Martes, 26 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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El amor y la política.

por Juan del Carmelo

Fíjate, me decía un amigo, fíjate que no hay una palabra más dulce en la vida, que la palabra madre. La palabra madre, implica sacrificio por una, ternura, cariño, amor sin límites, pero si a esta palabra le añades el adjetivo política, automáticamente esta palabra la conviertes en suegra. Y es que la política todo lo envenena. La política nos envenena a todos, nos hace perder la paz, nos crea innecesarias antipatías y enemigos. Conocemos una persona, y enseguida ya estamos pensando en adivinar por el tono de su conversación, de qué pié cojea políticamente de izquierdas o de derechas. Porque eso del centro es una falacia creada para que los de izquierda voten a los de derechas, y los de derecha voten a los de izquierda, bajo el señuelo de que son moderados y tolerantes. Para los de izquierda la culpa de todo, la tienen los de las derechas y viceversa. Nadie ve personas en los contrarios, sino enemigos políticos, no adversarios sino enemigos a los que hay que eliminar. Con más o menos virulencia, esto es lo que en el fondo pensamos unos de otros. Los hay que lo manifiestan abiertamente y los hay que son reservados en sus apreciaciones, pero no por ello distintos. Los hay astutos en sus planteamientos y tontos útiles, que no se dan cuenta de que están siendo utilizados. Los hay, sobre todo trepadores profesionales, que carentes de fidelidad alguna, se cambian la chaqueta cuantas veces sea necesario, para poder medrar. Los hay con la habilidad de modernos Taylleranes, que lo mismo le son fieles primero a la revolución, después a Napoleón y más tarde a los borbones con Luis XVIII, para terminar apoyando a Luis Felipe de Orleans. De todo hay en la viña del Señor. Lo terrible de estas fobias y animadversiones que crea la política entre nosotros, es que nadie aprende a distinguir, algo que es fundamental en el cristiano. Hay que distinguir, entre la persona del ser humano, que s siempre es inviolable y amada por Dios, como obra suya y la conducta de esa misma persona. Podemos repudiar la conducta humana, si a nuestro juicio viola directa o indirectamente, los sacrosantos derechos de Dios, pero nunca esto nos autoriza a repudiar a ningún ser humano, y mucho menos a despreciarlo o lo que es peor, a odiarlo. Ahora cuando veo la TV y aparecen la ministra de igualdad y la vicepresidenta, pontificando sobre la bondad del aborto, o anunciando la célebre píldora del día después, como elementos necesarios en la salvaguarda de los pretendidos derechos de la mujer a disponer de lo que lleva dentro de su cuerpo, a mí personalmente, no lo puedo negar, se me revuelven las tripas, y mi indignación, trato de sofocarla con sonoros tacos, pues pertenezco al grupo de los que no me gustaría callarme, pero no quiero nunca perder mi paz interior, ese maravilloso regalo que Dios da a los que se la piden. Pero como quiera que tengo un ángel de la guarda que es fenomenal, enseguida me dice al oído: no olvides que son criaturas creadas por Dios, y que Él las ama a ellas, tanto o más que a ti, porque ellas necesitan del amor de Dios más que tú y yo. Y yo sin apaciguarme en mi indignación, le replico a mi ángel: Si de acuerdo, pero reconóceme que… y empiezo a ironizar. Mi ángel que es mucho más inteligente que yo, me pone enseguida el dedo en la llaga y me dice: Tres cosas te tengo que decir, la primera que leas los evangelios y verás que el Señor, nunca ridiculizó a nadie. La segunda, para calmar tu indignación léete, una vez más, que bien que te los sabes, aunque todavía no lo has asimilado, el Salmo 36 (37) y aplícatelo a ti y a los que, o a las que, te causan tu indignación. En tercer lugar te tengo que decir: ¡Pero bueno! ¿Acaso no eres tú, el que dices de quieres imitar a Cristo? Pues entérate bien y de una vez, de que Él, bajó a tu mundo; para enseñaros a amar; para que os améis unos a otros; para preocuparse de las ovejas enfermas y curarlas; para que aceptéis las flaquezas de vuestro prójimo; para que sepáis perdonaros unos a otros…. Bueno vale, le respondí, tienes razón pero reconóceme que es muy duro amar a determinada clase de prójimo. Sí, me dice él, te lo reconozco, pero… ¿qué mérito piensas que vas a tener si te limitas solo a amar a los que te aman? Tenemos que aprender a amar a nuestros adversarios políticos, sean quienes sean estos, aunque sean ateos, agnósticos y demás miembros de esta naturaleza y nos cueste lo que nos cueste, aunque nos estén insultando, porque ellos son queridos por el Señor. Son criaturas por Él creadas, y Él lucha con denuedo y tremenda paciencia, por rescatar estas ovejas para su redil. Él quiere que nos amemos todos sin distinción alguna de ninguna clase. Pero sobre todo que ese afán de tragarnos los periódicos, un par de telediarios al día cuando no son tres, y una larga sesión de tertulias políticas, que no nos aparten o nos debiliten, de lo que debe de ser fundamental para nosotros, “nuestro amor a Dios”, porque la política es un sutil veneno que nos quiere hacer ver que ella es lo importante. No olvidemos que de los dos principales partidos, ahora existentes, uno tiene como meta, que borremos a Dios de nuestro corazón y lo sustituyamos por el culto a un sistema político llamado democracia laica, al que han subido a un altar y a tal efecto van encaminadas sus leyes, declaraciones y actuaciones de sus dirigentes. En cuanto al otro, con una obsesión de que lo tachen de anti demócrata y de que no se pierdan votos por exponer sus ideas, que deberían de ser cristianas, va a remolque del primero y poco a poco se va tragando todas las ideas que debería de repudiar y denunciar y que el otro a base de marketing, las está propagando y lo que es peor ganándole la partida. Me gustaría preguntar: ¿Cuántas veces en esta campaña electoral, o anteriormente ha pronunciado la palabra Dios, por alguno de los políticos que intervienen? Si alguno la ha pronunciado, apostaría que ha sido para denostarla. ¡Que Dios nos ayude! a todos, a los que creemos y a los que no creen y que tenga paciencia con nuestras ofensa a su Grandeza. Vuelvo a repetir, nunca confundamos a la persona, que siempre es amada por el Señor, con la conducta que ella observe. No identifiquemos persona y conducta, pues si así lo hacemos, perderemos nuestra paz interior. No perdamos la paz interior, amemos a todo el mundo y más intensamente a los que con más repulsa miramos, ya que si somos capaces de hacerlo así, con más intensidad nos amará nuestro Señor, que está deseando derramar en nosotros su inmenso amor que le desborda. Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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