La alegría... testimonio de un paralítico

                        
Se llama Aldo. Está totalmente paralizado. Sólo mueve la cabeza, donde se concentra toda su vida. Quedó así a los 24 años. Fue ordenado sacerdote estando paralítico. Pidió dejar su Italia natal para ir a ayudar a los misioneros de Chile. Ahora está allí, desde donde escribe:

«No me siento enfermo porque, en vez de pensar en lo que perdí, pienso en lo que me queda: un corazón, una mente, unos ojos, una lengua.
»Puedo sonreír y hablar. Puedo amar y comprender.»
 
«Estoy convencido de que sólo un enfermo que tiene experiencia del dolor puede comprender el dolor de los demás.
»Yo sé por qué vivo, qué fin tiene en el mundo una persona como yo...
»Procuro transmitir alegría a cuantos se me acercan o se encuentran en la misma situación que yo... Esto me lo enseña el Cristianismo.»
 
«Soy consciente que estoy en mejores condiciones que nadie para testimoniar mi fe y mi esperanza, principalmente a los que sufren, a los que están solos, a quienes se quejan por motivos medianamente importantes.

»Aunque me siento físicamente limitado... espiritualmente me siento libre y vivo contento, alegre y feliz.»

«Evidentemente todo enfermo tiene el deber de mirar y luchar, el ciento por ciento, por su salud; pero la ciencia tiene sus límites... y, cuando se ha llegado a ellos, el enfermo debe aceptar lo que no se puede evitar... Y si es posible —más pronto o más tarde— aceptarlo con una sonrisa en los labios.»
 
«Mi vida de enfermo —para mí inevitable— se ha transformado en algo indispensable desde el momento en que comprendí que la cruz que miramos como una desgracia, si uno la mira con ojos de la fe, es un don, enriquece, sirve, ayuda.

»Es de esta manera que a cuantos se me acercan —sanos o enfermos, con problemática o sin ella— les procuro transmitir el testimonio de mi fe en Jesucristo, el gozo de la vida... con una sonrisa en los labios y con alegría.»






Alimbau, J.M. (2001).  Palabras para la alegría. Barcelona: Ediciones STJ.