Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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La Cruz como único progreso del hombre

por Guillermo Urbizu


 
Jesús, te sigo. Estoy entre la multitud que te insulta y zahiere. ¡Qué impotencia el verte tan herido, tan humillado! Te sigo, Jesús mío. Vas dejando un reguero de sangre a Tu paso. Me empujan, me cuesta seguirte… ¿Por qué quieres sufrir tanto? Estás irreconocible. ¿Es por mí por lo que llevas adelante esa Cruz? ¿Es por todo este gentío que te aborrece? Perdóname Jesús, perdona cada uno de mis pecados. Perdónanos a todos. ¡Cómo cuestan las palabras! ¡Cómo cuesta vivir viendo que vas camino de Tu muerte! No tiene sentido todo esto, no quiero que pase Jesús, no quiero que sufras más por mi culpa. Quisiera ayudarte, pero me da miedo y me escondo entre estos gritos blasfemos. Gritos como piedras, como flechas, como balas, como explosiones. ¡Cómo cuesta estar a la altura de Tu silencio, de Tu mansedumbre, de Tu amor! Estoy aquí Jesús mío, sabes que estoy aquí, detrás de todo este veneno. Me miran de mala manera y el camino -Tu camino- es cada vez más empinado, más arisco, más difícil. Te caes y rebota Tu Cuerpo contra el suelo. ¡Dios! Mi alma se desploma Contigo. No puedo más, no puedo seguir mirando… Soy muy cobarde, de sobra me conoces. Quisiera acercarme a Ti, quisiera… Alguien me pregunta si te conozco, y me escabullo, me callo. Tú te levantas, tú me levantas. Con esa Cruz, con mis pecados. Perdóname Jesús, perdona mi pánico. ¿Por qué te desprecian así? Y yo no soy mejor que nadie, lo sé, pero tanta rabia, tanto odio, ¿de dónde sale? Te rodea un verdadero infierno, mientras el Cielo sangra. Son muchos los hombres que jalonan el camino de Tu Cruz y de la Historia, y muchos son los que siguen escupiéndote y aborreciéndote, pidiendo con aullidos Tu muerte. Muy pocos los que se atreven a salir al paso de Tu dolor con su vida, con su fama, con su corazón desnudo. Te arrastras, tropiezas, te caes, gimes de tanta tortura, de tanto olvido. Una mujer te consuela… Una mujer sencilla, compasiva, enamorada. Lloro, lo reconozco. Cobarde. Lloro de mi propia vergüenza, de mi poca fe, de mi poca hombría. No soy digno de nada. Sé que, en esa Cruz, llevas en vilo mi alma, que zozobra a cada momento, que peca, que duda. Jesús, ¿es el martillo o es mi omisión la que clava esos clavos que hienden tu carne? Veo a tu Madre. Ella me da valor para acercarme, para no huir del todo. Ya te alzan… Ahí estás. Como una diana sobre la que muchos apuntan su frustración y su amargura. Trono de salvación para el mundo. Cima del amor y del perdón. Signo y sentido. Hablas. A Dimas, a María, a Juan, al Padre… Y caigo de rodillas con Tu último suspiro.
 
 

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