Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

En Barcelona el 69% de los funerales que se celebran son ya laicos: otro dato sobre la crisis de fe

Los funerales laicos son cada vez más comunes y en ciudades como Barcelona ya son mayoritarios.
Los funerales laicos son cada vez más comunes y en ciudades como Barcelona ya son mayoritarios.

ReL

Las compañías miembros de la Asociación de Empresas de Servicios Funerarios de Catalunya (Asfuncat), es decir, la patronal catalana, han publicado sus datos sobre 2021 en la que informan que en este año han prestado un 16% menos de servicios que en 2020, el año más duro de la pandemia y en el que falleció más gente.

Sin embargo, llaman poderosamente la atención otros datos ofrecidos por Asfuncat y que evidencian la terrible crisis de fe que se vive en este caso en Cataluña. Existe una clara tendencia ya a los funerales laicos.

En Germinans Germinabit, Oriol Trillas recoge estas estadísticas que reflejan que en 2021 las ceremonias civiles o entierros laicos representaban ya el 69% del total en la ciudad de Barcelona, claramente la zona más descristianizada.

En el entorno rural, donde la fe y la tradición está todavía más arraigada, las cifras disminuyen claramente. Así por ejemplo en Lérida estos entierros laicos representaron sólo el 5%. La media en Cataluña está ya en el 21% y va subiendo cada año.

Esta es la reflexión que realiza Trias sobre estos datos:

El auge de los funerales laicos

Según datos oficiales de ASFUNCAT  (la patronal catalana de servicios funerarios) las ceremonias civiles o entierros laicos representan ya un 69% del total en la ciudad de Barcelona. Ese porcentaje va disminuyendo en las zonas rurales, situándose Lérida en el otro extremo con solo un 5%. La media en Cataluña es de un 21 %, avanzando con fuerza.

El dato no puede ser más alarmante. Se conocía el desplome de los bautizos, en el que ya reciben el sacramento menos de la mitad de los nacidos; el hundimiento de las bodas católicas, que solo representan el 21% del total o las primeras comuniones que se sitúan en el 20%. Todo ello según datos de la Conferencia Episcopal. En Barcelona esos números descienden de manera aterradora: los bautizados no llegan al 35 % y los matrimonios católicos que se celebran se sitúan en un exiguo 11%. No obstante, ignorábamos el de las exequias laicas. Se podía pensar con facilidad que, al tratarse de personas generalmente de edad avanzada, se mantendrían unos números óptimos, al haber sido educadas en la práctica cristiana. Lógico sería pensar también que, ante el misterio de la muerte, la persona recibe mayor consuelo con la cercanía del Padre. Ni eso. La Iglesia Católica está perdiendo aquello que parecía uno de sus asideros: la fe en la Vida Eterna y una muerte que no es el final.

Ni fiestas ni entierros. Ni bodas y bautizos ni funerales. Ni se necesita a Dios para iniciar la vida ni se acuerdan de él al finalizarla. Algo se habrá hecho mal por parte de la Iglesia. Especialmente, cuando ni tan siquiera retiene, a la hora de partir, a aquellas personas mayores que han crecido en un ambiente católico. Imagínense que números nos depararán en un futuro, cuando vayan desapareciendo esas generaciones y sean mayoritarias las que han crecido en la ignorancia y la indiferencia religiosa.

Uno ha asistido a algunas de esas ceremonias laicas. Las hay bastante surrealistas. Asistí a una en la que había una figura de la Virgen de Montserrat puesta por la familia en la mesa que preside la sala. En otra pude comprobar que muerto el marido hace 11 años se había celebrado misa funeral corpore in sepulto y ahora fallecida la esposa se llevaba a cabo un funeral laico. He podido escuchar la plática profesional del funcionario de la empresa funeraria hablando de que la finada ya está con su marido, su mirada al cielo para dirigirse al difunto o hablar con él como si gozase de la vida eterna. No son ceremonias ateas. Si uno no cree en nada, tras la muerte no hay nada más. Ni cielo ni energía ni la tierra que le sea leve. Uno se muere y se acabó. Cuando uno no cree no mira al cielo, ni habla del retorno de la esposa con el marido en un hipotético más allá. Eso sí, un más allá sin Dios.

Ese es el quid de la cuestión: se ha postergado a Dios. Pero se sigue concibiendo la muerte, como si un remedo de Dios todavía existiese. Por eso se mira a las alturas y se habla de los difuntos que esperan al que acaba de fallecer. No se sabe si en el cielo, en la tierra, si en forma de alma o de pajarito inofensivo. Es decir, sigue existiendo una necesidad de explicación del misterio de la muerte; pero en la que no se precisa a la Iglesia como institución.

Y si no se necesita a la Iglesia en ese trance es que la Iglesia ha fallado. Y probablemente ha fallado en la pérdida de trascendencia. Si no se reza por el alma del difunto, si el funeral solo es una alabanza de sus pretendidas virtudes, si no existe el pecado y es innecesario rezar por el perdón de sus faltas, ¿para qué necesitamos sacerdote? Lo hará mejor el funcionario de la empresa funeraria, que se cree su actividad mucho más que algunos curas la suya. Porque ese es otro de los males de algunos de los religiosos que hallas en el tanatorio. Cuatro frases hechas, sin ningún calor especial. Un simple trámite.

El hundimiento de la práctica religiosa ha llegado a aquello que resultaba inimaginable: el entierro de la persona fallecida. En Barcelona un 69% de los mismos se celebra de forma laica. Y va a incrementarse notablemente. Aunque parece que a pocos les inquieta. Que el Titánic siga su curso.

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