¡Súper Domingo!

Desde luego que habría muchísimos temas para escribir, pero debido a la buena acogida que han tenido mis últimos posts relacionados con el fútbol americano y siendo hoy el Súper Domingo (día en que se juega la Super Bowl, gran final de la NFL), he pensado “machacaros” más con el tema, retrasando mi columna sabatina para explicar alguna otra anécdota vinculada a este gran evento que paraliza a todos Estados Unidos, teniendo también una gran repercusión internacional.

Esta misma semana, hablando con un gran publicista llamado Juan Della Torre, director de la agencia La Machi, promotora de buenas causas, que se encargó de la difusión del Partido por La Paz, organizado por el Papa Francisco y el que fuera gran jugador del Inter de Milán, Javier Zanetti, me comentaba que la FIFA no es una institución acatólica, sino que es anticatólica, antirreligiosa. En los partidos de fútbol de la FIFA ningún jugador puede expresar símbolos de religiosidad: no puede persignarse tras marcar un gol, ni apuntar al cielo, ni rezar, ni mostrar una camiseta con un lema religioso al celebrar un título... La televisión tiene directrices claras: no sacar a ningún mandatario religioso presente en un partido, no dar ningún plano de jugadores rezando… Vamos, que la FIFA, que lanza continuas campañas sobre el respeto, no respeta las creencias de sus jugadores, los verdaderos protagonistas de los grandes eventos deportivos de la multinacional del fútbol.

Gracias a ser tuerto en el país de los ciegos, tuve la suerte de trabajar en el departamento de prensa de cinco Super Bowls, entre 1993 y 1997. Vi ganar a los Dallas Cowboys tres veces; levantar a Brett Favre (Green Bay Packers) su primer y único trofeo Vince Lombardi; arrasar a los San Francisco 49ers en 1995 el día que Steve Young lanzó seis pases de touchdown para marcar 49 puntos a los San Diego Chargers. No es que fuera un genio del periodismo ni mucho menos, pero en aquel entonces –ahora el tema ha cambiado- ningún miembro de los departamentos de comunicación de todos los equipos de la liga era capaz de hablar español y, como comenzaba a asistir mucha prensa mexicana y alguna española a la Super Bowl, tuve el privilegio de poner mi granito de arena en la organización de este grandioso evento, bajo las órdenes del legendario director de comunicación de los Seattle Seahawks, Gary Wright, uno de los profesionales que más admiro y con quien me une ahora una gran amistad.

En fin, Gary llevaba el departamento de prensa de la Super Bowl como si fuera uno de los entrenadores que iban a disputar el gran partido. Era metódico y ponía en práctica un sistema exhaustivo que hacía cubrir hasta el más mínimo detalle. Su metodología incluía iniciar el domingo con una convocatoria a las 7 de la mañana, con arenga incluida de Rick Smith, entones jefe de prensa de los Rams, para centrarnos en la atención a los medios de comunicación durante todo el largo domingo. Los días de la semana también eran intensos, incluido el sábado, en el que se anunciaban los jugadores elegidos para el Hall of Fame (Salón de la Fama) y la actividad de peticiones de última hora era constante.

Como se imaginarán “escaparse” a Misa era imposible. Consciente de esta situación, la NFL pagaba billete de avión y estancia a un párroco de Manhattan de la iglesia más cercana a la oficina de la liga en Park Avenue. Así, por ejemplo, al igual que los Pittsburgh Steelers tuvieron su Misa antes de la gran final de 1996 en Arizona, los miembros del staff de la Super Bowl pudimos asistir a la celebración de la Eucaristía, en el mismísimo hotel de la organización, donde se habilitó un salón para que oficiara el cura neoyorquino.

No sé si en este aspecto las cosas han cambiado en la NFL después de quince años. Lo que sí sé es que, en la actualidad, prácticamente todos los equipos suelen tener el día de partido un servicio religioso y los jugadores no suelen esconder sus creencias, lo cual es de agradecer en una sociedad en que la mayoría de los grandes dirigentes, incluidos los de la FIFA, intentan apartar la imagen de Dios de nuestras vidas.