Anselm Cartanyà
Hace unas semanas apareció una reseña del libro Los niños del exilio (Sekotia). Pues bien, recientemente he recibido el testimonio de Anselm Cartanyà Comas. Él fue uno de esos niños del exilio. Por su importancia y relevancia paso a describir los detalles que me ha contado. Anselm Cartanyà fue uno de esos inocentes que sufrieron una gran tragedia: la guerra no le dejó ser niño. Leamos su testimonio:
“La colonia de Soler-Botey estaba situada en un gran edificio sobre el pueblo de Santa Eulàlia de Riuprimer, comarca de Osona, que había sido requisado a sus propietarios, marqueses de Santa Isabel, y convertido en una residencia para niños refugiados. Los niños que residíamos éramos refugiados procedentes de hospicios de Madrid, de Asturias, de Euskadi y algunos catalanes que tenían problemas familiares. Mi hermano y yo hacía poco que éramos huérfanos de madre por segunda vez.
La colonia la dirigía el Sr. Gaspar, que era cojo y calzaba un zapato ortopédico. Su mujer, Srta. Mas y su hija Srta. Montserrat. Habían sido maestros del Grupo Escolar Lluís Vives y después de la guerra, en 1939, los desterraron a un pueblo de la provincia de León, donde la Srta. Montserrat se casó con alguien. Cuando nos evacuaron a Francia nos acompañó la Srta. Montserrat, que estuvo con nosotros hasta que volvimos a España.
Días antes de exiliarnos nos habían adiestrado a doblar la manta de la cama a manera de bandolera. El cordel para atarla la teníamos colgada a los pies de la cama. Cuando marchamos nos hicieron vestir con varias prendas de ropa, una sobre la otra, y nos hicieron dejar los objetos personales que teníamos: colecciones de sellos y de minerales, revistas infantiles, etc.
Salimos de Soler-Botey en dos autocares dirección a Perpinyà. A medio camino nos dieron un pancillo con morcilla y, en la estación de tren, unas chicas de la Cruz Roja, tazas de caldo. Al pasar por las calles de Perpinyà todos los chicos del autocar hicimos muchos gritos de sorpresa y admiración al ver las calles tan iluminadas y los escaparates de las tiendas tan llenos de artículos.
Fuimos en tren a París. Allí nos llevaron de estación en estación en un autocar de la policía. En este trayecto vimos la punta de arriba de todo de la torre Effiel.
Cuando llegamos al Chateau d’Ambrines (cerca de Arrás) nos alojaron en una casa grande, cercada por un gran parque que era propiedad de una sociedad de cazadores que la había cedido para alojar a los refugiados españoles. Allí ya estaban instaladas otras familias españolas. Dormíamos en literas múltiples superpuestas.
La comida la hacía, en una gran olla, el señor que se cuidaba, monsieur Lapin.
Los padres de los chicos catalanes de la colonia se habían organizado y después de unos meses sin saber dónde estábamos nos localizaron a través de la Cruz Roja y gestionaron nuestro regreso.
Hacían turnos de guardia, en la estación del Norte, por saber inmediatamente el momento de nuestra llegada antes de que saliera publicado en el diario. Nos acompañó hasta Fuenterrabia la Srta. Montserrat.
Allí quedamos en manos de las chicas del Auxilio Social y seríamos sometidos, durante más de un mes, a un adoctrinamiento ‘nacional-católico’. Nos hacían rezar y cantar el ‘Cara el Sol’ antes de cada ágape. En este lugar coincidimos niños desamparados, como nosotros, procedentes de colectividades asistenciales y niños que habían sido acogidos por familias francesas, que los devolvían a España con el coche y el chofer de la familia.
No he tenido nunca noticias de los chicos que se quedaron en el Chateau de Ambrines.
Sobre mis impresiones, en el momento de mi marcha al exilio, me es difícil de concretarlas. Posiblemente, en aquel momento no sabía de qué iba, ni en qué consistía exactamente, un exilio. Éramos unos niños de menos de diez años, bastante machacados por la vida, pero con poca capacidad para analizar nuestros sentimientos”.
Los hermanos Anselm y Ángel Cartanyà eran huérfanos, por segunda vez, de madre. A pesar de estar en Soler-Botey no perdieron contacto con la familia. El 2 de enero de 1939 le escribía la siguiente carta a su tía:
“Querida tía Pilar: Me he alegrado mucho al recibir su carta. Muchas gracias por los sellos que me ha enviado. Ya tengo 555. Ya hicimos la fiesta y nos dieron una comida extraordinaria.
Aquí arriba hace mucho frío. Los Pirineos están nevados y la punta del Montseny. El sábado pasado fuimos a Vic. Un chico que se llama Ynglada y yo fuimos a buscar agua oxigenada y una hacha que unos días antes otros nos habían traído para que la arregláramos. Subimos en el carro de un campesino vecino.
Nosotros también celebramos la Navidad. Nos dieron para comer ‘escudella barrejada’, de segundo plato verdura con nabos, de tercero carne de cabrito y de postres dos prunas secas, un trozo de turrón de almendra que hizo Dª Paquita y una galleta de vainilla que la vigilia de Navidad nos habían traído los ingleses.
Con las galletas también trajeron blocs para escribir cartas, lápices, reglas, clavos, cartulins, papel secante y una pelota de reglamento.
Déles muchos besos a los abuelos y a Paquito y un abrazo de su niño. Anselm”.
Casa de Niños nº5 en Onninskoe, afueras de Moscú
Esta carta nos ofrece algunos interrogantes. Si tenían padre, tía y abuelos, ¿por qué fueron enviados al exilio? Anselm Cartanyà nos responde a esta duda al afirmar:
“Mi tía Pilar, hermana de mi madre, y mis abuelos maternos eran personas muy religiosas, de derechas, de habla castellana, con las cuales, a mi hermano y a mí, mi padre siempre nos hizo tener relación, porque eran nuestros familiares, pero él no tuvo una relación fraternal. Por otra parte, mi padre hacía poco tiempo que había enviudado por segunda vez.
Mi padre fue movilizado y, como que era ferroviario, pasaba muchos días fuera de casa porque hacían el mantenimiento y la reparación de los desperfectos que ocasionaban los bombardeos. Mi padre tenía muy buenas relaciones con los maestros del Grupo Escolar Lluís Vives, tres de los cuales fueron destinados a la Colonia Soler-Botey -el Sr. Gaspar, su esposa Sra. Mas y su hija Srta. Montserrat-. Supongo que todas estas circunstancias influyeron en la decisión de mi padre de llevarnos a la Colonia Soler-Botey”.
Niños españoles refugiados en Francia reciben pan en la estación de Juvisy
¿Cuándo regresaron de nuevo a casa? El 9 de agosto de 1939 el periódico La Vanguardia publicaba la siguiente referencia:
“Continuando la labor llevada a cabo por la Delegación Extraordinaria que en nombre del Caudillo, viene ocupándose de devolver a España los niños que se llevaron los rojos, ha llegado hoya nuestra capital, procedente del extranjero, una nueva expedición compuesta por los niños siguientes: Anselmo y Ángel Cartañá Comas, Antonio e Isabel Anglaña Paría, Angelina y María Alagarda Eriberri, María Teresa y Juan Nolla Panadón, Arturo y Vicente Llepart Rodríguez, Antonia y Demetrio Roca Val, Maria Rosa y Aurora Cutillar Clos, Montserrat, José y Antonio Lucas Sanmartín, Antonio y María Serós Rosell, Alicia, Alberta y Crlos Cunillera Ruiz, Francisca Marcos Sabater, Frncisca Fuster Beniges, Ernesto Carretero Saldich, Juan Roura Fina, José Ruiz Gavilán, Ana García, Paquita y Camilo Juvé Closas, Dolores Alcolea Marqués, Antonia, José y Juan Mordal Sallent, Fernando Solau Brú, Dolores Llores Iglesias, Laura Egea Lloret, Teresa Cufiari Pedra, Juan Arnaez Turdó, Maria del Carmen y Asunción Corch Santier, Dolores Alcolsa Marqués, Antonia, Montserrat y Mercedes Fabregat Faure, Antonio, Emilio y José Trallera Monclós, José y Eladio Alsina Martín, Irene y Alfonso González Vela, Ramón Garerta Plantada, Maria Bañeras Torras, Irene Rodríguez Castro, Francisca y María Solsona Climent, Antonio Sacanell Doaraz, Julia y Ana Fernández Tur y Juan Reichac Lleonart. Se ruega a los padres y familiares de esto niños, pasen de nueve a una y de cuatro a seis por las oficinas de la Junta Provincial de Protección de Menores y Tribunal Tutelar de Menores, Paseo de Gracia, 61, para mediante la formalidades legales de costumbre hacerse cargo de los niños”.
Comentarios