«Madre, tú llora pero alégrate»
por Vive mejor
Dostoyevski, en Los hermanos Karamazov, cuenta que una mujer de mediana edad hizo tres mil kilómetros hasta llegar a un monasterio para poder hablar con un «stárets» —monje— con fama de hombre de Dios. La mujer, llorando, le dijo:
— «He enterrado a mi hijito; vine a rezarle a Dios. Tres añitos tenía, menos tres meses. Por mi hijo lloro, padre, por mi hijito. El último que me quedaba, de cuatro que he tenido con mi esposo Aniceto. A los tres primeros los enterré sin sentirlos mucho, pero a este último le he dado sepultura, y olvidarlo no puedo. Parece como si lo tuviera siempre delante, que no me deja. Tengo deshecha el alma. Miro su ropita... y rompo a llorar. Mi marido tiene un coche de caballos. Son nuestros. No somos pobres. Pero ¿de qué nos sirve nada ahora?
»Hace tres meses que me salí de casa. Me olvidé de todo y acordarme no quiero...» Y la mujer lloraba.
— «Oye, madre —díjole el “stárets”, el monje: un santo antiguo dijo a una madre como tú: “Alégrate tú también, mujer, y no llores, que tu hijito se cuenta también ahora entre los ángeles del Señor.” Así le dijo el santo a aquella mujer que lloraba en tiempos antiguos. Era un gran santo, y no podía hablar falsedad. Así que has de saber también tú, madre, que tu hijo se encuentra ahora ante el trono del Señor, y se alegra y alboroza. Y por ti le pide a Dios. Así que tú llora, pero alégrate.»
La mujer, que escuchaba, lanzó un profundo suspiro.
— «No te consueles y llora —añadió el monje—. Pero cada vez que llores... acuérdate, irremisiblemente, de que tu hijito es uno de los ángeles de Dios.
»Que desde allí, tu hijito... te mira y ve;
»Y en tus lágrimas... se alegra;
»Y tus lágrimas... se las muestra al señor Dios.
»Y largo tiempo habrá de durar todavía este tu gran llanto maternal.
»Pero, a lo último, el llanto se te volverá dulce alborozo.
»Y serán tus amargas lágrimas... lágrimas de suave emoción y purificación cordial..., serán lágrimas redentoras y se convertirán en lágrimas de gran alegría.»
Michel Quoist escribe:
«Frente a las dificultades de la vida, pruebas, sufrimientos, enfermedad, muerte... tienes derecho a llorar.
»Pero, aún en pleno llanto, no tienes nunca el derecho de divorciarte de la alegría, de la esperanza...
»El placer, en efecto, no puede hallarse donde vive el sufrimiento...
»La esperanza, la alegría, en cambio, pueden desposarse con los mayores dolores.»
Alimbau, J.M. (2017). Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.
— «He enterrado a mi hijito; vine a rezarle a Dios. Tres añitos tenía, menos tres meses. Por mi hijo lloro, padre, por mi hijito. El último que me quedaba, de cuatro que he tenido con mi esposo Aniceto. A los tres primeros los enterré sin sentirlos mucho, pero a este último le he dado sepultura, y olvidarlo no puedo. Parece como si lo tuviera siempre delante, que no me deja. Tengo deshecha el alma. Miro su ropita... y rompo a llorar. Mi marido tiene un coche de caballos. Son nuestros. No somos pobres. Pero ¿de qué nos sirve nada ahora?
»Hace tres meses que me salí de casa. Me olvidé de todo y acordarme no quiero...» Y la mujer lloraba.
— «Oye, madre —díjole el “stárets”, el monje: un santo antiguo dijo a una madre como tú: “Alégrate tú también, mujer, y no llores, que tu hijito se cuenta también ahora entre los ángeles del Señor.” Así le dijo el santo a aquella mujer que lloraba en tiempos antiguos. Era un gran santo, y no podía hablar falsedad. Así que has de saber también tú, madre, que tu hijo se encuentra ahora ante el trono del Señor, y se alegra y alboroza. Y por ti le pide a Dios. Así que tú llora, pero alégrate.»
La mujer, que escuchaba, lanzó un profundo suspiro.
— «No te consueles y llora —añadió el monje—. Pero cada vez que llores... acuérdate, irremisiblemente, de que tu hijito es uno de los ángeles de Dios.
»Que desde allí, tu hijito... te mira y ve;
»Y en tus lágrimas... se alegra;
»Y tus lágrimas... se las muestra al señor Dios.
»Y largo tiempo habrá de durar todavía este tu gran llanto maternal.
»Pero, a lo último, el llanto se te volverá dulce alborozo.
»Y serán tus amargas lágrimas... lágrimas de suave emoción y purificación cordial..., serán lágrimas redentoras y se convertirán en lágrimas de gran alegría.»
Michel Quoist escribe:
«Frente a las dificultades de la vida, pruebas, sufrimientos, enfermedad, muerte... tienes derecho a llorar.
»Pero, aún en pleno llanto, no tienes nunca el derecho de divorciarte de la alegría, de la esperanza...
»El placer, en efecto, no puede hallarse donde vive el sufrimiento...
»La esperanza, la alegría, en cambio, pueden desposarse con los mayores dolores.»
Alimbau, J.M. (2017). Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.
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