Centenario del escritor Gironella
Tachado de escritor "católico y de derechas", o sea, facha, según el esquema de los inquisidores de la dictadura siniestra dominante, el centenario de su nacimiento ha sido totalmente ignorado, silenciado bajo la injusta y aplastante losa del sectarismo cultural que nos invade
De haber seguido viviendo, el último día del año que acaba de despedirse habría cumplido cien años el fecundo y super exitoso novelista español, José María Gironella Pous (Dirnius, Gerona-Arenys de Mar, Barcelona, 31-2003). Se hizo multimillonario dándole a la imaginación y a la tecla, un milagro en las letras españolas. Ningún otro escribano de estos pagos del siglo XX, ha logrado igualar, ni de lejos, su hazaña de vender seis millones de ejemplares de un solo título: Los cipreses creen en Dios (1953).
Otros títulos suyos (Un millón de muertos, 1961, y Ha estallado la paz, 1966) también consiguieron records de ventas, aunque no llegaron alcanzar el listón del citado anteriormente. Estos tres libros, con el bastante posterior Los hombres lloran solos, de 1986, forman la tetralogía que Gironella se propuso escribir sobre la guerra civil española, sus antecedentes, hechos y consecuencias.
Libros todos gordos, de muchas páginas, que yo leí los tres primeros con verdadero interés, sobre todo por la historia a la que se referían, que en mí, niño de la guerra, dejó las secuelas que pueden imaginarse.
Gironella, trabajador incansable, escribió otros muchos libros de los más variados temas: Cien españoles y Dios (1969), que luego volvió a repetir con Nuevos cien españoles y Dios (1994); El escándalo de Tierra Santa (1978), criticando ácidamente el negocio de los mercaderes del templo con la venta de recuerdos de los santos lugares; El escándalo del Islam, que no he leído; Las pequeñas cosas de Dios (1994), etcétera. Es decir, varios volúmenes con Dios entre bastidores, reflejo de su espíritu religioso vivido de una manera oscilante y quizás azarosa.
También obtuvo diversos galardones, como el premio Nadal de 1946 con la novela Un hombre; el Nacional de Literatura en 1953 y el Ateneo de Sevilla en 1988.
Casó con María Castañer, con la que no tuvo descendencia, pero con la que compartió toda su vida hasta el final de sus días, aunque no sé cual de los dos falleció antes. Culo de mal asiento, vivió, siempre en compañía de su mujer, en numerosas ciudades europeas –hasta en Helsinki– y Estados Unidos. Tras hacerse millonario, atravesó un período de inestabilidad mental, por lo que algunos dijeron que se había vuelto loco. Pero debió ser más bien, a mi entender, que no sabía ser rico. De origen humilde y difíciles inicios para ganarse la vida, al llegarle el dinero a espuertas le descolocó síquicamente. Pero después de varios años de inactividad, recuperó el equilibrio y volvió a ser el estajanovista literario de siempre.
Su estilo es un tanto garbancero y limitado, propio de los autores bilingües, que rumian en una lengua, tal vez la del terruño, y se expresan frente al público en otra más culta y universal. Eso les obliga a ejercer un continuo trabajo mental de traducción, generalmente automático, casi inadvertido, pero que, quiérase o no, lastra la fluidez y riqueza de la expresión. Yo sé bastante de eso, dado mi origen valenciano. Me costó largos años superar esta dificultad, vencida en gran medida gracias a la convivencia con mi mujer, una madrileña de pro. Ahora tengo que hacer lo contrario (traducir in mente del castellano al valenciano, cuando hablo con mis parientes y amigos de la tierra).
En todo caso Gironella era un autor que sabía organizar con habilidad el relato para mantener elevado el interés del lector y atraparle en los vericuetos de la intriga. Ahora, sin embargo, nada de eso se tiene en cuenta, ni su enorme popularidad ni el extraordinario éxito de sus novelas. Tachado de escritor “católico y de derechas”, o sea, facha, según el esquema de los inquisidores de la dictadura siniestra dominante, el centenario de su nacimiento ha sido totalmente ignorado, silenciado bajo la injusta y aplastante losa del sectarismo cultural que nos invade.
Gironella no fue un autor mimado por el régimen anterior. La prueba es que su primer best-seller, Los cipreses creen en Dios, fue censurado por los guardianes de las esencias del franquismo, pero el censor, al enterarse de que el libro se estaba publicando en el extranjero con un etiqueta en la cubierta que decía Censurado en España, retiró inmediatamente la prohibición de editarse en el “interior”, como decíamos los opositores de entonces. Persona de principios morales, ciertamente católicos, en sus libros trató siempre con respeto a los del bando perdedor, aunque tenía motivos personales para no guardarles tanta consideración. Espectador privilegiado de las atrocidades cometidas al iniciarse la guerra, fue llamado a filas a mediados del verano de 1937 con su quinta del 38 por el gobierno de la República, pero en cuanto tuvo le mínima oportunidad, huyó a Francia y desde allí pasó a la España llamada nacional, donde se incorporó al Tercio de Requetés Nuestra Señora de Montserrat, su humus natural. Sin embargo, no sacó ningún provecho personal de ello, sino que todo lo que consiguió se debió a su propio esfuerzo, a su tesón y constancia, superando la barrera lingüística de sus orígenes y su falta de formación académica. Ningunearle ahora es impropio de personas con un mínimo de nivel intelectual y ético. O sea, muy propio de la ralea mezquina y reaccionaria a la que estamos sometidos y la vergüenza del silencio cómplice de la tropa lanar que hace de comparsa.
Otros títulos suyos (Un millón de muertos, 1961, y Ha estallado la paz, 1966) también consiguieron records de ventas, aunque no llegaron alcanzar el listón del citado anteriormente. Estos tres libros, con el bastante posterior Los hombres lloran solos, de 1986, forman la tetralogía que Gironella se propuso escribir sobre la guerra civil española, sus antecedentes, hechos y consecuencias.
Libros todos gordos, de muchas páginas, que yo leí los tres primeros con verdadero interés, sobre todo por la historia a la que se referían, que en mí, niño de la guerra, dejó las secuelas que pueden imaginarse.
Gironella, trabajador incansable, escribió otros muchos libros de los más variados temas: Cien españoles y Dios (1969), que luego volvió a repetir con Nuevos cien españoles y Dios (1994); El escándalo de Tierra Santa (1978), criticando ácidamente el negocio de los mercaderes del templo con la venta de recuerdos de los santos lugares; El escándalo del Islam, que no he leído; Las pequeñas cosas de Dios (1994), etcétera. Es decir, varios volúmenes con Dios entre bastidores, reflejo de su espíritu religioso vivido de una manera oscilante y quizás azarosa.
También obtuvo diversos galardones, como el premio Nadal de 1946 con la novela Un hombre; el Nacional de Literatura en 1953 y el Ateneo de Sevilla en 1988.
Casó con María Castañer, con la que no tuvo descendencia, pero con la que compartió toda su vida hasta el final de sus días, aunque no sé cual de los dos falleció antes. Culo de mal asiento, vivió, siempre en compañía de su mujer, en numerosas ciudades europeas –hasta en Helsinki– y Estados Unidos. Tras hacerse millonario, atravesó un período de inestabilidad mental, por lo que algunos dijeron que se había vuelto loco. Pero debió ser más bien, a mi entender, que no sabía ser rico. De origen humilde y difíciles inicios para ganarse la vida, al llegarle el dinero a espuertas le descolocó síquicamente. Pero después de varios años de inactividad, recuperó el equilibrio y volvió a ser el estajanovista literario de siempre.
Su estilo es un tanto garbancero y limitado, propio de los autores bilingües, que rumian en una lengua, tal vez la del terruño, y se expresan frente al público en otra más culta y universal. Eso les obliga a ejercer un continuo trabajo mental de traducción, generalmente automático, casi inadvertido, pero que, quiérase o no, lastra la fluidez y riqueza de la expresión. Yo sé bastante de eso, dado mi origen valenciano. Me costó largos años superar esta dificultad, vencida en gran medida gracias a la convivencia con mi mujer, una madrileña de pro. Ahora tengo que hacer lo contrario (traducir in mente del castellano al valenciano, cuando hablo con mis parientes y amigos de la tierra).
En todo caso Gironella era un autor que sabía organizar con habilidad el relato para mantener elevado el interés del lector y atraparle en los vericuetos de la intriga. Ahora, sin embargo, nada de eso se tiene en cuenta, ni su enorme popularidad ni el extraordinario éxito de sus novelas. Tachado de escritor “católico y de derechas”, o sea, facha, según el esquema de los inquisidores de la dictadura siniestra dominante, el centenario de su nacimiento ha sido totalmente ignorado, silenciado bajo la injusta y aplastante losa del sectarismo cultural que nos invade.
Gironella no fue un autor mimado por el régimen anterior. La prueba es que su primer best-seller, Los cipreses creen en Dios, fue censurado por los guardianes de las esencias del franquismo, pero el censor, al enterarse de que el libro se estaba publicando en el extranjero con un etiqueta en la cubierta que decía Censurado en España, retiró inmediatamente la prohibición de editarse en el “interior”, como decíamos los opositores de entonces. Persona de principios morales, ciertamente católicos, en sus libros trató siempre con respeto a los del bando perdedor, aunque tenía motivos personales para no guardarles tanta consideración. Espectador privilegiado de las atrocidades cometidas al iniciarse la guerra, fue llamado a filas a mediados del verano de 1937 con su quinta del 38 por el gobierno de la República, pero en cuanto tuvo le mínima oportunidad, huyó a Francia y desde allí pasó a la España llamada nacional, donde se incorporó al Tercio de Requetés Nuestra Señora de Montserrat, su humus natural. Sin embargo, no sacó ningún provecho personal de ello, sino que todo lo que consiguió se debió a su propio esfuerzo, a su tesón y constancia, superando la barrera lingüística de sus orígenes y su falta de formación académica. Ningunearle ahora es impropio de personas con un mínimo de nivel intelectual y ético. O sea, muy propio de la ralea mezquina y reaccionaria a la que estamos sometidos y la vergüenza del silencio cómplice de la tropa lanar que hace de comparsa.
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