI “inventaron” esta postura, pues encíclicas anteriores, y el cúmulo de la doctrina social de la Iglesia, recogen múltiples referencias a la libertad de la persona, defienden la propiedad privada y la libertad de asociación, y advierten a los cristianos que el marxismo ateo y materialista es incompatible con nuestra fe.
- ¿La Escuela de Salamanca fue la precursora de la economía de mercado?
- Carroll Rios de Rodríguez: La Escuela de Salamanca fue precursora de la economía de mercado en la medida en que estudiaron distintos aspectos de la vida económica. Su forma de observar la vida cotidiana, y dimensionar la importancia de la propiedad privada, del dinero, de las tasas de interés, del comercio, y muchos otros aspectos económicos, es francamente sorprendente. Los escolásticos tardíos tuvieron la discusión sobre el valor subjetivo y objetivo de las cosas, sobre cómo se forman los precios, y sobre los beneficios del intercambio, mucho antes de que Adam Smith escribiera La Riqueza de las Naciones.
- ¿Qué aportaron Francisco de Vitoria, Diego de Covarrubias, Martín de Azpilcueta o Juan de Mariana, todos ellos eclesiásticos, al reflexionar sobre la libertad y la economía?
- Carroll Rios de Rodríguez: A Francisco de Vitoria le debemos muchos discernimientos clave, pero cabe mencionar su defensa de los derechos de los indios. Reconoce que los indios tenían una organización política y social antes de la llegada de los españoles. Las personas, indistintamente de su raza o educación, tienen derechos naturales y merecen un trato digno. Diego de Covarrubias avanzó nuestro conocimiento de las leyes del mercado; Martín de Azpilcueta se adelanta a su época en el tratamiento de temas como el precio justo, la teoría del valor y la escasez, y hasta la noción de que las personas poseemos una preferencia temporal por los bienes; se cree que desarrolló las primeras teorías monetarias. Juan de Mariana valientemente escribió que el poder de los reyes debe ser limitado, al punto que no puede cobrar todos los impuestos que se le apetecen, pues los bienes que adquiere mediante la exigencia de la tributación no le pertenecen a la corona.
Moris Polanco: Me parece pertinente señalar que todos estos aportes los hacían los escolásticos tardíos desde la perspectiva de la teología moral, no desde un punto de vista utilitarista o de eficacia. La principal preocupación de ellos era la justicia en las transacciones comerciales y en los contratos, no «la riqueza de las naciones», como será un siglo más adelante, con Adam Smith. Para los salmantiences, la economía debía estar regida por la moral; la Ilustración escocesa, en cambio, empezó a ver la economía como un mundo autónomo, con sus propias leyes, que el economista —a imitación de los físicos y astrónomos— solo debería describir. Es discutible si los doctores de Salamanca estarían de acuerdo con el lema «Laissez-faire, laissez-paser, le monde va de lui même!»
- ¿Qué decisiones morales debe tener en cuenta un político a la hora de gestionar la economía de una nación?
- Carroll Rios de Rodríguez: Los políticos tienden a entender poco de cómo funciona el mercado libre y, además, suelen enfrentar incentivos para obrar en detrimento de la libertad económica. Tienen la tentación de regular e intervenir los mercados. Las personas les piden que provean servicios y bienes gubernamentales a precios subsidiados. Suelen actuar como si los bienes y servicios fueran gratis o abundantes. Además, los políticos consideran que pueden controlar las cosas y planificar centralmente, que poseen la información necesaria para tomar decisiones acertadas. Sería maravilloso que un gobernante fuera lo suficientemente humilde para reconocer que la economía de mercado es un asombroso, dinámico y cambiante ecosistema. Este ecosistema es producto de millares de decisiones descentralizadas, y por eso no puede ser recreado ni mejorado, necesariamente, con regulaciones e intervenciones especiales. El mercado sí necesita del Estado de Derecho—reglas claras que protejan derechos y pongan límites a lo que podemos hacer al prójimo—pero sobre todo necesita ser respetado para que los resultados, producto de las decisiones libres de los partícipes en el mercado, sean óptimos.
- La presencia cada vez apabullante de macro-empresas como Facebook, Microsoft, Google, Amazon… además de convertirse, de facto, en un verdadero Gobierno Mundial, con capacidad de imponer lo que hay que pensar, ¿no es acaso un peligro para la libre competencia en sus sectores?
- Carroll Rios de Rodríguez: Para evitar que una empresa se constituya en un monopolio poderoso es necesario garantizar la libertad de entrada al mercado a otras empresas que ofrecen bienes y servicios similares o iguales. Si las macro-empresas enfrentan competencia o la amenaza de la competencia, no se comportarán como un gobierno. Por grandes y multinacionales que sean, las empresas no emplean la fuerza coercitiva para imponerse, al menos de que gocen de privilegios o protecciones artificiales que les otorgan los gobiernos, en cuyo caso la economía se convierte en una economía de amiguetes (cronycapitalism). De lo contrario, deben ganarse a los consumidores ofreciendo productos de alta calidad a buen precio, y deben siempre estar atentos a servirnos cada vez mejor. El ritmo al cual avanzan las innovaciones tecnológicas es acelerado; el mismo dinamismo tecnológico y económico es una fuerza a favor de los consumidores y de la libertad. En contraposición, las pretensiones de regular la actividad económica a través de un gobierno supranacional no solo crearía oportunidades para la búsqueda de rentas y la corrupción, sino que reduciría cuotas de libertad personal.
- El papel del Estado en las sociedades modernas cada vez es más grande y parece que no encuentra límites. En muchos países la iniciativa de la sociedad está cada vez más limitada. ¿Cuáles son los países que pudieran considerarse modélicos en cuanto a la mínima injerencia del Estado en la sociedad o, por su políticas de subsidiaridad?
- Carroll Rios de Rodríguez: Es cierto que los gobiernos tienden a aumentar en tamaño y presupuesto, y no solo por culpa de los políticos, sino también porque los votantes y gobernados hemos trasladado a los gobiernos todo tipo de funciones y atribuciones que antes eran desempeñadas por individuos o por grupos de personas voluntariamente organizadas. Por ejemplo, antes las iglesias tenían hospitales, orfanatos y escuelas; hoy, los gobiernos manejan dichas instituciones y la opinión pública espera que lo hagan, y con el tiempo se desplaza o incluso se ponen barreras a los oferentes de servicios privados. Hace mucho que los gobiernos modernos olvidaron el principio de la subsidiariedad, según el cual las personas, las familias y las agrupaciones sociales deben hacer por sí mismas todo lo que puedan, y solamente cuando la tarea rebasa las capacidades de estos entes locales, puede o debe intervenir el gobierno municipal. El gobierno central o federal debe ser un recurso de última instancia. Siguiendo esta lógica, pareciera que los países mejor gobernados son aquellos que tienen un gobierno central con pocas o delimitadas atribuciones, y que tienen gobiernos locales fuertes que responden a la voluntad de los gobernados. Suiza, con su federalismo y organización cantonal, podría ser un buen ejemplo.
Naturalmente, la subsidiariedad se vive mejor en los países pequeños con poblaciones homogéneas, en comparación con los países con territorio extenso, densidades poblacionales altas, y rasgos multiculturales, pues en estos escenarios son altos los costos de transacción de llegar a acuerdos, y usualmente no se satisfacen las preferencias disímiles de los ciudadanos. Debemos poner atención al éxito que alcanzan ciudades-estado como Hong Kong, las “ciudades libres”, ejercicios como Liberland y otros experimentos que buscan construir instituciones sociales fuertes con gobiernos limitados.
Otra solución para evitar el crecimiento del tamaño y de las atribuciones del gobierno es una constitución. Una constitución vivida, que recoja las reglas informales de la sociedad, que plasme principios generales, abstractos y universales, y que se haga valer. Tal constitución tenderá a limitar el abuso del poder por parte de los gobernantes de turno, y a recordar a los gobernantes sobre el principio de subsidiariedad. El arreglo social del Reino Unido y la intención de los Padres Fundadores de Estados Unidos se ajusta a esta concepción de la constitución. Muy importante dentro de tales arreglos constitucionales son las reglas para impedir que los gobiernos gasten a manos abiertas, echen a andar la maquinita inflacionaria, o endeuden a las generaciones venideras. Los límites al gasto público son esenciales si hemos de recuperar el modelo de gobierno limitado y responsable. La revolución bolivariana de Hugo Chávez se financió con arcas repletas de los ingresos que generaba la venta de petróleo, por ejemplo. Solo se puede frenar el crecimiento desbocado de los gobiernos si reconocen que el gasto público es pagado por tributarios a quienes deben rendir cuentas y servicios.
Moris Polanco
- Si hay un termómetro que midiera la falta de libertad en el campo económico, ¿qué países estarían arriba en ese ránking?
- Carroll Rios de Rodríguez: Existen por lo menos dos termómetros que miden la libertad económica en el mundo: el Índice de Libertad Económica producido por la Fundación Heritage y el Wall Street Journal desde 1995, y la medición de la libertad económica en el mundo que genera el Fraser Institute de Canadá. Otros índices que miden transparencia, democracia, institucionalidad, desarrollo humano, libertad de prensa y más, complementan estos dos esfuerzos. El Fraser Institute otorga las mejores puntuaciones a Hong Kong, Singapur, Nueva Zelanda, Suiza e Irlanda. Nótese que si bien Hong Kong y Singapur no son conocidas por tener democracias participativas y abiertas, sino por tener gobiernos de corte más bien autoritario, en materia económica sí admiten marcos institucionales que permiten a las personas innovar, invertir y crecer con libertad. En esos países hay estado de derecho, propiedad privada y estabilidad. Los menos libres son la República del Congo, la República del África Central y Venezuela, donde los gobiernos ensayan la planificación económica centralizada y cierran las puertas a la libertad económica. El índice de Heritage y el Banco Mundial coloca en los primeros cinco lugares a Hong Kong, Singapur, Nueva Zelanda, Suiza y Australia (Irlanda queda en sexto lugar). Los países con menos libertad económica son la República del Congo, Cuba, Venezuela y Corea del Norte. Estos índices nos permiten conocer los resultados que podrían cosechar nuestros países si confiaran más en los ciudadanos y ampliaran las cuotas de libertad. También nos permiten anticipar los efectos nefastos del totalitarismo, el socialismo del siglo XXI, y cualquier otro modelo económico que restringe la libertad económica.
- ¿Qué diferencias hay entre lo que podríamos denominar capitalismo salvaje y la economía de libre mercado?
- Carroll Rios de Rodríguez: En algunos documentos eclesiásticos se condena el capitalismo salvaje. Juan Pablo II dio a entender que el capitalismo salvaje es un sistema económico desbocado, sin límites impuestos por el gobierno. Es un “tobogán” sin freno. Economistas como Bernardo Kliksberg, asesor de gobiernos y de entidades de la Organización de Naciones Unidas, dice que el capitalismo salvaje “controla el mercado”. Funciona a través de multinacionales que operan en condiciones de monopolio y producen desigualdades notorias entre ricos y pobres, ensanchando la brecha en el ingreso. También se achacan al capitalismo salvaje otras características indeseables, como por ejemplo que es un entorno materialista, ateo y poblado por personas desalmadas y egoístas que no se interesan en nada más que en su propio bienestar.
No existe el capitalismo salvaje en la práctica, ni siquiera al nivel global, pues no existe una economía libre de regulaciones. Los monopolios se dan en la vida real primordialmente mediante barreras artificiales creadas por el gobierno para proteger a una empresa favorita de la potencial competencia que pueda generar otra empresa. No existe ni un capitalismo salvaje ni una economía perfectamente libre en la práctica.
La economía de mercado libre dista mucho de la caricatura del capitalismo salvaje, porque no por gozar de libertad las personas se desinteresan por el prójimo. Al contrario, la única forma de alcanzar el éxito empresarial es sirviendo al prójimo, proveyendo servicios y bienes para los cuales existe una demanda. La libertad de mercado recompensa al que tiene la capacidad de anticiparse a las necesidades ajenas, y a las personas laboriosas, puntuales, honradas y poseedoras de otras virtudes. El comercio fructifica en un ambiente de paz y cooperación: el comercio hermana a personas que pudieran ser enemigos políticos. Por ejemplo, es sabido que israelíes y palestinos comercian sin problemas y se relacionan cordialmente porque uno tiene algo de valor que ofrecer al otro.
La famosa frase de Adam Smith sobre la motivación del carnicero es veraz: no dependemos de la buena voluntad del carnicero para obtener la carne de nuestra preferencia. El carnicero no tiene que conocer a sus clientes para servirles bien. Puede ser engreído, desagradable o egoísta y aun así proveer un servicio de calidad a buen precio. Indistintamente de su personalidad, temperamento o motivación ulterior, el carnicero está pendiente de los cortes más apetecidos por su clientela, y continuamente intenta mejorar su atención al comprador. Si bien el carnicero no tiene que obrar expresamente por un motivo generoso, tampoco es necesario para que el mercado funcione que sea un avaro desalmado que nos desea el mal. La clave para comprender el mercado libre es que es un juego de gana-gana: gana el carnicero y gana el comprador. No se aprovecha uno del otro, no coacciona el uno al otro, sino que las transacciones ocurren en libertad, sin violencia, y de forma voluntaria. Este escenario de gana-gana tiene poco que pudiera objetársele desde una perspectiva cristiana.
- Usted, Morris Polanco, ha fundado con otras personalidades del mundo de la empresa y la universidad una revista: Fe y Libertad, que pertenece al Instituto Fe y Libertad. ¿Qué objetivos pretende con esta nueva publicación?
- Morris Polanco: La revista Fe y Libertad es una iniciativa conjunta de nuestro instituto. El primer número se ha publicado en enero, y estamos preparando el segundo, para julio, como corresponde a una revista semestral. Los números son monográficos. El primero está dedicado al tema «capitalismo y virtud»; el segundo, a las relaciones entre «ciencia, razón y fe», y ya tenemos algunos artículos para el tercero, que tratará sobre «Estado laico y libertad de conciencia».
El objetivo de la revista es facilitar la discusión y difusión de ideas sobre la incidencia de la religión (particularmente, las religiones derivadas del judeocristianismo) en las formas de vida caracterizadas por el aprecio y la defensa de la libertad, en todos los ámbitos (de conciencia, económica, de expresión del pensamiento, etc.). En Fe y Libertad sostenemos la tesis de que la fe religiosa es un factor que incide positivamente en el desarrollo de formas de vida y sistemas de organización política que tienen como valor central la libertad individual; la razón principal en que se apoya esta tesis es que Dios nos ha creado libres y quiere que libremente le amemos y le sirvamos. También fomentamos la discusión y difusión de ideas sobre la incidencia de la política, la economía y la cultura en general sobre la fe religiosa de las personas. Algunos son de la opinión de que la modernidad lleva aparejado el laicismo, es decir, la tendencia a reducir la religión al ámbito privado. ¿Es cierto que la cultura moderna —la que inicia con la Ilustración— es un proyecto de vida que fomenta o que presupone el ateísmo? ¿En qué medida es el liberalismo hijo de la modernidad? ¿Cabe sostener los principios políticos y económicos del liberalismo y a la vez ser cristiano?
Nuestra revista no es ideológica, en el sentido que de tratemos de difundir una doctrina o una tesis particular. Desde luego, quienes formamos parte del Instituto Fe y Libertad, y quienes trabajamos en la revista, tenemos opiniones y creencias sobre las complejas relaciones entre la fe y la vida económica, política y cultura. Pero también nos hacemos preguntas, y esperamos oír o leer las opiniones de nuestros amigos. Creemos que esta reflexión —que se hace desde hace mucho tiempo en el mundo anglosajón— debe también estimularse entre nosotros, hispanos e hispanoamericanos.