BARAK OBAMA EXPONE SUS POSTURAS SOBRE LA DOCTRINA CATÓLICA
«Combato continuamente entre mi fe y mis deberes en relación a los gays y a las lesbianas»
El presidente de los Estados Unidos ha explicado algunas de sus opiniones acerca de su relación con la Iglesia católica en una entrevista concedida a Avvenire, el diario oficial de la Conferencia Episcopal Italiana. Barak Obama se entrevistará el próximo viernes con Benedicto XVI, tras la reunión del G-8 en la ciudad italiana de LAquila.
(Elena Molinari/Avvenire) A pocos días de la entrevista entre Barak Obama y Benedicto XVI, que tendrá lugar el próximo 10 de julio en El Vaticano, el presidente de los Estados Unidos de América analiza sus posturas personales y políticas respecto de la doctrina de la Iglesia. - Sobre el respeto a la vida y sobre el matrimonio los obispos católicos americanos han hecho críticas y han expresado preocupaciones en relación a las posiciones que usted asume. ¿Cómo piensa afrontar tales críticas? ¿O considera que terminará por ignorarlas? - Primeramente, una fuerza de nuestra democracia es que cada uno es libre de expresar las propias opiniones políticas. Jamás tomaré la decisión de ignorar las críticas de los obispos católicos, porque soy el presidente de todos los americanos y no sólo de los que, por casualidad, están de acuerdo conmigo. Tomo muy en serio las opiniones de las otras personas y de los obispos americanos tienen una profunda influencia sobre la Iglesia y también sobre la comunidad nacional. Varios obispos han sido generosos en sus opiniones y me han alentado, si bien existen divergencias sobre algunas cuestiones. En este sentido los obispos americanos representan una encrucijada de opiniones precisamente como ocurre en otros tantos grupos. Defenderé siempre con fuerza el derecho de los obispos a criticarme, también con tonos apasionados. Y seré feliz de hospedarlos aquí en la Casa Blanca para hablar de los temas que nos unen y de los que nos dividen, en una serie de mesas redondas. Pienso que seguirán habiendo ámbitos en los que estemos de acuerdo profundamente y otros en los cuales no será posible encontrar un acuerdo. Ello es sano. - Usted ha nombrado un grupo de trabajo compuesto por representantes pro-vida y por otros que sostienen el derecho al aborto, con la finalidad de encontrar posiciones comunes. ¿Cuáles son sus expectativas realistas sobre el resultado de esos trabajos? - Ese grupo deberá darme un informe final el verano y no tengo esperanzas de que sea capaz, sólo con el debate, de hacer desaparecer las diferencias. Sé que hay puntos en los que el conflicto no es conciliable. Pero puedo decirles que hay personas de buena voluntad en ambos frentes y me sorprendería si no se encontrasen puntos significativos sobre los cuales trabajar juntos. Entre estos, la necesidad de ayudar a los jóvenes a tomar decisiones inteligentes de modo que eviten embarazos no deseados, y la importancia de reforzar el acceso a la adopción como alternativa al aborto y del deber de cuidar de las mujeres embarazadas y de ayudarlas a crecer son sus niños. Hay por el contrario elementos, como la contracepción, sobre las cuales las diferencias son profundas. Mi posición personal es que se debe conjugar una sólida educación moral y sexual para la disponibilidad de anticonceptivos, para prevenir embarazos no deseados. Reconozco que ello contradice la doctrina de la Iglesia católica, por lo tanto no espero que quien asume fuertemente el punto como materia de fe pueda coincidir conmigo respecto a este punto, pero esta es mi opinión personal. Me sorprendería si los partidarios del derecho al aborto no estuvieran de acuerdo con que es necesario reducir las circunstancias en las que una mujer decide interrumpir el embarazo. Si tomaran esa posición, no estaría de acuerdo con ellos. No conozco ninguna circunstancia en la que el aborto sea una decisión feliz, y si podemos ayudar a una mujer para que no tenga que afrontar una situación en la cual eso es una posibilidad, pienso que es una cosa buena. Pero, de nuevo, esta es mi opinión. - Algunos católicos alaban su apoyo a la promoción de temas de justicia social, otros la critican por sus posiciones en los temas sobre la vida, desde el aborto hasta la investigación con células estaminales embrionarias. ¿Ve eso como una contradicción? - Esta tensión del mundo católico existía bastante antes de mi llegada a la Casa Blanca. Cuando comencé a interesarme en la justicia social, en Chicago, los obispos católicos hablaban de inmigración, nuclear, pobres, política exterior. Luego, a cierto punto, la atención de la Iglesia católica se desplazó hacia el aborto y eso ha tenido la fuerza de desplazar la opinión del congreso y del país en la misma dirección. Son temas en los que pienso mucho, pero ahora, como no católico, no depende de mí buscar resolver esas tensiones. Sin embargo, he visto como se puede tratar de conciliar. El cardenal Joseph Bernardin, que conocí en Chicago, hablaba claramente y explícitamente en defensa de la vida. Pero consideraba esta «un vestido sin costura» e incluía coherentemente una gama de cuestiones que eran parte de lo que él consideraba pro-vida y sobre lo que se comprometía, como la lucha contra la pobreza, el cuidado de la infancia, la pena de muerte, la política exterior. Esta parte de la tradición católica es algo que continuamente me inspira. Y pienso que ha habido momentos, en las últimas décadas, en las que esta tradición más inclusiva se ha sentido como sepultada bajo el debate sobre el aborto. Por el contrario deseo que quede en primer plano del debate nacional. - Muchas personas, no sólo médicos, que ofrecen su propio trabajo en instituciones no gubernamentales están muy preocupados de no poder ejercitar la objeción de conciencia en campos éticamente sensibles. La posición de su administración al respecto no es del todo clara... - Mi posición personal siempre ha sido coherente: estoy firmemente convencido de que debe asegurarse la objeción de conciencia. He defendido una fuerte objeción de conciencia en Illinois para los hospitales católicos y las estructuras sanitarias, he discutido con el cardenal Francis George al respecto en una reunión reciente en el Salón Oval y lo he repetido durante mi intervención en la Universidad de Notre Dame. Entiendo que hay alguno que se espera siempre lo peor de mí, sin que yo haya dicho o hecho nada, pero esto es más un preconcepto que una posición motivada por una «línea dura» que estaríamos buscando siempre imponer. Pienso que la sola razón por la cual mi posición puede parecer no clara deriva del hecho de que hemos cambiado una medida sobre la objeción de conciencia aprobada en el último minuto, en la undécima hora por la anterior administración y hemos decidido eliminarla porque no ha sido bien formulada. Pero estamos examinando nuevamente la cuestión y hemos solicitado las opiniones al respecto, recibiendo cientos de miles de aportaciones. Puedo asegurar que cuando esta reevaluación se complete entrará en vigor una fuerte objeción de conciencia. Ella podrá no estar de acuerdo con los criterios de cada una de las críticas a nuestra postura, pero ciertamente no será más débil que la que existía antes de que se hiciera el cambio. - ¿Cómo concilia su fe cristiana con las promesas hechas durante la campaña electoral a los homosexuales? - En cuanto a la comunidad gay y lésbica de este país, pienso que es ofendida por algunas de las enseñanzas de la Iglesia católica y de la doctrina cristiana en general. Como cristiano, combato continuamente entre mi fe y mis deberes y mis preocupaciones en relación a los gays y a las lesbianas. Y frecuentemente descubro que hay mucho ardor en ambos frentes del debate, también entre quienes considero que son excelentes personas. Por otra parte, me mantengo firme en cuanto he expresado en El Cairo: cada posición que liquide en modo automático las convicciones religiosas y el credo de otros como intolerantes no entiende el poder de la fe y el bien que cumple en el mundo. En todo caso, como personas de fe debemos examinar nuestras convicciones y preguntarnos si a su vez no estamos causando sufrimientos a los otros. Pienso que todos nosotros, de cualquier credo, deberíamos reconocer que ha habido veces en que la religión no ha sido puesta al servicio del bien. Depende de nosotros, pienso, hacer una profunda reflexión y estar dispuestos a preguntarnos si estamos actuando en modo coherente no sólo con las enseñanzas de la Iglesia, sino también con cuanto Jesucristo, nuestro Señor, nos ha llamado a hacer: tratar a los otros como nosotros quisiéramos ser tratados.
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