Martes, 26 de noviembre de 2024

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Felicidad eterna

por Juan del Carmelo

         Todos nosotros estamos creados o hechos para gozar. Para gozar de una especial clase de felicidad que con respecto a ella, la felicidad que podamos hallar en esta vida es solo una triste y pobre caricatura de la que nos espera, si es que somos capaces de superar la prueba de amor a la que estamos convocados aquí abajo.

 

          No estamos creados o hechos para la vida que aquí tenemos que soportar, por ello en el rezo de la salve se emplea la expresión de: “…en este valle de lágrimas”, y sin embargo como quiera que no tenemos evidencia material de lo que nos espera, nos agarramos a lo que aquí abajo tenemos con desesperación, tratando de quedarnos aquí para siempre, a pesar de que si tenemos la evidencia de que nadie, absolutamente nadie, ha conseguido no morirse. Solo podemos ampararnos en la fe, pero la fe es una expresión del espíritu y nosotros queremos tener una evidencia material algo imposible de lograr, tal como por ejemplo, que conociésemos a alguien que ya haya muerto y nos contase detalladamente que es lo que hay allá arriba y que es lo que pasa allí. Bien es verdad, que del velo que nos oculta nuestros deseos de ver y saber, Dios ha permitido algunas transparencias, como son los llamados casos de las NDE (Near death experience) Experiencias alrededor de la muerte, en español ECM (Experiencias cercanas a la muerte) (Ver glosa del 12-06-2009). Es este un tema complicado, pues la Iglesia nunca se ha pronunciado sobre él, y de los estudios científicos realizados no se llegan a conclusiones definitivas, ya que estas oscilan, desde la declaración de que solo se trata de meras reacciones cerebrales, hasta las que señalan y aceptan plenamente las experiencias que se conocen como hechos realmente ocurridos.

 

           Pero sin apartarnos del tema, para los que gozamos del don de la fe, sabemos que la felicidad para la que estamos hechos y que es la que nos espera, nada tiene que ver con la que aquí escasamente podemos lograr. Entre las condiciones que una felicidad para ser perfecta debe de reunir, se encuentra la primera de ellas: que es, que esta sea eterna, que nunca acabe, y en esta vida no hay nada eterno, ni la felicidad ni el sufrimiento. Una felicidad que nos produce la desazón de que algún día se acabará, no es felicidad. La felicidad terrestre, en la mayoría de los casos se centra en la posesión de la materia y la materia carece de la posibilidad de ser ilimitada en el tiempo, por ello ya aquí abajo la felicidad que está centrada en el espíritu tiene posibilidades de ser más perfecta que la centrada en la materia. Por otro lado está el tema del hastío. La obtención de un bien material al final siempre nos produce hastío, porque no estamos hechos para satisfacer nuestra ansía de felicidad, con los bienes materiales. Compramos un coche, por ejemplo, y al año a los dos años, ya estamos hartos de él y estamos pensando en el siguiente modelo. Y si se trata de niños la cosa es aún más evidente. El goce y disfrute de los niños la mañana del día de reyes, es todo un espectáculo con que los padres disfrutan viendo la felicidad de sus hijos con los nuevos juguetes, que no más tarde de una semana, serán abandonados y olvidados. 

 

Nada hay que se oponga al deseo de ser felices también en esta vida, es más, el Señor así lo desea, pero nosotros en ese afán desmedido de la búsqueda de la felicidad en este mundo, nos olvidamos de la felicidad que nos espera, y para tratar de conseguir la felicidad en este mundo, ejecutamos acciones con las que comprometemos la futura felicidad de allá arriba. Quizás lo que nos ocurre, a pesar de ser creyentes, es que nos aplicamos el refrán que dice: “Más vale pájaro en mano que ciento volando”, porque carecemos de una fe lo suficientemente fuerte, como para no admitir ni una sola posibilidad sobre la no existencia de Dios y el cumplimiento de sus promesas. Solo en la medida en que somos capaces de sujetar nuestro desmedido afán o deseo de felicidad en esta vida, y evitemos el ofender al Señor, estaremos capacitados para elevar nuestro nivel de vida espiritual, lo cual nos proporcionará siempre una paz interior y un sereno equilibrio que nos llevará a ser plenamente felices en esta vida. Nunca olvidemos que en esta vida la felicidad más la encontraremos en la posesión de bienes espirituales que en la tenencia de bienes materiales.

 

          Tal como ya hemos dicho, el ser humano, ha sido creado por Dios para gozar de una eterna felicidad, una felicidad muy superior a todo aquello que ahora nos podamos imaginar. De aquí, que San Pablo exclamara, después de su ascensión al tercer cielo: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman”. (1Co 2,9). En el antiguo mundo hebreo se creían que los astros en el cielo se movían en esferas concéntricas. Para ellos existían tres cielos, uno encima de otro. El primero era el de las nubes, la lluvia y los fenómenos atmosféricos. El segundo era el del sol, la luna y las estrellas. Y el tercero, el cielo superior y supremo, donde estaba el trono de Dios, con todos sus ángeles. Pablo confiesa haber llegado hasta ese cielo que era  el culmen del cielo y en atención a esta idea, San Pablo refiriéndose a él mismo, nos dice: “Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años -si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre -en el cuerpo o fuera del cuerpo del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar”. (2Co 12,2-4).

 

          Y esta eterna y tremenda felicidad que nos espera y para la que hemos sido creados, es la que nos trae desasosegados, es esta felicidad que no conocemos, la que le hizo exclamar a San Agustín: “Nos hiciste Señor para Ti, y mi corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Nuestros corazones están siempre inquietos y lo seguirán estando, hasta que logren alcanzar esa felicidad para la que fueron creados. En esta vida solo, hay una forma de mitigar este ansia y es la de tratar de acercarnos a nuestro Creador, primeramente buscándolo, después amándolo y por último entregándonos a Él, ya aquí abajo, porque esta es la única forma que tenemos de prepararnos para lo que nos espera.

 

Nuestros amores y nuestros deseos, determinan nuestras penas. Si nuestro amor supremo se reduce al placer corporal, nuestro dolor máximo será la pérdida de la salud; si nuestro amor supremo es la riqueza, nuestro dolor máximo será la inseguridad. Si nuestro amor supremo es Dios nuestro temor mayor será el pecado. Todo ser humano busca la felicidad, allí donde espera encontrarla. El que está muy apegado a las cosas de este mundo cree que es en ellas, donde puede hallar la felicidad que le trae desasosegado, por el contrario, el que por haber encontrado a Dios ya está amándolo, poco a poco en la medida en que va entregándose a Dios cada vez más, va buscando más su felicidad en esa entrega a Dios y va menospreciando lo que este mundo le ofrece.

 

Este proceso de búsqueda, amor y entrega a Dios, es muy fácil de comprender, para el que, o la que ya se encuentra inmerso o inmersa en él, pero para el resto de los mortales son pamplinas, porque se dicen a ellos mismos: la vida es corta y hay que aprovecharla, disfrutando en este mundo todo lo que se pueda. Su grito de guerra, es: ¡A vivir que son tres días! Sin embargo las mieles del amor a Dios, para aquel que aquí abajo tiene la dicha de probarlas, no hay nada mejor y que más felicidad, se le pueda dar en este mundo. Son muchos los que darían lo que fuese, por hacerles comprender a los demás estos principios, hacerles ver lo que se pierden, pero desde que el mundo es mundo, las cosas son como son y no como nos gustarían que fuesen.

 

         Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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