Martes, 26 de noviembre de 2024

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Los santos son unos rentistas.

por Juan del Carmelo

Cuando un alma está inundada por el amor a Dios, hasta los tuétanos de sus huesos, nace en ella un vivo deseo de llegar a Él cuanto antes, de quemarse en el fuego de su amor, de consumirse en ese fuego maravilloso y transformante, que abraza y quema sin llegar nunca a consumir lo que quema. Es el fuego de la zarza ardiendo que vio Moisés en el Horeb, es el amor de Dios y este fuego maravilloso como lo es todo lo que emana de Dios, genera en el alma que tiene la dicha de consumirse en él, unos inenarrables deseos de llegar cuanto antes a ver el rostro de Dios. Estas almas tienen unos irrefrenables deseos de abandonar este mundo, deseos estos que todos nosotros también podemos tener, y de paso eliminar ese tremendo temor a la muerte que nunca acabamos de eliminar. Para alcanzar esta situación, los que estén interesados en alcanzarla, tenemos que tomarnos en serio, eso de que sin duda alguna, tarde o temprano compareceremos a dar cuentas de nuestro balance final. El principio que rige aquí es bien sencillo: Si se vive con el deseo de amar a Dios, se termina deseando llegar pronto a Dios, si se vive de espaldas a Dios, este deseo nunca llegará y lo que es peor, al final se lamentará, porque hasta en el orden humano, todo termina pagándose. Todos los que van para santos, no tienen reparo en asegurar que se salvarán, tienen plena fe, y se consideran amigos de Dios. Han vivido su vida, en ese maravilloso sopor que inspira el amor a Dios, han vivido felices, sintiéndose constantemente amados, a pesar de los sufrimientos y contrariedades que esta vida les ha proporcionado, porque estos dolores han sido los escalones de su escalera para subir al cielo, y ansían la llegada de la muerte, una muerte a la que miran como una buena amiga, una buena amiga que les abrirá las puertas del cielo, y que les llevará a contemplar el rostro de Dios, a fundirse para siempre en la Luz divina. Este ardiente deseo de abandonar este mundo, que tienen estas almas privilegiadas, siempre se ha frenado en ellas, porque ante todo desean que se cumplimente un deseo de orden superior, cual es el que: Ante todo, que se cumpla la voluntad de Dios en ellos, y en todos los que les rodean, en todos aquellos que Dios a dispuesto atar a su cariño y amistad a su paso por esta vida. Para cualquier loco enamorado del supremo Amor, ¡bendita locura!, para cualquiera que solo sueñe con ser consumido en el divino Amor, antes de todo y sobre todo, está el deseo de que en él y en todos, se cumpla la voluntad de Dios. Una vez le preguntaron al Santo cura de Ars: Si Dios le diese a Vd. a escoger entre subir al cielo inmediatamente o seguir trabajando por la conversión de los pecadores, ¿Qué elegiría Vd.? El cura de Ars, con gran desparpajo respondió: Me quedaría. En el cielo, los santos son dichosos, pero son unos rentistas. No pueden ganar almas para Dios como nosotros, con trabajos y sufrimientos. Procuremos, pues crearnos unas buenas rentas para el resto de nuestra futura vida eterna. ¿Y cuáles son las rentas que nos estamos preparando, cada uno de nosotros? ¿Cuál es el plan de pensiones que nos hemos preparado para la eternidad? Aquí abajo, no hay ningún banco o compañía de seguros, que nos pueda ofrecer un plan de pensiones tan maravilloso, como el que podemos tener con un pequeño esfuerzo. Este pequeño esfuerzo, con el tiempo y todavía aquí abajo se nos transformará en goce eterno, pues en la medida que más amemos aquí abajo al Señor, más felices seremos. No sé en base de qué razón esto funciona así, pero así es. ¡Ah!, y después obtendremos la percepción de los réditos acumulados con carácter eterno. ¿Y cuál es la prima que debemos de abonar aquí abajo? Muy sencilla y muy gratificante cuando se le toma gusto: La de amar a Dios sobre todas las cosas y con una peculiaridad muy importante, y es que cuanto mayor sea esta prima que paguemos, mucho mayor será la renta que percibamos el día de mañana, cuando llegue nuestra jubilación en el cielo. Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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