Martes, 26 de noviembre de 2024

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La maldición de la higuera

por Juan del Carmelo

El camino de Betania a Jerusalén y viceversa, fue muchas veces recorrido por Nuestro Señor, y en una de ellas debió de tener hambre y fue a buscar higos a una higuera que estaba al borde del camino. Al pasar por allí, uno se pregunta: ¿Dónde estaría ubicada la higuera? ¿Y si no era época de higos, porqué fue a buscarlos a la higuera? ¿Cuál es sentido de este pasaje evangélico?
"Al día siguiente, al salir ellos de Betania, sintió hambre; y viendo de lejos una higuera con hojas, se fue por si encontraba algo en ella, y llegándose a ella, no encontró nada sino hojas, porque no era tiempo de higos. Tomando la palabra, dijo: Que nunca jamás coma ya nadie fruto de ti. Los discípulos lo oyeron”. “Pasando de madrugada, vieron que la higuera se había secado de raíz. Acordándose Pedro, le dijo: Rabí, mira; la higuera que maldijiste se ha secado. Y respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en Dios. En verdad os digo que si alguno dijere a este monte: Quítate y arrójate al mar, y no vacilare en su corazón, sino que creyere que lo dicho se ha de hacer, se le hará”. (Mc 11,1214-20-23).
Este hecho aplicando las modernas teorías sobre el cálculo del tiempo, debió de ocurrir el 3 de abril del año 30. Este dato es importante para determinar que la higuera no podía tener higos. ¿Porqué pues, fue nuestro Señor a buscar los higos donde sabía que no los podía haber? Desde luego que esta maldición divina tiene un simbolismo innegable. Para algunos el simbolismo representa el gesto con el que el Señor, ya al final de su misión en este mundo, pues pocos días faltaban ya para su crucifixión y muerte, zanjaba con dolor el rechazo que había sufrido por parte del Pueblo elegido. La higuera de Israel era condenada definitivamente a la esterilidad. Pero este simbolismo a juicio de algunos alcanza más. El Señor lo hizo, simbolizando con este hecho la inutilidad de la sinagoga judía, llena de verdes hojas de apariencias y ceremonias, pero sin los frutos que esperaba de ella el que la plantó. Y si marginamos el simbolismo, pues no hay escena evangélica que no tenga su simbolismo y nos atenemos a la expresión directa, vemos también, que la narración de este hecho, es el preludio, de algo muy importante: el énfasis que el Señor pone, en hacernos ver lo transcendente que es la fe. Nuestro Señor, utiliza este hecho para mostrarnos la fuerza de la fe. Y termina el pasaje con una rotunda afirmación del Señor que nos dice que no vacilemos en nuestro corazón, porque el:
“… que creyere que lo dicho se ha de hacer, se le hará”. (Mc 11,23).
Son varias las veces que a lo largo de su vida, el Señor nos insiste en la necesidad de ser fuertes en nuestra fe, el que con fe quiere que algo ocurra, esto sin duda alguna sucederá. Pero, hemos de confesar que leemos esto y somos escépticos. Por un lado, no nos atrevemos a poner en duda lo dicho por el Señor, pero por otro, no conocemos ni sabemos de nadie en estos 2000 años transcurridos, haya logrado que con su fe, un árbol se trasplante o que una higuera se seque. Y las palabras de nuestro Señor ahí están, con las características de un tremendo desafío, al que no somos capaces de darle la cara. Personalmente creo tener fe, pero confieso que no me atrevo a poner en práctica la sugerencia de nuestro Señor. Entonces ¿Qué es lo que pasa? Pues muy sencillo, que no tengo la fe suficiente, que mi fe es muy endeble, hasta tal punto endeble, que cualquier sofisma la pone en duda. Muchos carecemos de la fe suficiente, no ya para mover higueras, sino para mantenernos en un perfecto amor a Nuestro Señor. Tan aficionados que somos hoy en día a las valoraciones en unidades y a la estadística como termómetro de nuestras actividades y creencias, podemos pensar que la fe que se necesitaría para que un árbol se trasplantase tendría que tener una categoría de 100 unidades y nuestra pobre fe, creo que se mueve en una horquilla, hablando en términos electorales, entre 10 unidades y el cero absoluto, por no mencionar, siguiendo la escala para abajo, hasta donde pueden llegar las unidades negativas, que tanto le gustan al maligno. Es tremenda la pobreza de nuestra fe y no somos conscientes, de que ella es el pilar donde se asienta todo el edificio de nuestra vida espiritual, de nuestra íntima relación con Dios. Por alguna razón será, que la fe es la primera de las tres virtudes básicas de nuestro Credo. Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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