Las experiencias misioneras de los sacerdotes de la Fraternidad de San Carlos
Taiwán, un país donde «el método que utiliza Cristo es la paciencia» y se evangeliza con la amistad
"Si no hubiera amistad no habría alegría": esta frase del jesuita Matteo Ricci (1552-1610), misionero en China, podría aplicarse muy bien, medio siglo después, a la forma en la que los sacerdotes de la Fraternidad San Carlos (del carisma de Comunión y Liberación) llegaron a Taiwán con su mismo objetivo de evangelización.
Leone Grotti (n. 1985), filósofo y periodista, autor de diversas obras sobre los cristianos en zonas de riesgo o persecución, acaba de publicar un libro sobre esa labor, La Cruz y el Dragón. La misión de la Fraternidad San Carlos en Taiwán (Cantagalli). El prólogo es de Gianni Criveller y lo ha reproducido, en su número de agosto, la revista Tempi:
'La Cruz y el Dragón' de Leone Grotti: la evangelización de Taiwán, vista desde la experiencia de los sacerdotes misioneros de la Fraternidad San Carlos.
Taiwán es en verdad un lugar muy hermoso: lo dice incluso el antiguo nombre -Formosa- con el que se conocía en Occidente hasta hace unas décadas. Para el público, sigue siendo un lugar misterioso: muchos conocen su nombre, pero no sabrían situarlo ni decir nada más. Algunos conocen los productos de alta tecnología -sobre todo microchips- que han invadido los mercados internacionales.
Merece la pena conocer Taiwán saliéndose de los estereotipos: es el mejor lugar para los interesados en la cultura tradicional, las religiones y el folclore del pueblo chino. La isla es una vez y media mayor que Sicilia, con 24 millones de habitantes. A la principal ciudad, Taipei, la llaman en broma la capital mundial del paraguas: allí llueve más de un tercio de los días del año. Viví allí de 1992 a 1994: la ciudad estaba sufriendo una profunda transformación, contaminada y ajetreada hasta el extremo.
Hoy es una metrópolis verdaderamente moderna, que no desentona frente a otras metrópolis de Asia Oriental: Hong Kong, Shanghai, Seúl y Tokio. Taipéi no sólo tiene rascacielos muy altos, líneas de metro y centros comerciales. Todavía quedan las callejuelas de los barrios obreros, donde hay un pequeño templo y altares devocionales a cada paso.
La modernidad no ha abolido la religión tradicional; al contrario, el enriquecimiento de la población ha permitido restaurar templos antiguos y multiplicar las oportunidades de culto. El espectacular Museo Nacional de Taipei alberga numerosas obras de arte traídas de la China continental tras la conquista comunista de 1949. Obras que muy probablemente hubieran sido destruidas en la Revolución cultural. Entre ellas destacan las maravillosas pinturas del misionero jesuita Giuseppe Castiglione, pintor de corte al servicio de tres emperadores de la dinastía Qing (siglo XVIII). Sus pergaminos y retratos valen una fortuna: muy conocido en China, el artista sigue siendo un completo desconocido en su Milán natal y en Italia.
Una de las obras del jesuita y pintor Giuseppe Castiglione (1688-1766) que se conservan en el Museo Nacional de Taipei.
La cadena montañosa que atraviesa Taiwán por el centro, hogar de grupos étnicos autóctonos de la isla, ofrece paisajes sorprendentes, sobre todo el desfiladero de Taroko (Hualien). A los taiwaneses les gusta ir a ver el amanecer desde los picos de Lishan y Alishan.
La principal ciudad del sur es el importante puerto comercial de Kaohsiung, donde, allá por 1991, comencé mi aventura misionera entre el pueblo chino. Allí puedes conocer a gente sencilla y buena, que habla la lengua taiwanesa y vive según la tradición china. Alrededor de la ciudad hay hermosas playas y pintorescos pueblos entre montañas y bosques tropicales. El enorme monasterio budista de Fo Guang Shan es un importante centro de diálogo interreligioso, también con creyentes y líderes católicos.
Taiwán, uno de los principales enclaves geoestratégicos de la política mundial desde la caída de China en el comunismo en 1949.
La historia católica de Taiwán es bastante singular y semidesconocida, y está bien resumida en este libro. Ya en el siglo XVII, Taiwán era una escala en el camino hacia la misión en China. Los misioneros franciscanos y dominicos tenían un pied-à-terre en Taiwán.
En la década de 1950, cientos de misioneros y miles de fieles católicos, obligados a abandonar China, se instalaron en la isla, impulsando la evangelización.
Desde la década de 1970, Taiwán ostenta el récord de tener el mayor número de clérigos en relación con los fieles. Aunque al principio la mayoría de los taiwaneses consideraban que la Iglesia era extranjera o incluso se oponía a ella, la isla se convirtió poco a poco en un intenso campo misionero y un lugar de encuentro entre el cristianismo y las culturas chinas. Las poblaciones étnicas de las montañas se han adherido en su totalidad al cristianismo.
Desde los años ochenta, la Iglesia de Taiwán ha asumido un papel de puente hacia la Iglesia de China, tarea que le encomendó Juan Pablo II.
Una esperanza para la nación china
Los católicos de Taiwán son libres y dialogan con creyentes de otras religiones. La Iglesia ha desempeñado el papel de puente hacia China, una misión que ahora resulta muy difícil debido a los acontecimientos políticos en el continente. El multiculturalismo, la multirreligiosidad, la secularización y la relación no resuelta con Pekín son grandes retos a los que los creyentes se enfrentan con sus débiles fuerzas y cierta aprensión ante el futuro.
El reconocimiento diplomático por parte de la Santa Sede de la República de China, nombre formal de la isla, es otra de las singularidades de Taiwán. La nunciatura en Taipéi está encomendada a un simple encargado de negocios porque el Vaticano es conocido por buscar el diálogo con la China Popular. En 2018, se firmó un acuerdo pastoral sobre el nombramiento de obispos entre Pekín y la Santa Sede, cuyos detalles siguen siendo secretos. Muchos se preguntan si el Vaticano abrirá una nunciatura en Pekín, retirando el reconocimiento diplomático a Taiwán.
El lector de este libro estará, creo, de acuerdo en que Taiwán no puede considerarse simplemente como un problema -casi una molestia- que hay que resolver en el complicado tablero chino. Taiwán es mucho más: con sus prácticas de libertad y democracia, ha abierto un camino y una esperanza para la nación china y, también, para la Iglesia china.
Taiwán es un caso político único en el mundo: a pesar de ser una isla de gran interés natural, cultural, antropológico y religioso -lo hemos demostrado más arriba-, su belleza y características están excluidas del circuito turístico y de las relaciones internacionales. Una exclusión provocada por la política de Pekín de considerarla una "provincia rebelde", que pronto tendrá que volver al seno de la "Gran China", ya que "sólo hay una China, y Taiwán forma parte de ella".
Taiwán es la primera y única democracia de la Gran China: una democracia madura y vibrante en la que se alternan los dos principales partidos, el Partido Nacionalista (que gobernó la isla desde 1949) y el Partido Democrático del Progreso. El estrecho de Taiwán es un punto de tensión para la paz en el Asia del Pacífico y para el mundo entero. Existe un "acuerdo de 1992" entre ambas partes, según el cual China y Taiwán afirman que hay "una sola China", pero pueden discrepar sobre lo que significa "una sola China".
El misterio de la conversión
Mientras tanto, en 2005 Pekín aprobó una ley antisecesionista bastante dura: autoriza el uso de "medios no pacíficos" contra Taiwán en caso de que la isla proclame la independencia y la reunificación pacífica parezca imposible.
El presidente chino, Xi Jinping, ha señalado el año 2049 (primer centenario de la fundación de la nueva China, es decir, la República Popular China) como plazo ineludible para la unidad, aunque está claro que a él mismo le gustaría ser el artífice de la unificación. Las tensiones políticas de los últimos años y las maniobras militares, cada vez más frecuentes y amenazadoras, vuelven a menudo la atención sobre Taiwán, del que sólo se oye hablar en relación con una posible acción de reunificación por parte de China y como objeto de tensión por el control del océano Pacífico.
Pero Taiwán merece ser conocido y apreciado por lo que es. Y el pueblo de Taiwán merece ser escuchado. Por eso también es tan importante leer este libro: nos ofrece una visión desde dentro de una parte muy especial, preciosa y sorprendente de Taiwán. En estas páginas, los taiwaneses tienen un rostro, un nombre, una historia que contar. Leer el libro que tiene en sus manos fue, también para mí, una experiencia alentadora.
El padre Gianni Criveller, misionero del PIME (Pontificio Instituto de las Misiones Extranjeras) fue misionero en Taiwán y conoce de primera mano lo que cuenta Leone Grotti en su libro sobre cómo se evangeliza allí.
Reconocí en él lugares, personas, acontecimientos, estados de ánimo, aspiraciones y dificultades que yo mismo, a mi manera, experimenté durante los cuatro años que pasé en la isla (1991-1994). Me encontraba al principio de mi vida misionera entre el pueblo chino: los sentimientos, retos y esperanzas de los misioneros de la Fraternidad San Carlos eran también los míos.
En el libro encontré también una comunión de visión misionera. Desde hace años enseño Teología de la Misión en Hong Kong y en Italia, y sigo reflexionando sobre el misterio de la misión. En Taipei conocí a algunos jóvenes que, mientras asistían a la Universidad Católica de Fujen, se adhirieron al Evangelio de Jesús. Los entrevisté para comprender ese acontecimiento misterioso y fascinante que recibe el nombre de conversión, es decir, la aceptación de Jesús como corazón de la vida.
Arroz, harina y martirio
En mis lecturas de la historia misionera de Taiwán y China, he descubierto que, con frecuencia, el comienzo de la conversión de las personas es "por una gracia recibida": una curación, la resolución de dificultades familiares u otros beneficios útiles. A los conversos con motivos menos espirituales se les llama "cristianos de harina" en Taiwán; "cristianos de arroz" en Hong Kong y China. Los detractores del cristianismo les acusan de convertirse para obtener ayuda material de los misioneros. Sin embargo, los misioneros deben ejercer siempre la caridad a imitación de Jesús, el Buen Pastor.
La conversión no es el objetivo de la ayuda, pero la generosa disposición a ayudar a las fragilidades humanas puede generar, en quienes aceptan el don, el deseo de conocer a Cristo, la causa que impulsa a los misioneros a dar su vida. Y sabemos que de hijos y nietos de cristianos del arroz y la harina han surgido vocaciones y testimonios de fe hasta el martirio. La dinámica de la conversión, descrita a menudo en este libro, está siempre marcada por la gracia y merece respeto, incluso cuando aparentemente las motivaciones no son sólo espirituales.
En Taiwán se experimentan muchas cosas que parecen páginas del Evangelio. El éxito de la misión no se mide por el éxito mundano y los números, sino por la calidad del testimonio evangélico de quienes acogen a Cristo. Me parece muy hermoso lo vivido por el padre Silanos: "Uno de los mayores regalos que me han hecho en Taipei es poder participar de la mirada con la que Cristo mira a estas personas y del método que utiliza: la paciencia". Una frase que me hace pensar en el testamento de Christian De Chergé, el prior de Tibhirine [monasterio argelino donde en 1996 siete monjes trapenses fueron asesinados por islamistas, n.n.]. El martirio le permitirá finalmente "sumergir mi mirada en la del Padre, contemplar con Él a sus hijos del islam tal como Él los ve, todos iluminados por la gloria de Cristo".
Taiwán nos muestra muy elocuentemente lo que es verdad en todas partes: a Jesús no se le encuentra entre las masas. Se queda a la puerta y llama. En la dinámica misionera, la relación es fundamental y cada persona debe ser acogida y acompañada como un don precioso. De esta relación personal nace la amistad. En mi opinión, este tema es fundamental para nuestra existencia como hombres y mujeres discípulos de Jesús.
El tema de la amistad, una de las mejores formas de describir la misión, surge casi en cada página de este libro. Benedicto XVI tuvo palabras maravillosas para describir el hecho cristiano como la amistad con Jesús, y la misión como el compartir, el don de esta amistad con los demás. La comunidad de los discípulos de Jesús está construida sobre hilos de amistad.
Obra de Dios
Matteo Ricci, el gran misionero de China, tituló su primer libro en chino Sobre la amistad. Cien máximas para un príncipe chino (Mensajero) un tema que unía el Evangelio, la cultura china y el humanismo cristiano. No hay amor más grande que el que da la vida por los amigos: lo hizo Jesús y lo hacen los misioneros.
Matteo Ricci, 'Sobre la amistad. Cien máximas para un príncipe chino'.
La obra de Cristo, nuestra paz, es derribar el muro divisorio de la enemistad. La experiencia de la amistad crea ese movimiento que mueve los corazones y los atrae hacia Jesús. Las doctrinas y el razonamiento son también pasos importantes en la adhesión a la fe, pero las personas se conmueven en su corazón cuando encuentran la amistad. En las cinco relaciones sociales confucianas, que son la base ética china, la amistad es la quinta virtud, pero la única electiva, es decir, basada en la libre elección. Es, por tanto, la más importante, la más humana, la que más corresponde a la dignidad de las personas creadas a imagen de Dios. La amistad significa libertad y gratuidad, es decir, don de sí mismo.
De la amistad nace la felicidad: "Si no hubiera amistad en el mundo", escribió Matteo Ricci, "no habría felicidad". Me gustó mucho la referencia a la felicidad al leer el libro. El cristianismo nació en la mañana de Pascua de un anuncio de alegría. Si los cristianos y los misioneros no llevan alegría a la vida de la gente, entonces no son evangélicos: "Todos estamos destinados a la felicidad". El libro es un testimonio precioso de que la misión es missio Dei, obra de Dios, incluso antes que de los misioneros. La misión cambia, por supuesto, pero nunca muere porque viene de Dios. Y los misioneros son discípulos que buscan asumir la misma mirada de Dios.
Taiwán es hoy la isla hermosa porque Dios actúa en ella. Este relato, muy bien escrito y lleno de autenticidad evangélica, es una prueba preciosa de ello.
Traducido por Verbum Caro.