Fernando Bielza y Enrique Pérez Bañón, pocas semanas al frente de su nuevas parroquias de Madrid
Experiencias de dos párrocos novatos: papeles, dinero... pero «lo que importa es estar con la gente»
Alfa y Omega recoge las experiencias de dos párrocos novatos de Madrid. ¿Cómo viven su nueva posición? Lo explica Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo (que también hace las fotos).
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«Bienvenido a casa»: así te recibe Enrique Pérez Bañón cuando entras a la sacristía a saludar al nuevo párroco de Nuestra Señora de la Misericordia. Acaba de celebrar la Misa de la mañana y ha dejado expuesto al Santísimo, que presidirá el altar hasta la noche. Al manejar las luces del presbiterio para ensalzar la presencia del Señor en la custodia se lía y enciende la que no es. «Es que todavía no sé cómo van las luces de la iglesia», se ríe.
Más tarde, durante la entrevista, reconocerá con humor que «me sigo perdiendo en la sacristía, en el altar y en mi propia casa», porque Enrique es uno de los sacerdotes de Madrid que toman las riendas de una parroquia por primera vez.
Enrique Pérez Bañón, párroco novato, conociéndose el barrio, junto al estadio del Rayo Vallecano
Aunque fue ordenado sacerdote en el año 2011, desde entonces ha sido vicario en varias parroquias, hasta que hace poco más de un mes recibió el nombramiento no solo de Nuestra Señora de la Misericordia, sino también de Nuestra Señora de la Piedad, que se van a unir en una sola unidad pastoral.
«Lo recibí con mucha gratitud y con mucha responsabilidad», cuenta. «Pero hasta que no eres párroco no sabes en realidad todo lo que implica. Yo he visto siempre a los párrocos pendientes de cosas como recibos, contratos y suministros, pero hasta ahora veía todo eso con una sana distancia», ríe.
«Ahora, de repente, soy el responsable de todo», explica, pero para ayudarle la diócesis organizó en septiembre un curso para párrocos nuevos, en el que aprendieron todo lo necesario para llevar una parroquia: cuestiones económicas y administrativas, de gestión, de obras…
«Ese día me quedé un poco asustado por todo lo que había que hacer y todo lo que podría pasar –dice Enrique–. Tienes que conocer también qué responsabilidades civiles y penales tienes, porque al fin y al cabo eres el gestor de una empresa. Y también tienes que aprender a llevar una economía de comunión con la diócesis, porque eres párroco de una parroquia, pero no vives al margen de la Iglesia. Todo eso tienes que vivirlo e integrarlo bien, sabiendo que trabajas en el conjunto de la vida de la Iglesia diocesana».
La parroquia como punto de encuentro
Del día que tomó posesión de la parroquia recuerda que «los feligreses me recibieron muy bien», porque «lo mejor que tiene cualquier parroquia es la gente, y eso lo he notado desde el primer día, hay una conciencia de familia y de hogar. Me hicieron sentirme en casa y muy acogido como pastor. La gente reconoce y valora el sacramento del sacerdocio y el envío a la comunidad. Agradezco mucho su naturalidad y su eclesialidad».
Los primeros días se dedicó a conocer el barrio, para lo que le pidió a un vicario que le acompañara a recorrer los límites de la parroquia, «porque la parroquia es el territorio y la gente del barrio, no es solo el templo y los fieles», dice.
Esos días le sirvieron «para ir poniendo rostro a las calles, para saber dónde está la gente, dónde vive tal o cual catequista, y hasta cuál es la panadería que hace el mejor pan», dice con humor, añadiendo además que «a esta parroquia le marca mucho estar justo enfrente del estadio del Rayo Vallecano, lo que nos da un cierto divertimento cada dos semanas».
«En este mes y medio ya me he cortado el pelo dos veces», cuenta Enrique, porque cree importante que el sacerdote «haga vida en su barrio y que todos le conozcan, independientemente de la fe y de la práctica religiosa que tengan». En el vecindario ha advertido un barrio «mayoritariamente avejentado», procedente del aluvión de los años 50 y 60, en el que hay vecinos de toda la vida pero también «una floreciente comunidad hispana, sobre todo de venezolanos», lo que plantea al nuevo párroco el reto «no solo de tenerles en cuenta, sino de integrarlos».
Se trata de un desafío que se suma al de hacer de las dos parroquias una sola comunidad, «para que no vaya cada cual por su lado, ni por edades ni por origen; que haya pastoral para todos pero también un punto de encuentro y comunión, respetando la personalidad de cada uno».
«No soy un meteorito»
Para Enrique, lo más difícil de los primeros días ha sido hacer los trámites con el banco para gestionar la economía parroquial «y poder hacer la parroquia que los fieles quieren que hagamos con su dinero». Pero, para salvar esta incomodidad, le ayuda ver las gestiones «no como algo meramente burocrático, sino como un medio concreto para el bien de la gente. Gracias a ello es posible que la Iglesia pueda crecer y se pueda mantener, y que pueda desarrollar su labor principal, que es la pastoral». Porque «la pastoral y la evangelización no son algo abstracto, sino encarnado, y eso pasa por lo administrativo y lo legal. La comunidad se sostiene gracias a elementos imprescindibles de tipo económico y legal que no son opcionales».
Después de solo mes y medio al frente de su nuevo destino, Enrique afirma que no tiene otro proyecto de futuro más que «conocer, valorar y querer a mi parroquia», teniendo claro que «no soy un meteorito que haya caído aquí de repente. Hay más de medio siglo de vida previa y espero que la haya después. Yo solo quiero estar a disposición de todos: de los que vienen al templo y también los que están en sus casas, en los comercios o en las calles».
En bici de parroquia a parroquia
Fernando Bielza es otro de los párrocos novatos, y se estrena con dos parroquias para hacer una sola: Santa Cristina y Santa Margarita. En la primera ha sido vicario durante el último año, hasta que le nombraron párroco hace dos meses. «Me preguntaron si quería ser párroco pero no sé si hubiera podido decir que no», ríe. «Pero una vez que dije: “Señor, lo que quieras”, ya todo me pareció más fácil».
Fernando Bielza usa su bicicleta y casco para desplazarse de parroquia a parroquia
Para ir de un templo a otro se desplaza en bicicleta, y los fieles ya se están acostumbrando a verle con el casco puesto. De vocación tardía, estudió Derecho y ADE y fue diplomático en el extranjero durante cinco años, lo que le ha ayudado a la hora de tomar las riendas de la parroquia: «Los temas de administración me gustan, la verdad. Creo que en eso soy un poco atípico», reconoce.
Por eso, lo que más le ha costado al pasar de vicario a párroco no ha sido el papeleo, sino la falta de tiempo: «De repente te caen un millón de cosas a la vez... Estoy empezando ahora a adaptarme a este ritmo, pero en los últimos dos meses no he parado ni un minuto, entre gestiones, organización, supervisión… y todo lo que tiene el trato con las personas, que es algo que, si quieres, no acaba nunca». Pero se pueden compatibilizar las dos cosas: «si no, sería casi un pecado encargar a alguien ser párroco», dice riendo.
En su parroquia hay tres grupos de feligreses bien definidos:
- uno de personas mayores, «los más fieles, el núcleo duro de la parroquia»;
- luego hay otro grupo de personas procedente de la inmigración, «gente joven pero en situaciones personales con frecuencia difíciles»,
- y un tercer grupo de personas que van al templo aprovechando que están de paso, atraídos por su belleza, para rezar un rato o asistir a Misa.
«Un buen signo es que ahora estamos creciendo gracias a Dios en número de chavales en iniciación cristiana y en el grupo de juveniles. Ello nos llena de esperanza para que en el futuro siga habiendo en el barrio buenos cristianos que sean luz y sal para todos» dice.
Fernando reconoce que, «en este momento, la parroquia tiene mucha vida de sacramentos y devoción, pero poca vida de comunidad», algo que sale a la luz al hablar de su sueño de cara al futuro: una parroquia «siempre abierta, en la que la gente se pueda encontrar con Dios, y en la que se viva la fraternidad cristiana». Porque al igual que Enrique, Fernando sabe que «la gente es lo mejor que tiene la Iglesia».
(Publicado en Alfa y Omega en el día de la Iglesia diocesana)