Una decepcionante EpC
El gobierno ha perdido una oportunidad para corregir adecuadamente la EpC socialista.
1. Un juicio sobre la nueva EpC. En estos meses las diferentes asociaciones que han defendido la libertad de conciencia contra el dogmatismo estatal de Epc han mantenido diferentes estrategias de oposición más o menos visible. Con todo, su rigor y la firmeza contra las lagunas del texto propuesto por Wert me han parecido muy semejantes. Sin duda hay que felicitarse por ello. Durante estos meses se han sucedido artículos, análisis y declaraciones públicas sobre los planes del gobierno. El mejor análisis que conozco es el informe elaborado por Profesionales por la ética. Me adhiero plenamente a él y nada tengo que añadir.
No obstante, sí debo señalar que, de haber planteado el gobierno de Zapatero un texto como el de Wert, dudo mucho que hubiera habido una oposición ciudadana tan potente. Dudo incluso de que alguien hubiera propuesto la objeción. Hay que reconocer el esfuerzo del gobierno de eliminar lo más burdo del proyecto socialista; conociendo como conozco otros currículos de otras materias, el nuevo Real Decreto no es mucho peor que otros vigentes desde hace tiempo. Pero todo juicio tiene un contexto y esta nueva EpC sabíamos que iba ser examinada con detalle. El examen, en su resultado final, no puede ser más decepcionante. Por lo que yo sé todas las aportaciones que han hecho las asociaciones contrarias a Epc han sido desatendidas.
2. Y sin embargo es una gran victoria. Pero no podemos perder la perspectiva de los acontecimientos. En primer lugar, esta nueva materia estará vigente un único curso. Lo realmente importante, pues, está por llegar. En segundo lugar, hay que constatar que
3. La raíz del problema. Con la perspectiva del tiempo creo que el problema que ocasiona Epc no es principalmente político, sino moral. El hecho de que tanto la izquierda sectaria como la derecha miope coincidan, aunque con matices importantes, es muy revelador. En un artículo anterior, Instrucción y educación, me permití apuntar algunas preguntas incómodas. Simplificando se me ocurren las siguientes consideraciones:
3.1. EpC surge de la convicción de la necesidad de que la democracia tenga una moral. Esta convicción está extendida a derecha e izquierda, lo cual explicaría la incapacidad del gobierno actual. La democracia necesita de una moral para poder justificarse, una suerte de moral democrática; lo curioso es que nadie ha expresado en qué consiste esa moral más allá de referencias vacías y abstractas al pluralismo, a la tolerancia o a la libertad. Epc quiere ser una moral democrática que, por puro dogmatismo, se presenta como universal y laica. En mi opinión es la versión última del ideal de Stuart Mill de una moral de la humanidad (democrática). Una moral que se reviste de las características de una nueva religión laica. Ideal ilustrado y masónico.
3.2 Epc surge de la distinción y oposición entre la moral democrática universal y laica y el cristianismo. Desde ese punto de vista el cristianismo se confina al ámbito de lo privado. El católico es ciudadano sólo en la medida que se identifica con la moral democrática. Esperanza Guisán en su libro Ética sin religión escribe: “Por supuesto que algunos católicos pueden, no sin dificultades ciertamente, ser buenos ciudadanos, es decir, individuos autodesarrollados, libres y solidarios, pero a la mayoría de ellos les resulta bastante difícil, cuando no imposible”.
3.3 La moral democrática necesita de una educación moral democrática. La misma autora y en el mismo libro escribe: “La educación moral para la democracia tiene que asegurar que el hombre sea el creador de sus propios valores desde la luz de la razón y el calor de las pasiones; las hermosas e insoslayables pasiones que dan fuerza, contenido y sentido, el único posible sentido, a nuestras vidas”. No otra cosa quería –quiere- EpC.
Es importante volver a resaltar que estas tres notas son compartidas por derecha e izquierda.
4. Posible respuesta. ¿Es posible una educación moral fuera de la familia? No sólo es posible: se da y es bueno que se dé. La escuela siempre ha educado al alumno en virtudes. Me parece que la insistencia en que la familia y no la escuela enseñan códigos morales, debe ser completada y matizada. Me atrevería a afirmar lo siguiente:
4.1. Es imprescindible una educación moral de virtudes en nuestros centros escolares. En aquellos centros con ideario propio, los que se mencionen en el ideario. Los padres, sin duda, deben ser muy exigentes en el cumplimiento del ideario del centro. En los centros estatales, igualmente, debería recogerse en sus proyectos educativos qué virtudes desean trabajar especialmente con sus alumnos. Obsérvese que escribo “virtudes” y no “valores”. Es imprescindible reivindicar el concepto clásico de virtud. Esas virtudes nada tienen que ver con una moral democrática o de Estado. Pienso en virtudes como esfuerzo, disciplina, puntualidad, orden, limpieza, compañerismo, respeto, solidaridad, justicia, etc. Todas ellas también practicadas en la familia.
4.2. El único modo de enseñar la democracia es practicándola. Aquí surgen preguntas inquietantes: ¿España realmente es una democracia?, ¿tiene atractivo para nuestra juventud la democracia que ellos perciben?, ¿cómo funcionan los partidos o los sindicatos?, ¿por qué la distancia sideral entre políticos y ciudadanía?
4.3. La democracia no necesita de una moral particular: necesita hombres buenos para que sean buenos ciudadanos. Somos los católicos los mejor dispuestos para comprender y explicar esa afirmación. Basta con que no tengamos miedo y nos sacudamos la montaña de complejos culturales que nos abruman.
5. Volviendo a la nueva EpC. A pesar de todo lo dicho, creo poco inteligente que esta nueva EpC sea casus belli. Sus efectos dañinos serán nulos. Es más necesario, hoy, estar al lado del gobierno para ayudarle en la elaboración de la reforma educativa en ciernes. Y, así, comprobar al fin si esta derecha política que nos gobierna, colonizada por axiomas progresistas, es capaz de pergeñar una materia auténticamente respetuosa con las conciencias y con la auténtica democracia.