Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Tradición imperial y guerra santa contra Napoleón

Maestro Gelimer

La Guerra de la Independencia contra Napoleón está cuajada de episodios heroicos, protagonizados por nuestros guerrilleros, nuestros soldados regulares y nuestro pueblo, todo él puesto en pie de guerra.

Lo que causa admiración, siglos después, es que toda la sociedad española -a excepción de la minoría de traidores colaboracionistas- se movilizó a una, socorriéndose solidariamente los unos a los otros, todos prestos en tomar las armas o ayudar a la lucha contra los invasores; o sea, contra la revolución corruptora que traía Napoleón y su plebeya soldadesca. Desde el niño hasta la anciana, desde el hidalgo hasta el matarife, todos los españoles ardían en una pasión: la defensa de la Patria invadida, la defensa de nuestro estilo de vida.



Las historias de guerrilleros son, más o menos, famosas y hay mucha literatura sobre aquellas partidas de bravos corsarios de la tierra y la serranía. Lo que pocos conocen son algunos episodios que, sin dejar de ser heroicos, fueron a la vez una muestra que a los ojos modernos podría ser considerada estrafalaria y quijotesca.

Consideremos dos casos.

Los Tercios reviven: la legión de los leales extremeños
El escocés Juan Downie creó, para combatir a los napoleónicos, lo que se llamó la Legión de los Leales Extremeños que se batieron bravamente contra las tropas de Bonaparte, así lo hicieron en Arroyomolinos. Lo singular de estos aguerridos españoles que lucharon bajo las órdenes del escocés es que, siguiendo la ocurrencia de su jefe Downie, estos guerreros vestían con calzas, jubón y ropa de colores blanco y encarnado, bonete y capa corta; tal y como los Tercios Españoles, armándose con lanzas, espadas y pistolas a la guisa de los Siglos de Oro (XVI-XVII) cuando eran hombres de principios del siglo XIX.

Algunos españoles coetáneos, atendiendo a este raro caso de la Legión de Downie, pensaron que: "Quien se vistiese a la española antigua llamaría precisamente a la memoria los hechos gloriosos de los antiguos españoles". Se consideraba que bien se podrían revivir las hazañas de los Tercios Españoles en Italia y Flandes, recreando los espíritus al vestirse tal y como vestían aquellos soldados invictos y gloriosos que asombraron al mundo.

Pero, a pesar de que algunos contemporáneos celebraron la ocurrencia, otros -como siempre, los que se las daban de más modernos- encontraron suficiente motivo en aquellos trajes para reírse de los legionarios de Downie, que de tal modo y tan anacrónicamente iban vestidos.


Lancero de la Legión extremeña
(Ferrer Dalmau)

Cruzados del siglo XIX: los voluntarios defensores de la fe y de la patria
Otro caso similar fue el de los Voluntarios en Defensa de la Fe y de la Patria. Fue D. Manuel Jiménez Guazo quien creó lo que denominó así, y fue conceptuado como un "cuerpo de cruzada", con autorización de la Regencia, cosa que tuvo que tener fácil dado que había demostrado su arrojo en Madrid, cuando las jornadas del 2 de Mayo y era oficial de la Secretaría del Estado. D. Manuel publicó un manifiesto el 1 de enero de 1810 en que decía:
  
"Amada Patria, madre de los héroes, que en las escarpadas y casi inaccesibles montañas de Jaca, Asturias y Cantabria conservaron sus leyes, su religión e independencia".

D. Manuel Jiménez Guazo contó con el apoyo del obispo de Sigüenza y otros eclesiásticos para prácticamente declarar Santa Cruzada la lucha sin cuartel contra los impíos napoleónicos.

Fueron 400 los voluntarios que formaron en las filas de este Cuerpo de Cruzada, peleando con una asombrosa valentía en la Serranía de Ronda. Lo que admiraba en D. Manuel Jiménez Guazo eran sus grandes mostachos, el espadón que llevaba al cinto (como si fuese un caballero andante)... Y la cruz que llevaba cruzándole el pecho, tal y como los cruzados. Los espíritus más modernos y liberales se mofaban de las formas de D. Manuel, pero era difícil regatearle la fuerza y el coraje con que se batían esos cruzados que él había reclutado y puesto bajo sus órdenes.



En aquel manifiesto, D. Manuel Jiménez Guazo demostraba que había entendido -pese a las chanzas de los liberales- el verdadero espíritu maligno de la invasión napoleónica, y por ello se apresuró a ofrecerle guerra reviviendo la época de las Cruzadas. En dicho manifiesto exhortaba a los españoles así:
 
"Ínclitos españoles, porción preciosa del rebaño de la Iglesia, encended en vuestros pechos un fuego sagrado, un furor religioso, que os incite a una ejemplar venganza, a un digno castigo; protestad a la faz del Universo que detestáis el ocio femenil, el placer falaz, el criminal recreo, y no volveréis a vuestros hogares ni os restituiréis al seno de vuestras familias hasta exterminar del suelo ibero los enemigos de Dios y de los hombres".

El que animaba a los Voluntarios de Guazo era un espíritu contra-revolucionario, infundido por el fogoso caballero español en su hueste de voluntarios, conjurados todos en masacrar a las infames y flamantes tropas francesas. El espíritu de la Legión de Downie parece más bien que era una romántica admiración -de tono historicista- por el pasado más espléndido de España: el del Imperio de Felipe II. De todas formas, ambos son ejemplos de la capacidad que tiene el pasado -y la Tradición- para reaparecer en los momentos de crisis de la Patria.
 
La información básica de este artículo procede de: El Cádiz de las Cortes, de Ramón Solís.
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