En junio y julio, nuevas tandas predicadas por los monjes benedictinos
Ejercicios en el Valle de los Caídos: tres historias de conversión en un lugar «único y especial»
En marzo de 2015, tras treinta años sin convocarlos, los monjes de la abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos empezaron de nuevo a impartir ejercicios espirituales. El éxito de este retorno ha sido muy importante y en el último año decenas de personas han asistido a las diversas tandas.
Las últimas de este curso serán del viernes 24 al domingo 26 de junio, predicadas por el padre Alfredo Maroto, y del viernes 22 al lunes 25 de julio, predicadas por el padre Santiago Cantera. (Pincha aquí para reservar plaza para cualquiera de las dos tandas.)
En el Valle de los Caídos se dan tres condiciones simultáneas únicas que favorecen la disposición del alma a la renovación interior: la posibilidad de asistir a la liturgia de las horas con los monjes; el hecho de hacerlo en una basílica que el talento artístico de Juan de Álvalos concibió expresamente para favorecer la focalización del alma en Cristo; y la contemplación permanente de la impresionante Cruz, la mayor del mundo, como una llamada al cielo, en los largos y fructíferos paseos que permiten los ejercicios para la reflexión personal y la escucha de Dios.
El acceso al corredor y, al fondo, el crucero de la basílica y el altar, todo ello en la oquedad de la montaña y bajo la monumental Cruz: un lugar donde Dios habla a quienes acuden a escucharle.
En estos puntos coinciden tres ejercitantes que han contado a ReL su experiencia en el Valle de los Caídos en alguna de las tandas de los últimos meses.
Del cine al Valle...
"En este cambio yo no he hecho nada. Él lo ha hecho todo. Porque si Dios no hubiese tocado mi corazón, yo continuaría en el mismo camino, de espaldas a Él", empieza Clara.
Llevaba varios años buscando, confiesa, pero "no sabía qué": "Me sentía muy mal, lo tenía todo y no tenía nada. La gente diría 'no tiene de qué quejarse'. Estaba sumida en mi egoísmo, mi soberbia no me dejaba verme. Y tampoco veía más allá de mis narices, y a esto se sumó que mi padre murió, este mes de julio hará trece años. Había sido la niña mimada de mi padre y resulta que se fue, o eso creía yo".
"Ahí comenzó mi autodestrucción", continúa: "Comía por todo porque me sentía mal, porque quería dar pena, porque comencé a tratar mal a mi marido y a mis hijos y me sentía culpable después de tratarlos mal. También sucedió que en el lecho de muerte a mi padre le prometí llevarme bien con mi madre, a quien no soportaba. Subí 35 kilos y tomaba muchas pastillas. Y hubiera seguido así por muchos años, pero el Señor pone en tu camino siempre a gente para que nos ayude. Y a mí me puso a mi terapeuta".
Con la ayuda de María José, Clara empezó a bajar de peso y a tomar conciencia de su responsabilidad sobre "cada segundo" de su vida: "Comenzó mi búsqueda, que coincidió con el abandono de las pastillas que tomaba. En ese transitar me han gustado o atraído muchas corrientes de pensamiento. Recuerdo que vi con mi marido una peli de Martín Lutero, me encantó. Después pasé a practicar yoga y comencé a hacer meditación y mi espiritualidad se trasladó a la India. Comencé a leer libros sobre budismo, que además estaba muy de moda".
Clara agradece todo lo que aprendió de las personas que conoció en esas charlas, pero en mayo de 2013, durante un curso zen impartido por Susan Powell, consideró que por esa vía no había más avance: "Me di cuenta de que estaba buscando fuera lo que yo tenía en mi interior. Y desde ese momento no he hecho ni un curso más".
"En septiembre de ese año, María José, mi terapeuta, me propuso que me confesara con un cura. ¡Madre mía, una semana pensando esto! Me decidí, el padre Miguel me confesó. No sé lo que me ocurrió, ese día sentí que una fuerza sobrenatural me perdonaba y me quité un gran peso de encima. Descubrí que me había estado engañando todos estos años: 46 años de mi vida engañándome. Claro, que eso tiene consecuencias. Me descubro en una vida que yo, mi auténtico yo, no ha elegido. Es decir, en una casa que no sé si quiero, con un marido que no sé si quiero, y fruto de esto con unos hijos que están ahí y por supuesto en un trabajo que me cuesta admitir".
En abril de 2014, también por recomendación de María José, fue al cine a ver La Pasión de Mel Gibson: "Y me enamoro de Jesus, de tal manera que al día siguiente voy al viacrucis del Valle de los Caídos, lo hago casi todo llorando y dándome cuenta de lo que Cristo hizo por mí. Yo, en todo esto, no he hecho nada. Cada paso no lo he dado yo. Me ha sido puesto. Es verdad que yo estaba en búsqueda, pero cuando echo la mirada para atrás, veo que ha sido Dios que me ha ido tocando el corazón, para que yo, paso a paso, me fuera abriendo".
Clara es una de las muchas personas transformadas espiritualmente por la consideración de los sufrimientos de Cristo gracias a La Pasión de Mel Gibson.
En la vida de Clara empiezan a sucederse pequeñas llamadas de lo alto en medio de graves dificultades económicas. En mayo se mudó de casa: "Y el primer día que voy con las llaves, resulta que en la puerta hay una Virgen del Carmen de un metro de alto... Es como si ella viniera a mí, ya que yo no le hacía mucho caso. Por cierto, en esa casa, unos días más tarde, al coger el correo, encuentro un boletín de suscripción de Radio María, que no sabía ni que existía".
Aquel Sábado Santo, durante el via crucis en el Valle de los Caídos, el monje había mencionado el bautismo: "Recuerdo que mis hijos no están bautizados y le pido al Señor que me ayude y que como mis hijos son adolescentes me lo pusiera fácil. Y meses más tarde, el 6 de enero de 2015, los estábamos bautizando, Julia con 15 años y Carlos con 13".
Clara iba poco a poco comprendiéndose a sí misma, lo que siempre había buscado: "Me he dado cuenta de que una de las cosas que más miedo me daban era el rechazo de la gente. Y eso me ha hecho ir poniéndome caretas delante de las diferentes personas que más quería para no sentirme rechazada. Así me convertí en una buenista que postureaba siempre. Con la que más era con mi madre. Por eso mi casi odio y el siempre llevarme mal con ella. Y fue una de las cosas que más me perdoné con el padre Miguel, haber hecho tan infeliz a mi padre por mantener esa lucha con mi madre casi desde que era pequeña".
"Y para aprender la lección bien", recuerda, "Dios quiso que fuese quien tuvo que comunicar a mi madre que su hijo se había matado en un accidente de coche. ¡Yo, que tenía miedo paralizante al rechazo! Era claro que mi madre iba a rechazar esa noticia y a quien se la diera. Solo la oración me ayudó..."
"Otro paso muy importante para mí", concluye, "fue la vivencia en 2015 de dos retiros espirituales en el Valle de los Caídos, donde conocí al padre Alfredo, un ser humilde del cual aprendí muchísimo sobre la oración y el silencio interior. Y esta historia está sin terminar porque me van a seguir pasando cosas, así es la vida. Yo ahora, rezando, me siento muy acompañada por el Señor y la Virgen. Y por primera vez en mi vida, siento que estoy en el camino correcto".
Superando un aborto
"El Valle de los Caídos es un lugar santo donde se respira a Dios en el ambiente de naturaleza y oración que hay allí": así nos explica Vanesa, madrileña de 38 años, soltera, su experiencia tras los ejercicios espirituales con los monjes benedictinos de la abadía de la Santa Cruz.
"Llevo varios años en el camino en Cristo, ya que no he sido siempre cristiana de verdad, de corazón. No sabía que ser cristiano es vivir en relación con Jesucristo vivo y real, como lo conocemos en la Sagrada Escritura. Mi familia siempre fue creyente pero poco practicante. No entendíamos muchas cosas de la Iglesia y eso nos hacía no valorar el Cuerpo de Cristo y sus preciosos sacramentos", evoca antes de contarnos cómo era su vida antes de ahora.
"He conocido y vivido el infierno con mi pecado, ya que sin darme cuenta el mundo y mi carne me arrastraban a divertirme como no es vida, saliendo de copas, bebiendo, fumando, consumiendo incluso drogas como la cocaína. Pensaba que era solo pura diversión, y cuando quise darme cuenta era esclava de mi pecado", explica: "Tenia un buen trabajo, mucha vida social, incluso mi pareja, en la que pensaba tenía mis cimientos y mi confianza. ¡Qué equivocada estaba!".
Porque hubo un hecho que lo cambió todo, para mal pero también para inicio de su resurrección espiritual: "Cuando toda esa vida que yo creía era perfecta se vino abajo, por razones de la vida que nos ocurren sin más y de repente, entonces vi mi pobreza y mi soledad tremendas, en las que sólo estábamos yo y mi pecado, vi mi angustia, mi tristeza y mi amargura. Seguía teniendo amigos y trabajo, pero algo inundó mi alma hasta la muerte en vida. Todo vino a raíz del aborto que realicé".
Vanessa se hundió: "Poco podré expresar con palabras el dolor de matar, es más, de matar a tu propio hijo solo por conveniencia, quizá, o porque no era el momento adecuado... ¡Cuántas excusas más podemos decirnos! Pero en nuestro corazón sabemos la verdad, nos hemos desecho de nuestro hijo, le hemos negado la vida a un ser inocente por nuestro egoísmo y comodidad. Es terrible no ver o no querer ver la verdad, que uno arrastra este dolor de por vida".
El aborto abrió para Vanesa un periodo de culpa y soledad, una culpa y una soledad que iban a servirle para el encuentro con Dios.
Pasó por un periodo de angustia absoluta: "Así pensaba yo: ¿quién podría a mí sanarme aquel dolor escondido y oculto en el fondo de mi alma? Ya no era la misma, todo me daba igual, mi gran dolor de haber matado y mi tristeza en las decepciones de la vida diaria. No entendía por qué tanta soledad, qué era lo que necesitaba, lo que buscaba. Quizá sí, en algún momento pude pensar que Dios existía y vivía, pero nunca jamás podría hacerme la idea de que Él podría perdonar y sanar aquel dolor".
"Pero claro está que estaba equivocada", añade enseguida: "Él vino sin avisar, uno de esos días sin luz ni sentido en mi vida. Algo estaba pasando en mi alma. Mejor dicho, alguien vino a mi alma, donde sentí claramente que me decía: 'No estas sola, yo estoy contigo'. Sabía que era Jesús, no sé por qué tenía tan cierto que era Cristo quien me hablaba".
Ese mismo día, guiada por una fuerza que no identifica como suya propia, entró en una iglesia: "No pude parar de llorar, algo había cambiado en mi corazón y en mi alma que sentía me estaba sanando, me estaba consolado, me estaba amando. Dios perdonó mi pecado, reparó mi dolor y sanó mi herida hasta hacerla desaparecer, esto es vivir hasta la médula las misericordias del Señor".
"Hoy vivo enamorada del amor de Dios, que me sacó del infierno de mis vicios, de mi tristeza y soledad, vino sin pedir cuentas ni explicaciones, solo vino para amarme y perdonarme y llevarme a sus brazos divinos y hacerme feliz fuera del mal", dice Vanessa: "Ahora me toca a mí mantenerme cerca de Él por necesidad de su amor sin medida. Soy una mujer nueva enamorada del amor que es Dios mismo y necesito gritar lo que hace por nosotros".
En el Valle se medita en silencio, en soledad y bajo la constante e imponente presencia de la Cruz redentora.
En todo ese proceso tuvo mucho que ver su estancia en el Valle de los Caídos para un retiro: "Esos ejercicios con los monjes me hicieron recordar lo feliz que Dios me hace con su compasión. Recomiendo a todo el que busque a Dios de verdad que vaya a la soledad y a la oración y acuda a estos hombres de Dios que solo con su presencia nos hacen desearle más, conocerle más y, sobre todo, amarle mejor".
Buscando a Dios allí donde Él nos lleve
Luis, un hombre en edad madura, es un asiduo del Valle de los Caídos y no lo dudó cuando se convocaron las primeras tandas de ejercicios espirituales.
Tiene muy clara la forma en la que actúa la Providencia: "Dios nos ha creado para participar de su infinito ser, de su infinita plenitud y no hay nada más deslumbrante que un alma iluminada, acariciada por esa profunda e inefable unión con Dios en la caridad. Queramos o no, somos criaturas de Dios, a solo Dios pertenecemos y a solo Dios estamos destinados. Pero Dios no desea esa permanencia en nosotros sin la colaboración de nuestro asentimiento. Dios nos ha creado libres para que en el pleno ejercicio de nuestra libertad no deseemos otra cosa más preciada que a Dios por ser Dios. En este uso de la libertad le rechazamos, le apartamos de nuestra vida, le despreciamos; es el grito de dolor de San Francisco de Asís, que resuena angustiosamente en nuestros días: el Amor no es amado. Nuestra concupiscencia, esa inclinación que los hombres tenemos hacia el pecado, nos aparta más y más del amor de Dios. En palabras de San Pablo: 'No hago lo bueno que deseo, sino que obro lo malo que no deseo'”.
Ése era su caso, dice Luis: "Así se encontraba siempre mi alma, sometida sin cesar a los ataques del demonio, el mundo y la carne, ahogada en el ruido, sin escuchar la voz del Buen Pastor, que con su dulce y suave Palabra me invitaba a hacerle un hueco en lo más profundo de mi alma, para que pudiera habitar en ella. Cansado y agobiado en medio del mundo, tantas preocupaciones por todo, tanta ansiedad, tantas prisas, tanta ambición. Y al final, tan solo queda el Amor. Y el Amor me dice 'venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré'. Te niego constantemente, mi buen Dios, y, sin embargo, a buen precio me has comprado", reflexiona en voz alta.
En un cierto momento decidió apuntarse en una de las tandas de ejercicios del Valle: "Me he dado cuenta de que no fui yo quien fui, es la suave brisa del Espíritu Santo quien me conduce por caminos desconocidos. Dios nos conoce, conoce todas nuestras debilidades, pero en su infinita caridad no deja de invitarnos una y otra vez a volver a Él".
Y deshace un error respecto a pasar unos días de retiro espiritual: "Uno podría pensar que para asistir a unos ejercicios espirituales hay que ser un alma fervorosa, que está en camino de alcanzar la cumbre de la perfección y de la santidad. Nada más lejos de la realidad. ¿Qué somos sin la pura Misericordia de Dios? Somos almas heridas por el pecado, por el mundo, cada uno lleva sus espinas clavadas en su corazón, pero por encima de todo está la Misericordia de un Padre que sabemos que nos ama".
Luis comprendió que la salud del alma, como la del cuerpo, requiere esfuerzo y compromiso, y dejarse llevar es la peor idea.
Él lo descubrió en esos breves días, y descubrió también la necesidad que tiene el alma de trabajar por su propia santificación mediante esos paréntesis de recogimiento intenso: "Cuando no hace muchos años practicaba deporte, el entrenamiento del cuerpo y de la mente era muy exigente. Cuando quiero obtener un título, el estudio es necesario, si quiero obtener un trabajo debo esforzarme en la formación, si quiero conquistar a una persona, he de dedicar mucho tiempo a su conocimiento. Todo, absolutamente todo en la vida, requiere una ascesis, si queremos llegar a tener el éxito deseado. La vida del alma también requiere una ascesis, requiere una preparación continua en la carrera de la vida, llena de obstáculos, de dificultades".
"Mi alma es y sigue siendo una habitación llena de trastos viejos, de objetos rotos, sucia en sus rincones, llena de polvo, hasta con telarañas en muchas partes", confiesa: "Que nadie espere solucionar todos sus problemas, sus heridas, dar un vuelco a su vida con la asistencia a unos ejercicios espirituales. Pero hay algo de lo que no cabe duda. El Espíritu Santo actúa en cada hombre que quiera abrirle su alma. Y nada mejor ayuda a ello que la paz y el silencio".
Por eso valora tanto la experiencia de unos ejercicios precisamente en ese lugar: "La atmósfera que envuelve la abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos y la hospedería donde se desarrollan los ejercicios es única y especial. El lugar invita de por sí a la apertura del espíritu. A ello contribuye el clima de oración de los monjes benedictinos, que desde la aurora hasta el anochecer no dejan de contemplar, de alabar y glorificar a Dios con su vida. Los padres benedictinos que imparten los ejercicios transmiten la impronta de Dios en sus almas, son unos enamorados de Dios y sólo un verdadero enamorado tiene esa capacidad de transmitir a los demás aquello que vive y siente. En cada una de las meditaciones que se suceden a lo largo de los días, uno va entrando más profundamente en la dinámica del Espíritu Santo y el alma se abandona en los brazos de su Padre".
Los monjes, remata, "ayudan mucho a sosegar la navegación en un mar tempestuoso": "Dios proveerá a cada alma de aquello que necesita en cada momento, a cada uno Dios le concederá lo que necesita para la salud de su alma. Pero además los padres benedictinos están disponibles para un acompañamiento espiritual de forma individual, y además es posible también dejarse acariciar por la misericordia de Dios en el santo sacramento de la Penitencia".
Quien ha asistido a una liturgia en la basílica del Valle de los Caídos no lo olvida jamás.
Y una imagen imborrable: "La sagrada liturgia en el altar de la Basílica de la Santa Cruz, donde con toda devoción y solemnidad representan y renuevan el sacrificio de la Cruz.
Sin duda, para cualquier persona en cualquier situación que se encuentre y sea cual fuere el estado de su alma, los ejercicios espirituales representarán un antes y un después en la vida de su alma. Invito a todos a esta experiencia espiritual, que nos ofrecen los hijos de San Benito y que tanto bien ha ejercido en mi alma y en mi vida así como en la vida de cuantos compartimos estos momentos de intimidad con solo Dios, para bien vivir y en algunos casos para bien morir".
Pincha aquí para reservar plaza para las próximas tandas de ejercicios espirituales en el Valle: del 24 al 26 de junio y del 22 al 25 de julio.
Las últimas de este curso serán del viernes 24 al domingo 26 de junio, predicadas por el padre Alfredo Maroto, y del viernes 22 al lunes 25 de julio, predicadas por el padre Santiago Cantera. (Pincha aquí para reservar plaza para cualquiera de las dos tandas.)
En el Valle de los Caídos se dan tres condiciones simultáneas únicas que favorecen la disposición del alma a la renovación interior: la posibilidad de asistir a la liturgia de las horas con los monjes; el hecho de hacerlo en una basílica que el talento artístico de Juan de Álvalos concibió expresamente para favorecer la focalización del alma en Cristo; y la contemplación permanente de la impresionante Cruz, la mayor del mundo, como una llamada al cielo, en los largos y fructíferos paseos que permiten los ejercicios para la reflexión personal y la escucha de Dios.
El acceso al corredor y, al fondo, el crucero de la basílica y el altar, todo ello en la oquedad de la montaña y bajo la monumental Cruz: un lugar donde Dios habla a quienes acuden a escucharle.
En estos puntos coinciden tres ejercitantes que han contado a ReL su experiencia en el Valle de los Caídos en alguna de las tandas de los últimos meses.
Del cine al Valle...
"En este cambio yo no he hecho nada. Él lo ha hecho todo. Porque si Dios no hubiese tocado mi corazón, yo continuaría en el mismo camino, de espaldas a Él", empieza Clara.
Llevaba varios años buscando, confiesa, pero "no sabía qué": "Me sentía muy mal, lo tenía todo y no tenía nada. La gente diría 'no tiene de qué quejarse'. Estaba sumida en mi egoísmo, mi soberbia no me dejaba verme. Y tampoco veía más allá de mis narices, y a esto se sumó que mi padre murió, este mes de julio hará trece años. Había sido la niña mimada de mi padre y resulta que se fue, o eso creía yo".
"Ahí comenzó mi autodestrucción", continúa: "Comía por todo porque me sentía mal, porque quería dar pena, porque comencé a tratar mal a mi marido y a mis hijos y me sentía culpable después de tratarlos mal. También sucedió que en el lecho de muerte a mi padre le prometí llevarme bien con mi madre, a quien no soportaba. Subí 35 kilos y tomaba muchas pastillas. Y hubiera seguido así por muchos años, pero el Señor pone en tu camino siempre a gente para que nos ayude. Y a mí me puso a mi terapeuta".
Con la ayuda de María José, Clara empezó a bajar de peso y a tomar conciencia de su responsabilidad sobre "cada segundo" de su vida: "Comenzó mi búsqueda, que coincidió con el abandono de las pastillas que tomaba. En ese transitar me han gustado o atraído muchas corrientes de pensamiento. Recuerdo que vi con mi marido una peli de Martín Lutero, me encantó. Después pasé a practicar yoga y comencé a hacer meditación y mi espiritualidad se trasladó a la India. Comencé a leer libros sobre budismo, que además estaba muy de moda".
Clara agradece todo lo que aprendió de las personas que conoció en esas charlas, pero en mayo de 2013, durante un curso zen impartido por Susan Powell, consideró que por esa vía no había más avance: "Me di cuenta de que estaba buscando fuera lo que yo tenía en mi interior. Y desde ese momento no he hecho ni un curso más".
"En septiembre de ese año, María José, mi terapeuta, me propuso que me confesara con un cura. ¡Madre mía, una semana pensando esto! Me decidí, el padre Miguel me confesó. No sé lo que me ocurrió, ese día sentí que una fuerza sobrenatural me perdonaba y me quité un gran peso de encima. Descubrí que me había estado engañando todos estos años: 46 años de mi vida engañándome. Claro, que eso tiene consecuencias. Me descubro en una vida que yo, mi auténtico yo, no ha elegido. Es decir, en una casa que no sé si quiero, con un marido que no sé si quiero, y fruto de esto con unos hijos que están ahí y por supuesto en un trabajo que me cuesta admitir".
En abril de 2014, también por recomendación de María José, fue al cine a ver La Pasión de Mel Gibson: "Y me enamoro de Jesus, de tal manera que al día siguiente voy al viacrucis del Valle de los Caídos, lo hago casi todo llorando y dándome cuenta de lo que Cristo hizo por mí. Yo, en todo esto, no he hecho nada. Cada paso no lo he dado yo. Me ha sido puesto. Es verdad que yo estaba en búsqueda, pero cuando echo la mirada para atrás, veo que ha sido Dios que me ha ido tocando el corazón, para que yo, paso a paso, me fuera abriendo".
Clara es una de las muchas personas transformadas espiritualmente por la consideración de los sufrimientos de Cristo gracias a La Pasión de Mel Gibson.
En la vida de Clara empiezan a sucederse pequeñas llamadas de lo alto en medio de graves dificultades económicas. En mayo se mudó de casa: "Y el primer día que voy con las llaves, resulta que en la puerta hay una Virgen del Carmen de un metro de alto... Es como si ella viniera a mí, ya que yo no le hacía mucho caso. Por cierto, en esa casa, unos días más tarde, al coger el correo, encuentro un boletín de suscripción de Radio María, que no sabía ni que existía".
Aquel Sábado Santo, durante el via crucis en el Valle de los Caídos, el monje había mencionado el bautismo: "Recuerdo que mis hijos no están bautizados y le pido al Señor que me ayude y que como mis hijos son adolescentes me lo pusiera fácil. Y meses más tarde, el 6 de enero de 2015, los estábamos bautizando, Julia con 15 años y Carlos con 13".
Clara iba poco a poco comprendiéndose a sí misma, lo que siempre había buscado: "Me he dado cuenta de que una de las cosas que más miedo me daban era el rechazo de la gente. Y eso me ha hecho ir poniéndome caretas delante de las diferentes personas que más quería para no sentirme rechazada. Así me convertí en una buenista que postureaba siempre. Con la que más era con mi madre. Por eso mi casi odio y el siempre llevarme mal con ella. Y fue una de las cosas que más me perdoné con el padre Miguel, haber hecho tan infeliz a mi padre por mantener esa lucha con mi madre casi desde que era pequeña".
"Y para aprender la lección bien", recuerda, "Dios quiso que fuese quien tuvo que comunicar a mi madre que su hijo se había matado en un accidente de coche. ¡Yo, que tenía miedo paralizante al rechazo! Era claro que mi madre iba a rechazar esa noticia y a quien se la diera. Solo la oración me ayudó..."
"Otro paso muy importante para mí", concluye, "fue la vivencia en 2015 de dos retiros espirituales en el Valle de los Caídos, donde conocí al padre Alfredo, un ser humilde del cual aprendí muchísimo sobre la oración y el silencio interior. Y esta historia está sin terminar porque me van a seguir pasando cosas, así es la vida. Yo ahora, rezando, me siento muy acompañada por el Señor y la Virgen. Y por primera vez en mi vida, siento que estoy en el camino correcto".
Superando un aborto
"El Valle de los Caídos es un lugar santo donde se respira a Dios en el ambiente de naturaleza y oración que hay allí": así nos explica Vanesa, madrileña de 38 años, soltera, su experiencia tras los ejercicios espirituales con los monjes benedictinos de la abadía de la Santa Cruz.
"Llevo varios años en el camino en Cristo, ya que no he sido siempre cristiana de verdad, de corazón. No sabía que ser cristiano es vivir en relación con Jesucristo vivo y real, como lo conocemos en la Sagrada Escritura. Mi familia siempre fue creyente pero poco practicante. No entendíamos muchas cosas de la Iglesia y eso nos hacía no valorar el Cuerpo de Cristo y sus preciosos sacramentos", evoca antes de contarnos cómo era su vida antes de ahora.
"He conocido y vivido el infierno con mi pecado, ya que sin darme cuenta el mundo y mi carne me arrastraban a divertirme como no es vida, saliendo de copas, bebiendo, fumando, consumiendo incluso drogas como la cocaína. Pensaba que era solo pura diversión, y cuando quise darme cuenta era esclava de mi pecado", explica: "Tenia un buen trabajo, mucha vida social, incluso mi pareja, en la que pensaba tenía mis cimientos y mi confianza. ¡Qué equivocada estaba!".
Porque hubo un hecho que lo cambió todo, para mal pero también para inicio de su resurrección espiritual: "Cuando toda esa vida que yo creía era perfecta se vino abajo, por razones de la vida que nos ocurren sin más y de repente, entonces vi mi pobreza y mi soledad tremendas, en las que sólo estábamos yo y mi pecado, vi mi angustia, mi tristeza y mi amargura. Seguía teniendo amigos y trabajo, pero algo inundó mi alma hasta la muerte en vida. Todo vino a raíz del aborto que realicé".
Vanessa se hundió: "Poco podré expresar con palabras el dolor de matar, es más, de matar a tu propio hijo solo por conveniencia, quizá, o porque no era el momento adecuado... ¡Cuántas excusas más podemos decirnos! Pero en nuestro corazón sabemos la verdad, nos hemos desecho de nuestro hijo, le hemos negado la vida a un ser inocente por nuestro egoísmo y comodidad. Es terrible no ver o no querer ver la verdad, que uno arrastra este dolor de por vida".
El aborto abrió para Vanesa un periodo de culpa y soledad, una culpa y una soledad que iban a servirle para el encuentro con Dios.
Pasó por un periodo de angustia absoluta: "Así pensaba yo: ¿quién podría a mí sanarme aquel dolor escondido y oculto en el fondo de mi alma? Ya no era la misma, todo me daba igual, mi gran dolor de haber matado y mi tristeza en las decepciones de la vida diaria. No entendía por qué tanta soledad, qué era lo que necesitaba, lo que buscaba. Quizá sí, en algún momento pude pensar que Dios existía y vivía, pero nunca jamás podría hacerme la idea de que Él podría perdonar y sanar aquel dolor".
"Pero claro está que estaba equivocada", añade enseguida: "Él vino sin avisar, uno de esos días sin luz ni sentido en mi vida. Algo estaba pasando en mi alma. Mejor dicho, alguien vino a mi alma, donde sentí claramente que me decía: 'No estas sola, yo estoy contigo'. Sabía que era Jesús, no sé por qué tenía tan cierto que era Cristo quien me hablaba".
Ese mismo día, guiada por una fuerza que no identifica como suya propia, entró en una iglesia: "No pude parar de llorar, algo había cambiado en mi corazón y en mi alma que sentía me estaba sanando, me estaba consolado, me estaba amando. Dios perdonó mi pecado, reparó mi dolor y sanó mi herida hasta hacerla desaparecer, esto es vivir hasta la médula las misericordias del Señor".
"Hoy vivo enamorada del amor de Dios, que me sacó del infierno de mis vicios, de mi tristeza y soledad, vino sin pedir cuentas ni explicaciones, solo vino para amarme y perdonarme y llevarme a sus brazos divinos y hacerme feliz fuera del mal", dice Vanessa: "Ahora me toca a mí mantenerme cerca de Él por necesidad de su amor sin medida. Soy una mujer nueva enamorada del amor que es Dios mismo y necesito gritar lo que hace por nosotros".
En el Valle se medita en silencio, en soledad y bajo la constante e imponente presencia de la Cruz redentora.
En todo ese proceso tuvo mucho que ver su estancia en el Valle de los Caídos para un retiro: "Esos ejercicios con los monjes me hicieron recordar lo feliz que Dios me hace con su compasión. Recomiendo a todo el que busque a Dios de verdad que vaya a la soledad y a la oración y acuda a estos hombres de Dios que solo con su presencia nos hacen desearle más, conocerle más y, sobre todo, amarle mejor".
Buscando a Dios allí donde Él nos lleve
Luis, un hombre en edad madura, es un asiduo del Valle de los Caídos y no lo dudó cuando se convocaron las primeras tandas de ejercicios espirituales.
Tiene muy clara la forma en la que actúa la Providencia: "Dios nos ha creado para participar de su infinito ser, de su infinita plenitud y no hay nada más deslumbrante que un alma iluminada, acariciada por esa profunda e inefable unión con Dios en la caridad. Queramos o no, somos criaturas de Dios, a solo Dios pertenecemos y a solo Dios estamos destinados. Pero Dios no desea esa permanencia en nosotros sin la colaboración de nuestro asentimiento. Dios nos ha creado libres para que en el pleno ejercicio de nuestra libertad no deseemos otra cosa más preciada que a Dios por ser Dios. En este uso de la libertad le rechazamos, le apartamos de nuestra vida, le despreciamos; es el grito de dolor de San Francisco de Asís, que resuena angustiosamente en nuestros días: el Amor no es amado. Nuestra concupiscencia, esa inclinación que los hombres tenemos hacia el pecado, nos aparta más y más del amor de Dios. En palabras de San Pablo: 'No hago lo bueno que deseo, sino que obro lo malo que no deseo'”.
Ése era su caso, dice Luis: "Así se encontraba siempre mi alma, sometida sin cesar a los ataques del demonio, el mundo y la carne, ahogada en el ruido, sin escuchar la voz del Buen Pastor, que con su dulce y suave Palabra me invitaba a hacerle un hueco en lo más profundo de mi alma, para que pudiera habitar en ella. Cansado y agobiado en medio del mundo, tantas preocupaciones por todo, tanta ansiedad, tantas prisas, tanta ambición. Y al final, tan solo queda el Amor. Y el Amor me dice 'venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré'. Te niego constantemente, mi buen Dios, y, sin embargo, a buen precio me has comprado", reflexiona en voz alta.
En un cierto momento decidió apuntarse en una de las tandas de ejercicios del Valle: "Me he dado cuenta de que no fui yo quien fui, es la suave brisa del Espíritu Santo quien me conduce por caminos desconocidos. Dios nos conoce, conoce todas nuestras debilidades, pero en su infinita caridad no deja de invitarnos una y otra vez a volver a Él".
Y deshace un error respecto a pasar unos días de retiro espiritual: "Uno podría pensar que para asistir a unos ejercicios espirituales hay que ser un alma fervorosa, que está en camino de alcanzar la cumbre de la perfección y de la santidad. Nada más lejos de la realidad. ¿Qué somos sin la pura Misericordia de Dios? Somos almas heridas por el pecado, por el mundo, cada uno lleva sus espinas clavadas en su corazón, pero por encima de todo está la Misericordia de un Padre que sabemos que nos ama".
Luis comprendió que la salud del alma, como la del cuerpo, requiere esfuerzo y compromiso, y dejarse llevar es la peor idea.
Él lo descubrió en esos breves días, y descubrió también la necesidad que tiene el alma de trabajar por su propia santificación mediante esos paréntesis de recogimiento intenso: "Cuando no hace muchos años practicaba deporte, el entrenamiento del cuerpo y de la mente era muy exigente. Cuando quiero obtener un título, el estudio es necesario, si quiero obtener un trabajo debo esforzarme en la formación, si quiero conquistar a una persona, he de dedicar mucho tiempo a su conocimiento. Todo, absolutamente todo en la vida, requiere una ascesis, si queremos llegar a tener el éxito deseado. La vida del alma también requiere una ascesis, requiere una preparación continua en la carrera de la vida, llena de obstáculos, de dificultades".
"Mi alma es y sigue siendo una habitación llena de trastos viejos, de objetos rotos, sucia en sus rincones, llena de polvo, hasta con telarañas en muchas partes", confiesa: "Que nadie espere solucionar todos sus problemas, sus heridas, dar un vuelco a su vida con la asistencia a unos ejercicios espirituales. Pero hay algo de lo que no cabe duda. El Espíritu Santo actúa en cada hombre que quiera abrirle su alma. Y nada mejor ayuda a ello que la paz y el silencio".
Por eso valora tanto la experiencia de unos ejercicios precisamente en ese lugar: "La atmósfera que envuelve la abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos y la hospedería donde se desarrollan los ejercicios es única y especial. El lugar invita de por sí a la apertura del espíritu. A ello contribuye el clima de oración de los monjes benedictinos, que desde la aurora hasta el anochecer no dejan de contemplar, de alabar y glorificar a Dios con su vida. Los padres benedictinos que imparten los ejercicios transmiten la impronta de Dios en sus almas, son unos enamorados de Dios y sólo un verdadero enamorado tiene esa capacidad de transmitir a los demás aquello que vive y siente. En cada una de las meditaciones que se suceden a lo largo de los días, uno va entrando más profundamente en la dinámica del Espíritu Santo y el alma se abandona en los brazos de su Padre".
Los monjes, remata, "ayudan mucho a sosegar la navegación en un mar tempestuoso": "Dios proveerá a cada alma de aquello que necesita en cada momento, a cada uno Dios le concederá lo que necesita para la salud de su alma. Pero además los padres benedictinos están disponibles para un acompañamiento espiritual de forma individual, y además es posible también dejarse acariciar por la misericordia de Dios en el santo sacramento de la Penitencia".
Quien ha asistido a una liturgia en la basílica del Valle de los Caídos no lo olvida jamás.
Y una imagen imborrable: "La sagrada liturgia en el altar de la Basílica de la Santa Cruz, donde con toda devoción y solemnidad representan y renuevan el sacrificio de la Cruz.
Sin duda, para cualquier persona en cualquier situación que se encuentre y sea cual fuere el estado de su alma, los ejercicios espirituales representarán un antes y un después en la vida de su alma. Invito a todos a esta experiencia espiritual, que nos ofrecen los hijos de San Benito y que tanto bien ha ejercido en mi alma y en mi vida así como en la vida de cuantos compartimos estos momentos de intimidad con solo Dios, para bien vivir y en algunos casos para bien morir".
Pincha aquí para reservar plaza para las próximas tandas de ejercicios espirituales en el Valle: del 24 al 26 de junio y del 22 al 25 de julio.
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