Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

SE DESPIDE APELANDO AL DIÁLOGO Y CONDENANDO LA SOHÁ Y EL MURO

Benedicto XVI pide que el «sueño» de dos Estados conviviendo en paz en Tierra Santa sea realidad

«¡No más derramamiento de sangre! ¡No más conflicto! ¡No más terrorismo! ¡No más guerra! Rompamos el círculo vicioso de la violencia. Que pueda establecerse una paz duradera. (...) Que sea universalmente reconocido que el Estado de Israel tiene derecho a existir y a gozar de paz y seguridad. (...) Que sea igualmente reconocido que el pueblo palestino tiene el derecho a una patria independiente, soberana, a vivir con dignidad y viajar libremente», expuso el Pontífice.

(Agencias/ReL) Benedicto XVI en su discurso de despedida llamó a israelíes y palestinos a romper el círculo de la violencia y construir puentes de paz, abogó por el reconocimiento de dos Estados, advirtió que el Holocausto no debe ser jamás olvidado o negado y pidió a los líderes religiosos a hacer fructificar un diálogo ecuménico e interreligioso por una mayor comprensión y respeto mutuo. En la ceremonia de despedida realizada en el aeropuerto Ben Gurión de Tel Aviv, ante un nutrido grupo de autoridades civiles y personalidades religiosas, el Papa se dirigió al presidente de Israel, Shimon Peres, con palabras de agradecimiento por la hospitalidad y el calor que recibió en su visita. «He venido a visitar este país como amigo de los israelíes y como amigo del pueblo palestino» afirmó el Pontífice manifestando que precisamente como amigo ha sido inevitable su aflicción por la continua tensión, su tristeza por los sufrimientos y las pérdidas de vidas humanas de ambos pueblos en los últimos seis decenios. Por ello su fuerte llamamiento por la paz. «¡No más derramamiento de sangre! ¡No más conflicto! ¡No más terrorismo! ¡No más guerra! Rompamos el círculo vicioso de la violencia. Que pueda establecerse una paz duradera basada en la justicia, que haya una verdadera reconciliación y curación. Que sea universalmente reconocido que el Estado de Israel tiene derecho a existir y a gozar de paz y seguridad en el interior de sus fronteras internacionalmente reconocidas. Que sea igualmente reconocido que el pueblo palestino tiene el derecho a una patria independiente, soberana, a vivir con dignidad y viajar libremente», expuso el Pontífice. Y más concretamente, el Santo Padre pidió que la solución de dos Estados se haga realidad y que no se quede como un sueño. El Papa pidió que la paz pueda difundirse por estas tierras, que puedan ser «luz para las naciones», dando esperanzas a muchas otras regiones que son golpeadas por conflictos. Benedicto XVI recordó su visita al Memorial del Holocausto en Yah Vashem como uno de los momentos más solemnes de su permanencia en Israel, pues pudo mantener un conmovedor encuentro con algunos de los supervivientes, que le hicieron recordar su visita, hace tres años al campo de la muerte de Auschwitz donde tanto judíos fueron «brutalmente exterminados bajo un régimen sin Dios que propagaba una ideología de antisemitismo y de odio». «Ese espantoso capitulo de la historia no debe ser jamás olvidado o negado. Al contrario, esas oscuras memorias deben reforzar nuestra determinación para acercarnos cada vez más los unos a los otros como ramas del mismo olivo, nutridos por las mismas raíces y unidos por el amor fraterno», aseguró Benedicto XVI. El tema de las relaciones entre cristianos y judíos fue tocado por el Pontífice inspirándose precisamente en el árbol de olivo, símbolo para ambas religiones, que junto al presidente plantó a su llegada a Israel. «Nos nutrimos de las mismas raíces espirituales» dijo el Papa reconociendo que a pesar de que en algunos momentos de la historia común ha habido una relación tensa, ahora nos encontramos «firmemente comprometidos en la construcción de puentes de duradera amistad». En su discurso, Benedicto XVI manifestó su alegría por haber podido reunirse con los jefes de la Iglesia Católica en Tierra Santa agradeciendo el trabajo que realizan para asistir a la grey del Señor. Igualmente, se refirió a los encuentros con los responsables de las distintas iglesias cristianas y comunidades eclesiales de la región invitando a un dialogo cada vez más fructífero. «Esta tierra es verdaderamente un terreno fértil para el ecumenismo y el diálogo interreligioso y rezo para que la rica variedad de los testimonios religiosos en la región pueda traer frutos en una creciente comprensión recíproca y en el respeto mutuo». El Santo Padre al abrir su discurso habló de las fuertes impresiones que le ha dejado esta peregrinación a Tierra Santa, en la que pudo constatar -en sus reuniones con las autoridades civiles, tanto en Israel como en los territorios Palestinos-, los grandes esfuerzos que ambos gobiernos realizan para asegurar el bienestar de las personas. Y sin embargo, Benedicto XVI concluyó su discurso con lo que calificó la más triste de las visiones: el muro. «Una de las visiones más tristes para mí durante mi visita a estas tierras ha sido el muro. Mientras lo costeaba, he rezado por un futuro en el que los pueblos de la Tierra Santa puedan vivir juntos en paz y armonía sin necesidad de semejantes instrumentos de seguridad y separación, sino respetándose y confiando el uno en el otro, en la renuncia de toda forma de violencia y de agresión», expuso el obispo de Roma. Benedicto XVI reconociendo cuán difícil puede ser esta tarea para las autoridades israelíes y palestinas, aseguró sus oraciones y las de todos los católicos del mundo, en el esfuerzo para construir una paz justa y duradera en la región. La vergüenza de la división En el último día de su peregrinación a los Santos Lugares mantuvo un encuentro ecuménico en el Patriarcado Greco-Ortodoxo de Jerusalén, donde se reunió con Teófilo III y dijo que a la hora de presentar el mensaje de reconciliación de Cristo, los cristianos «experimentamos la vergüenza de nuestra división». «Tenemos que encontrar la fuerza de redoblar nuestro compromiso para perfeccionar nuestra comunión, para hacerla completa», afirmó el Obispo de Roma. El obispo de Roma recordó el abrazo, aquí, en Jerusalén, entre el papa Pablo VI y el patriarca de Constantinopla y jefe de la Iglesia Ortodoxa griega, Atenágoras, en 1964, y el de Juan Pablo II y el patriarca Diodoros I en el año 2000, durante la visita del Papa Wojtyla a los Santos Lugares. El Obispo de Roma afirmó que estando al lado del Santo Sepulcro «quién no se siente empujado» a potenciar el compromiso ecuménico y abogó para este encuentro de impulso a los trabajos de la Comisión Internacional Conjunta para el diálogo Teológico entre la Iglesia Católica y la Ortodoxa. El Papa abogó ante Teófilo III por que las aspiraciones de todos los cristianos en Tierra Santa están «en sintonía» con las de todos los habitantes, cualquiera que sea la religión: «libertad religiosa, coexistencia pacífica, libre acceso a la educación y al trabajo, unidad familiar, y de sacar provecho de la situación económica y contribuir a ella». La división de los cristianos Tras este encuentro, Benedicto XVI se trasladó al Santo Sepulcro. El Papa siempre ha dicho que la separación de los cristianos es una ofensa a Dios y un pecado. Esta división se percibe nada más entrar en los Santos Lugares, donde cada confesión tiene su capilla o zona de control y las otras deben tener cuidado con no invadirlo. Los momentos de rezos están controlados bajo horario. El mismo Santo Sepulcro está dividido. Son co-propietarios la iglesia Latina (católica), el patriarcado greco-ortodoxo y el armenio-ortodoxo. Los coptos ortodoxos, los sirios ortodoxos y los etíopes tienen derecho a oficiar allí misa. Las iglesias de Oriente y Occidente se separaron con el cisma religioso de 1054, con las excomuniones del papa León IX y del patriarca Miguel Celurario. Desde entonces han pasado casi mil años de incomprensiones y recelos. Les separan razones teológicas, como el rechazo de los ortodoxos griegos al primado de la Iglesia de Roma y la negativa de la infalibilidad del Papa. Los ortodoxos no reconocen tampoco la validez de los sacramentos católicos, al contrario que la Iglesia Católica que sí reconoce, desde el Concilio Vaticano II, los de la Iglesia ortodoxa. Los ortodoxos culpan a Roma de proselitismo y de intentar expandirse en territorios, hasta ahora, bajo su control.
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