Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

EXILIADO EN ÁFRICA POR SU LUCHA CONTRA LA EXPLOTACIÓN LABORAL, CONSIGUE QUE LA JUSTICIA DOMINICANA ESCUCHE SUS RECLAMACIONES

El padre Hartley sienta en el banquillo a los dueños azucareros dominicanos

La semana pasada comenzaron las declaraciones de 500 braceros haitianos que trabajan en condiciones de semiesclavitud en los campos de azúcar de la República Dominicana. El sacerdote español Christopher Hartley Sartorius lleva 11 años denunciando estas prácticas.

(Jorge Martínez-Pueyo/ReL) Estos braceros haitianos han demandado a los dueños de las plantaciones de caña de azúcar del país, en la que trabajan inmigrantes haitianos, por considerar que lo hacen en condiciones de semiesclavitud. Esto ha sido gracias al trabajo en su favor que el padre Christopher Hartley Sartorius viene realizando desde hace años. Ante el juez declararon personas como Cecilio Blanco, que llegó a República Dominicana en 1974 y, desde entonces, gana 10 euros semanales. Con 74 años, la ceguera le ha impedido seguir trabajando. Además de eso, su familia le ha abandonado y no recibe ningún tipo de ayuda médica o compensación. Otra de las historias que ha escuchado el tribunal dominicano es la de Clemente François, de 70 años edad, quien declaró que un buey le hirió hace unos años dejándole inválido. Pero esto no ha impedido que siguiera cortando la caña de azúcar. A la pregunta del juez de cómo podía seguir trabajando en su estado, François dejó helada a la sala al responder: “De rodillas, su señoría”. Otra de las historias que el juez puede que escuche es la de Simón, quien cuenta: «Vine de Haití en 1983 en un camión porque me dijeron que me pagarían 200 pesos por cada viaje de caña. Me engañaron para siempre. Allí dejé a mi primera mujer y un trabajo en una ferretería.Es hoy y no pagan más que 40 pesos (unos dos euros) por cada tonelada cortada». Hartley: de Roma a los bateyes dominicanos Muchos de estos braceros no sabían de la posibilidad de denunciar su situación a los tribunales hasta que el cura español, Christopher Hartley Sartorius, les enseñó cuáles eran sus derechos. Obligado a exiliarse a África por su lucha contra los dueños de los campos de caña de azúcar, el padre Hartley ha consagrado su vida a la lucha por las condiciones de vida dignas de los haitianos que trabajan en República Dominicana y que se ven obligados a vivir en bateyes (barrios convertidos en guetos de los haitianos esclavizados en las plantaciones dominicanas). Amigo y colaborador de la beata Teresa de Calcuta, se inspiró en su ejemplo para partir en misión a República Dominicana. Fue ella quien le convenció para que dejara sus estudios en Roma, donde se había doctorado en Teología, y optara por irse al Bronx de Nueva York y, después, a los campos de azúcar dominicanos. Como una profecía, siempre ha tenido presentes las palabras que el Papa Juan Pablo II le dedicó el día de su ordenación sacerdotal: “Comprometeos con las causas de los trabajadores”. Una abogada que compartió pobreza con sus clientes Ahora en el exilio en África, debido a sus críticas a las condiciones de trabajo en las que están los inmigrantes haitianos, Hartley ha dejado en la isla a su fiel colaboradora, Noemí Méndez, una abogada nacida en un batey que, hoy en día, trabaja para el Episcopado. En esta lucha judicial, Noemí ha conseguido que, en primera instancia, se diera la razón a los haitianos, siendo reconocido por el Poder Judicial el derecho de los braceros a tener un contrato de trabajo. Después de que los dueños de los campos de caña de azúcar apelaran, el juicio quedará visto para sentencia el próximo 29 de junio. El tráfico de braceros de Haití comenzó con la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo (19301961), en la que el dictador llegó a un acuerdo con sus homólogos haitianos para regularizar la contratación de cortadores de caña, que se mantuvo hasta la caída del régimen de los Duvalier en 1986. A pesar de ellos, esta compraventa ha seguido vigente hasta hoy en día. La situación de muchos de estos haitianos es realmente deplorable. Cada bracero cuesta a sus dueños unos 48 euros, y reciben un sueldo de 80 euros mensuales si cortan tonelada y media al día. Incluso los bueyes tienen más derechos, al estar asegurados, por la simple razón de que cuestan más a sus dueños: unos 600 euros, frente a los 40 euros de una persona que llega traficada de la frontera haitiana.
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