Hábitos virtudes y vicios
por Juan del Carmelo
El hábito es una forma de proceder constante en la persona, adquirida por una continua repetición de actos iguales. El valor del hábito o costumbre es muy grande en cuanto condiciona totalmente la conducta humana. Horacio decía: “¿Que son las leyes sin las costumbres? Letra muerta”. Si una ley no se practica, si el pueblo no tiene el hábito de practicarla, esta ley es letra muerta. Del hábito se pasa a la rutina cuando este se realiza por la mera práctica. La Real Academia de la lengua española, dice que el hábito es: “Un modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas”. El valor del hábito o costumbre es muy grande en cuanto condiciona totalmente la conducta humana.
En relación con este tema, de la fuerza de la inercia, que el hábito tiene en la conducta humana, Fulton Sheen escribe: “Si tomo la pelota y la hago rodar por el piso, se moverá en una dirección, salvo que una fuerza superior la desvíe. Si esto se ejecuta una y otra vez, se producirá en el suelo una ranura o acanalamiento, en el sentido en el que rueda la pelota. Así también nuestras vidas quedan rápidamente acanaladas por el hábito (sea positivo o negativo). Rodarán por mera inercia, en esa misma dirección, del delito, la insensibilidad, la mediocridad, el vacío, la banalidad; salvo que una fuerza exterior modifique su dirección”.
La actuación humana, que es la base necesaria para la formación del hábito, tiene su proceso de formación en nuestras potencias o facultades. Sucintamente diremos que todo el proceso es una cadena que comienza en un primer eslabón, que lo forma en nuestra mente las percepciones exteriores que adquirimos por medio de nuestros sentidos corporales. Esta información, primeramente se almacena en la segunda potencia de nuestra alma, es decir en la memoria. Posteriormente la información almacenada en la memoria, se procesa en nuestra mente por medio de la imaginación y cuando esta se desborda, es cuando hemos acudido a la fantasía. Mediante este proceso, nuestra mente crea un pensamiento y aquí puede acabar el proceso. Pero cuando el pensamiento queremos materializarlo, es decir convertirlo en una realidad tangible, es entonces cuando nace el deseo humano. Para la realización de este deseo, hemos de echar mano de la tercera potencia de nuestra alma, es decir de la voluntad. La voluntad es la que pone en marcha la realización del deseo, nace así el siguiente eslabón de la cadena que está constituido por el acto humano. La sucesiva correlación de actos humanos generará lo que conocemos con el nombre de actividad.
De entrada hay que empezar distinguiendo entre hábitos positivos y negativos, según sea la naturaleza del acto o actos que sirven de base para generar el hábito. Son hábitos negativos los vicios humanos, y positivos las virtudes adquiridas. Para Royo Marín. “Si los actos que se van repitiendo son buenos, se adquiere poco a poco el hábito bueno correspondiente, que recibe el nombre de virtud natural o adquirida”. Las virtudes adquiridas o hábitos positivos para Edward Leen, son el resultado de la repetición de hechos. Por regla general se presentan lenta y gradualmente. Una persona llega a ser justa por actuar constantemente de una manera justa. Pero una vez que se ha formado el buen hábito ya no siente dificultad para llevar a cabo actos que estén de acuerdo con él. Y añade Leen: “La aspiración de estos hábitos (virtudes adquiridas) es formar en el intelecto y en la voluntad ciertas firmes y seguras disposiciones por las cuales esas facultades son impulsadas definidamente hacia lo que es recto”.
Cuando una forma de proceder es constante y reiterada, crea en una persona un hábito, la fuerza del mismo es enorme y su destrucción, si es que estamos frente a un hábito nefasto, es muy costosa. Quizás la fuerza del hábito radique en el dicho de que: en esta vida lo que muy fuerte entra muy fuerte sale y viceversa. El hábito tanto el positivo como el negativo, entran siempre en el alma humana de una forma lenta y si aplicamos el anterior refrán, es tiempo lo que se necesita para desarraigarlo, tanto para el negativo como para el positivo.
La creación de buenos hábitos en los menores de edad y en los jóvenes, es fundamental en su educación. La educación es crear en la mente del educando, generalmente un niño, unos conocimientos y unos hábitos de acuerdo con los deseos de los educadores, una vez asentados estos en la mente del educando, su posterior rompimiento o modificación de estos conocimientos y hábitos será una tarea muy difícil y en muchos casos imposible de realizar. Esta es la regla de oro de la educación del espíritu: la repetición. Como cada acción deja su huella, el repetir una misma acción muchas veces deja finalmente una huella muy profunda. Y bien que esto lo saben los enemigos políticos de la Iglesia que buscan desarraigar esta de la mente de los educandos.
De los vicios diremos que estos son el principal instrumento de nuestro enemigo el maligno. La lucha ascética del hombre o de la mujer, no tiene otra finalidad, más que la de erradicar el vicio de sus alma para poder acercarse al Señor. San Francisco de Sales entendía que la erradicación total del vicio no era posible y escribía: “…se le puede debilitar, pero vencerle del todo, no; él no muere sino con nosotros, y con nosotros siempre vive”. Lo cual hay que mirarlo desde su ángulo positivo, pues si careciéramos de la posibilidad de luchar contra nuestros vicios, también careceríamos de la posibilidad de obtener méritos a los ojos del Señor.
En el examen de nuestros vicios, es frecuente la comparación. Nunca debemos de medir ni comparar nuestras tentaciones con las de otro, pues la fuerza de otro, no puede servir de norma a la nuestra. Con frecuencia juzgamos nuestras virtudes por los vicios de los que nos abstenemos. El alcohólico se jacta de su pureza y los pervertidos se alaban de no ser alcohólicos. Son como una olla que le dice a la otra olla que está sucia y negra, tal como dice el refrán: “Le dijo la sartén al cazo: apártate que tiznas”.
El vicio impide al Señor entrar en el alma viciosa. Así como en un vaso lleno de tierra no puede penetrar la luz del sol, así no puede penetrar la luz divina, en un corazón lleno de vicios. De la misma forma, el vicio ata el alma a las cosas de este mundo y le impide remontar el vuelo hacia Dios. Así como el ave no siente que está presa hasta que quiere salir del lazo, así el hombre no conoce bien la fuerza de sus vicios y malas inclinaciones hasta que no empieza a trabajar para salir de ellas. Al abrazar la virtud se declara y se ce la contradicción del vicio que la obstaculiza y repugna. Y no importa que sean uno solo o muchos los vicios. San Juan de la Cruz a este respecto decía, que lo mismo le da al pájaro estar sujeto por una gruesa cadena de oro, que por un delgado hilo. En ningún caso puede remontar el vuelo.
A sensu contrario, con referencia a los buenos hábitos también estos son difíciles de desterrar; una vez instalada la virtud en un alma es muy difícil que esta se olvide de la virtud adquirida, pero no por ello imposible. En definitiva esto es como una espiral, que se coge para arriba hacia Dios, o para abajo, hacia el infierno del demonio. En la espiral del camino espiritual, subir cuesta mucho más que bajar que es más cómodo, cuando se sube se tiene mirada de águila, y cuando se baja la mirada es de ratón. En sentido ascendente, tenemos que pasar por unas determinadas fases, en las que la lucha (ascética), será siempre constante, para poder llegar a la perfecta unión con Cristo (mística). “En el proceso de espiritualización, escriben Nemeck F. K. y Coombs M. T., lo ascético y lo místico se entrelazan, siguiendo un movimiento ascendente de forma espiral, que apunta y, finalmente, converge en nuestra transformación en Cristo. En lugar de cesar lo ascético cuando comienza lo místico, ambos elementos se mantienen íntimamente relacionados y recíprocamente unidos a lo largo de todo el proceso”.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.