Dos etapas de misionero
Cierto día de mi infancia estuve delante de un cura alto, cargado de espaldas, con un gran vozarrón, con acentos sudamericanos en sus expresiones. A mi lado estaba mi madre. Aquella conversación nunca la olvidaré.
Aquel sacerdote exótico, estaba en el despacho parroquial de San Juan donde era el párroco. Más tarde me contó sucintamente su biografía.
Estudió en el Seminario. Fue ordenado antes de la Guerra Civil. A poco se marchó a tierras americanas, como misionero, donde anduvo hasta 1948, en que volvió siendo nombrado párroco de Santa Isabel deslindada de la feligresía de la Magdalena. En aquella barriada llamada popularmente como las Casas Baratas, estuvo varios años, donde hizo de padre y pastor de unos vecinos que recibían los solares regalados, pero ellos tenían que construirse la vivienda poco a poco.
Luego lo enviaron a San Juan, donde lo encontré por primera vez. La morriña americana le tiraba mucho a don Antonio, quien acabó cogiendo la maleta de nuevo y cruzó el charco.
Cuando volvió era una persona mayor. Al obispo de entonces le dijo que lo mandara al último rincón. Pasó unos años de vicario parroquial en Mancha Real, donde la gente lo quería mucho. Pasó haciendo sustituciones por varios pueblos más pequeños, donde siempre dejaba su amor a los feligreses, su acento americano y su proverbial sencillez.
En la segunda mitad de los años ochenta enfermó y falleció, aquel buen cura que explicaba sus homilías sin reloj con un lenguaje tan sencillo que aún las recuerdo, por ejemplo, la de las tentaciones, en el primer domingo de cuaresma. Era una belleza incomparable.
Descanse en paz, don Antonio Velasco Aragón.
Tomás de la Torre Lendínez
Aquel sacerdote exótico, estaba en el despacho parroquial de San Juan donde era el párroco. Más tarde me contó sucintamente su biografía.
Estudió en el Seminario. Fue ordenado antes de la Guerra Civil. A poco se marchó a tierras americanas, como misionero, donde anduvo hasta 1948, en que volvió siendo nombrado párroco de Santa Isabel deslindada de la feligresía de la Magdalena. En aquella barriada llamada popularmente como las Casas Baratas, estuvo varios años, donde hizo de padre y pastor de unos vecinos que recibían los solares regalados, pero ellos tenían que construirse la vivienda poco a poco.
Luego lo enviaron a San Juan, donde lo encontré por primera vez. La morriña americana le tiraba mucho a don Antonio, quien acabó cogiendo la maleta de nuevo y cruzó el charco.
Cuando volvió era una persona mayor. Al obispo de entonces le dijo que lo mandara al último rincón. Pasó unos años de vicario parroquial en Mancha Real, donde la gente lo quería mucho. Pasó haciendo sustituciones por varios pueblos más pequeños, donde siempre dejaba su amor a los feligreses, su acento americano y su proverbial sencillez.
En la segunda mitad de los años ochenta enfermó y falleció, aquel buen cura que explicaba sus homilías sin reloj con un lenguaje tan sencillo que aún las recuerdo, por ejemplo, la de las tentaciones, en el primer domingo de cuaresma. Era una belleza incomparable.
Descanse en paz, don Antonio Velasco Aragón.
Tomás de la Torre Lendínez
Comentarios