Alcázar de San Juan y las "víctimas" del franquismo: otro fraude
Ya en otros lugares hemos puesto de relieve la manipulación que la izquierda historiográfica mantiene en torno a las cifras de víctimas de la Guerra Civil o de lo que ellos llaman “represión franquista”.
Para inflar los datos y provocar reacciones viscerales suele ser frecuente el recurso a proporcionar listas en las que se mezclan arbitrariamente las víctimas debidas a uno y otro bando. Menos aún se disciernen las causas de defunción, mezclándose las víctimas de la represión con los caídos en operaciones bélicas o atribuyendo a represalias “franquistas” las muertes que se produjeron en circunstancias relacionadas con el enfrentamiento militar.
Recordemos, a este respecto, lo ocurrido en Extremadura, donde las instituciones públicas y privadas que promueven la llamada recuperación de la memoria histórica (entre ellas la Universidad, las Diputaciones de Badajoz y Cáceres y la propia Junta de Extremadura) hicieron públicos unos listados en los que se presenta como víctimas de la represión franquista, entre otros muchos que no lo fueron, a un sacerdote asesinado por los milicianos en Badajoz, a una mujer asesinada por unos bandoleros en Monterrubio de la Serena, a un combatiente voluntario en las banderas de Falange o a un hombre que murió como consecuencia de las heridas que sufrió al caerse de un carro.
Memoria histórica y propaganda política en Alcázar de San Juan
Uno de los casos de esta manera de proceder lo encontramos en un cuadernillo editado por el Patronato Municipal de Cultura de Alcázar de San Juan en el año 2007, del que es autor Damián Alberto González Madrid y que está disponible en la red con el título Violencia y Guerra Civil en la comarca de Alcázar de San Juan (19361943). Argumentos semejantes fueron reiterados por el mismo autor en una obra coordinada por Francisco Alía Miranda (La guerra civil en Castilla – La Mancha, setenta años después; UCLM, 2007) con el título Violencia republicana y violencia franquista en La Mancha de Ciudad Real. Primeros papeles sobre los casos de Alcázar de San Juan y Campo de Criptana (19361943). Artículo, este último, accesible desde la web de Izquierda Unida en Alcázar de San Juan que dedica abundante espacio a su peculiar intoxicación a partir de todo lo relacionado con la memoria histórica.
A pesar de que Alcázar de San Juan fue una de las localidades que sufrió de manera más intensa la saña del terror rojo, los representantes locales de la izquierda radical se han mostrado muy interesados en el asunto de la memoria histórica.
Así lo demuestra el hecho de que a propuesta del Grupo Municipal de IU-ICAM, desde el Patronato de Cultura se ofertó una beca para jóvenes en la edición del programa de Becas Alcázar Transición a la Vida Activa con el objetivo de recopilar información referente a la Guerra Civil y la postguerra en Alcázar de San Juan. Los propios responsables de la organización comunista afirmaban: «De este modo se cumple con una iniciativa de IU-ICAM que ya hicimos el año pasado y que este año hemos visto realizada gracias a nuestro tesón en la recuperación de la memoria histórica. Además, el Patronato de Cultura ha destinado una partida de 6.000 € para elaborar una investigación más profunda de este mismo período de nuestra historia por parte de un equipo profesional que comenzará sus trabajos en breve». Poco más tarde la Agrupación Local del PSOE y la Asamblea Local de IU procedieron a inaugurar el 14 de abril de 2007 un monumento en homenaje a los ejecutados en la posguerra por haber sido inculpados en los crímenes y delitos cometidos con anterioridad.
En el caso del artículo que estamos comentando, lo que aparentemente sería un recuento de las víctimas causadas por ambos bandos, tarea laboriosa pero posible de llevar a cabo gracias a las inscripciones que se hicieron en el Registro Civil, se convierte en una arbitraria atribución de responsabilidades al bando vencedor. Nada falta en la escenografía diseñada por Damián Alberto González Madrid: represalias, crueldad, ahorcamientos… ¡hasta una “víctima del franquismo” de diez años!
«Los 27 asesinados en Alcázar se concentran mayoritariamente entre marzo y abril de 1939, aunque he podido documentar hasta 7 casos más entre 1941 y 1943. Respecto a los 20 asesinados poco antes o poco después del primero de abril de 1939, 16 fueron asesinados el 27 de marzo de 1939, la mayoría, doce, muy posiblemente ahorcados en la estación de ferrocarril. Entre ellos había tres mujeres, una niña de 10 años y otro de unos 15. De algunos conocemos su procedencia y todo indica que no eran vecinos de Alcázar, había dos de Andújar, dos de Linares, uno de Cañete de las Torres (Córdoba), otro de Antas (Almería), uno de Albendea (Cuenca) y otro de Cuenca. ¿Quién los mató? ¿Por qué los mataron? Todavía ando buscando quien recuerde algo, pero no cabe duda que se trató del primer acto de represalia franquista protagonizado bien por una vanguardia militar, bien por vecinos ansiosos de venganza».
¿Una víctima de las represalias franquistas de diez años?
Suponemos que Damián González seguirá buscando quien recuerde algo… El problema es que, pasiones ideológicas al margen, falta lo más importante: la realidad. González Madrid reconoce que no ha podido encontrar ningún documento ni testimonio que le permita identificar a las víctimas del 27 de marzo de 1939 con la causa de muerte que él les atribuye pero ello no le impide endosárselas a la “represión franquista”. Para eso “no cabe duda”.
Ignora González Madrid dos cosas. Que el 27 de marzo, Alcázar de San Juan todavía no había sido ocupado por las tropas nacionales, por lo que mal se les pueden atribuir estas bajas y, sobre todo, que existe un documento en el que se alude a estas muertes que fueron causadas en circunstancias muy diversas a las que su fantasía le permite aventurar. Nos referimos a un informe conservado en el Archivo Histórico Nacional y en el que, literalmente, puede leerse:
«Al hundirse la anti-patria en la sangre y el fango de sus monstruosos crímenes y renacer la nueva Hispanidad cara a un nuevo Sol, sólo en huir pensaron los dirigentes rojos y en buscar nuevos climas más propicios a su sadismo.
Pero aún no se resignaban en su derrota y ocasionaban nuevas víctimas no poniendo banderas blancas y dando lugar con ello a que aparecieran sobre el cielo de Alcázar unos Aviones Nacionales de reconocimiento que produjeron la alarma y el pánico entre la población y algunas víctimas por asfixia debido a la aglomeración que se produjo en algunos refugios».
El informe, fechado en Alcázar de San Juan en 1943 y redactado por alguien que debió conocer bien los sucesos, nos pone sobre la pista de lo realmente ocurrido y permite corroborar que los presuntos “ahorcados” no son sino las víctimas asfixiadas a las que se alude en este documento.
La izquierda necesita un holocausto
Menos asumibles aún resultan las conclusiones que el autor establece a la hora de interpretar la violencia desencadenada por ambos bandos en las poblaciones objeto de estudio. Recurrir a casos de fácil rechazo —como sería el de una niña de diez años ahorcada por los vencedores— demuestra la necesidad que tiene la izquierda de situar la violencia desencadenada en la Guerra Civil en el terreno de un genocidio, concepto meta-histórico, de carácter moralizante que hace innecesario pasar a otro debate.
Un presunto holocausto, un genocidio provocado por los vencedores de la Guerra Civil serviría para descalificarlos sin paliativos al tiempo que se conecta la España actual con la presunta legitimidad republicana. Cuantos más anatemas recaen sobre las consideradas fuerzas oscuras del pasado (el Ejército, la Iglesia, la Falange, la derecha…), más se esforzarán los destinatarios de esta propaganda en romper cualquier solidaridad o vínculo afectivo quiénes son presentados como sus herederos en la actualidad
El camino para alcanzar este objetivo pasa por reavivar artificialmente la polémica sobre el número de víctimas pretendiendo demostrar mediante la abultada disparidad de las cifras debida a la represión en los dos bandos que el Gobierno republicano se habría visto desbordado por la actividad de grupos incontrolados mientras que en zona nacional eran las propias autoridades quienes dirigían una acción represiva que adquirió caracteres de exterminio.
La conclusión, expresada por Reig Tapia para el caso de Badajoz pero extrapolable a cualquier otro lugar, se impondría por sí misma: «sangre inocente, ríos de sangre ―en el sentido literal de la expresión― absurdos e inútiles, que empañan todo pretendido idealismo, que enlodan la más sagrada de las causas» (Alberto REIG TAPIA, Memoria de la Guerra Civil. Los mitos de la tribu. Madrid: Alianza Editorial, 1999. 110). Ignoro el caudal de sangre que necesitan estos autores para sacar semejante conclusión de la derramada por el Frente Popular entre sus adversarios porque como denunciaba García Escudero: «Que yo sepa, ni uno solo de los partidarios de la causa republicana que deploraron sus excesos, por muy sinceramente que lo hicieran (y no lo pongo en duda ni por un momento), no la negaron por eso justificación. Ni se les pasó por la cabeza hacerlo ¿Es mucho pedir que sean consecuentes consigo mismos cuando consideran la posición del bando contrario?» (José María GARCÍA ESCUDERO. Historia política de las dos España. Madrid: Editora Nacional, 1976. 1470).
En todo caso, no se piense que vamos a caer en una descalificación radical del trabajo que estamos comentando. En primer lugar porque inflar unas cifras puede demostrar la mayor o menor profesionalidad de quien lo hace, según se trate de una voluntad deliberada de manipulación o de una falta de pericia en el manejo de las fuentes. Pero, sobre todo, porque la cuestión cuantitativa tiene una importancia relativa y deja intacta la necesidad de llegar a una explicación (no una justificación) de aquella tragedia.
Y es que una investigación histórica no se puede hacer desde esa mezcla de suficiencia y pasiones pseudo-políticas que caracterizan a la izquierda española cuando adopta planteamientos ajenos a las referencias epistemológicas que caracterizan a la Historia.
El historiador tiene que proceder a partir de un respeto escrupuloso hacia las fuentes a las que hay que hacer objeto de una sana crítica; desde un aprecio espontáneo por aquellos que han escrito del tema antes que nosotros, con un entusiasmo sincero por la verdad que lleva a la reconstrucción lo más fiel posible de los hechos y aportando una interpretación discreta que no busca juzgar sino entender para poder exponer y que renuncia por eso al empleo de ideologías o corrientes filosóficas que ya poseen una explicación a priori.
Solamente así se puede llegar a cultivar la Historia como una peculiar manera de conocimiento que, siendo al mismo tiempo arte y ciencia, se convierte en el único modo de conocimiento objetivo de los hechos del pasado.
Comentarios