Menos sensibilidad... ante los insultos
por Vive mejor
En la Grecia antigua había un maestro-pedagogo que usaba un método muy especial para que sus discípulos no se abatieran por insultos y agravios que recibieran. Incluso les pedía que aceptaran los insultos con alegría.
Lo primero que hacía el maestro era imponerle al alumno:
— «Cada vez que alguien te insulte, te injurie, te agravie... le darás una cantidad de dinero.»
La práctica duraba, por término medio, unos tres años. Después les mandaba a Atenas para que aprendieran sabiduría.
Se cuenta que un discípulo suyo llegó a Atenas y se encontró con un hombre que insultaba a quienes entraban y salían de la ciudad. El discípulo también recibió su ración de insultos y de agravios de toda índole, pero, inmediatamente, se echó a reír y le dio las gracias. El hombre le dijo:
— «¿Por qué te ríes y me das las gracias cuando te insulto, te ofendo?»
El discípulo le contestó:
— «Durante tres años he pagado un buen dinero por eso mismo que tú acabas de darme de balde, gratuitamente.»
Y el hombre que insultaba —era un sabio— le dijo:
— «Entra en Atenas. La ciudad es toda tuya.»
Y el abad Juan, al terminar la historia, solía añadir:
— «Esta es la primera puerta por la que debemos entrar: ser insensibles a los insultos y a los agravios. La segunda es: alegrarnos en las tribulaciones. De esta manera entraremos —ya aquí en la tierra— en la ciudad del Cielo, en la ciudad de la Alegría.»
Alimbau, J.M. (2017). Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.
Lo primero que hacía el maestro era imponerle al alumno:
— «Cada vez que alguien te insulte, te injurie, te agravie... le darás una cantidad de dinero.»
La práctica duraba, por término medio, unos tres años. Después les mandaba a Atenas para que aprendieran sabiduría.
Se cuenta que un discípulo suyo llegó a Atenas y se encontró con un hombre que insultaba a quienes entraban y salían de la ciudad. El discípulo también recibió su ración de insultos y de agravios de toda índole, pero, inmediatamente, se echó a reír y le dio las gracias. El hombre le dijo:
— «¿Por qué te ríes y me das las gracias cuando te insulto, te ofendo?»
El discípulo le contestó:
— «Durante tres años he pagado un buen dinero por eso mismo que tú acabas de darme de balde, gratuitamente.»
Y el hombre que insultaba —era un sabio— le dijo:
— «Entra en Atenas. La ciudad es toda tuya.»
Y el abad Juan, al terminar la historia, solía añadir:
— «Esta es la primera puerta por la que debemos entrar: ser insensibles a los insultos y a los agravios. La segunda es: alegrarnos en las tribulaciones. De esta manera entraremos —ya aquí en la tierra— en la ciudad del Cielo, en la ciudad de la Alegría.»
Alimbau, J.M. (2017). Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.
Comentarios