Vida eterna
por Vive mejor
W. Dudley cuenta que en el fondo de un estanque vivían unas larvas. No comprendían qué pasaba después de subir por los tallos de los lirios hasta la superficie del agua. Intrigadas, las larvas se prometieron mutuamente que la siguiente a quien ordenaran que subiera a la superficie, volvería y les contaría lo sucedido: si había otra vida...
De pronto una de las larvas sintió el impulso urgente de buscar la superficie. Se subió a un lirio y experimentó una transformación dolorosa y a la vez gloriosa, que hizo de ella una libélula con dos pares de alas perfectas para el vuelo. En vano trató de cumplir su promesa.
Volaba una y otra vez sobre el estanque. Veía a sus amigas, las larvas, en el fondo, sin poderles comunicar su nueva vida espléndida y maravillosa que ahora poseía.
Entonces la grácil y bella libélula con su acrobático vuelo comprendió que, aunque la vieran, jamás la podrían reconocer. Estaban en dos mundos totalmente diferentes.
Salvaneschi, literato católico, escribe: «Los muertos no están muertos. No lloremos a los que nos han dejado sólo acá abajo. Ellos nos siguen invisibles... pero presentes.
Ellos nos acompañan hasta nuestra última tarde. Ellos nos preceden, indicándonos el camino luminoso y enseñándonos el valor de la vida... La vida no se pierde... sino que se transfigura.»
El prefacio de difuntos reza: «La vida no termina, se transforma.»
Santa Teresa del Niño Jesús afirmaba: «Yo no muero, yo entro a la vida eterna.»
Alimbau, J.M. (2005). Palabras para el sufrimiento. Barcelona: Ediciones STJ.
De pronto una de las larvas sintió el impulso urgente de buscar la superficie. Se subió a un lirio y experimentó una transformación dolorosa y a la vez gloriosa, que hizo de ella una libélula con dos pares de alas perfectas para el vuelo. En vano trató de cumplir su promesa.
Volaba una y otra vez sobre el estanque. Veía a sus amigas, las larvas, en el fondo, sin poderles comunicar su nueva vida espléndida y maravillosa que ahora poseía.
Entonces la grácil y bella libélula con su acrobático vuelo comprendió que, aunque la vieran, jamás la podrían reconocer. Estaban en dos mundos totalmente diferentes.
Salvaneschi, literato católico, escribe: «Los muertos no están muertos. No lloremos a los que nos han dejado sólo acá abajo. Ellos nos siguen invisibles... pero presentes.
Ellos nos acompañan hasta nuestra última tarde. Ellos nos preceden, indicándonos el camino luminoso y enseñándonos el valor de la vida... La vida no se pierde... sino que se transfigura.»
El prefacio de difuntos reza: «La vida no termina, se transforma.»
Santa Teresa del Niño Jesús afirmaba: «Yo no muero, yo entro a la vida eterna.»
Alimbau, J.M. (2005). Palabras para el sufrimiento. Barcelona: Ediciones STJ.
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