La postverdad
Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 27
Vemos que el mercado tiene unas técnicas de publicidad muy sofisticadas. Hoy la propaganda emitida en los medios audiovisuales tiene una fuerza para arrastrar voluntades al consumo de forma casi automática. La capacidad de pensamiento, reflexión, comparación, decisión y acción está muy limitada en estas fechas, cuando los hechiceros de las ventas revisten el producto de unos colores, figurines, olores, insinuaciones, tanto que que lo feo es guapo, lo cutre es azúcar, lo corriente es atractivo, lo pasado se olvida y las arrugas adornan como bolas de árbol navideño.
Estamos en la etapa histórica de la postverdad, de forma que ya nada es cierto e indubitable, sino relativo e inconstante, porque la vieja fórmula escolástica definiendo la verdad como la adecuación entre el intelecto y la realidad, ha muerto para no volver nunca más.
Los obispos de la Comisión Episcopal para los medios de comunicación social, con motivo de la Jornada de las Comunicaciones, expresaban esta situación del siguiente modo: “La postverdad se puede definir como la adecuación del intelecto y la opinión mayoritaria o lo socialmente correcto, que es mudable, efímero y fugaz, y, por definición, independiente de la realidad. La postverdad es la consecuencia lógica por un lado del relativismo moral, y por otro lado de la modernidad líquida, y en ambos tiene su fundamento.”
Aparecen los manejadores de la opinión pública valorando un reciente producto, por ejemplo, al nuevo gobierno, y las alabanzas suben hasta la cima del Himalaya. Llegan a vender un nuevo coche eléctrico afirmando que camina no bien, sino lo siguiente; y el público copia esta afirmación y la pega a todo lo que habla, con lo que los partícipes de la conversación no sacan nada en firme y seguro, sino las manos llenas de agua líquida que se cae sola al suelo volando.
Los citados obispos siguen en el documento fechado el 12 de abril del año pasado afirmando: “El tiempo de la postverdad lleva consigo, inevitablemente, el tiempo de la postbondad y el tiempo de la postbelleza. Cuando se pierde la referencia objetiva de la verdad desaparece también la bondad como guía de la acción humana orientada por la verdad y la belleza como expresión artística del bien y la verdad, valiosa por sí misma y agradable para los demás. La postverdad nos aboca a un mundo sin bondad ni belleza, un mundo sin amor ni alegría, un mundo en el que no cabe ni el progreso, ni la confianza ni la esperanza.”
Dentro de esta sociedad relativista ya no existen principios irrefutables. Ahora, por ejemplo, un nuevo gobierno puede volver líquida toda referencia hacia un texto constitucional, ya que hemos enterrado la verdad, la belleza y la bondad, y todos los valores jurídicos que yacen entre las telas del vestido de la Constitución de 1978.
¿Ocurrirá este proceso ante el futuro inmediato en España? Esperemos que no. Pero como peligro posible existe y lo podremos ver en los meses venideros. Ahora es el tiempo de la propaganda, entramos en una etapa durante la cual nos venderán hasta que se puede comprar el arco iris por piezas para colocarlo en el salón de la casa, nos repetirán hasta el hartazgo, mediante una publicidad subliminal, que todo lo que se hace está exigido por la opinión mayoritaria extraída de unas encuestas inexistentes conductoras a satisfacer las necesidades pedidas por los grupos o colectivos a los que se debe un ascenso al poder, y que conviene pegarse a la liquidez de una sociedad liquida, antes que a los viejos valores inmutables de la filosofía platónica y aristotélica que están muertas para siempre. Y todos pagando impuestos.
Tomás de la Torre Lendínez
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