Sábado, 02 de noviembre de 2024

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La belleza de los salmos

por Juan del Carmelo

Cuando uno ama, cada vez desea saber más, acerca de lo que ama, y si a este impulso se une un cierto sentimiento lírico y poético, nos encontramos que muchos, que quieren saber más acerca del Señor, para amarlo más, quieren rezar con los salmos, pero cuando comienzan, se defraudan. Llega un momento en que para ellos, los salmos no responden a la imagen que de estos tenían, ni a la fama que estos tienen como medio de oración de Santos y personas consagradas al servicio divino. Veamos. Los salmos tienen su origen en el culto de Israel a Yahvéh. Las poesías de estilo salmódico no eran antiguamente patrimonio exclusivo del pueblo Israelí. Son muy abundantes en las tradiciones literarias salmódicas, sumerias, asirias y babilónicas desde la más remota antigüedad. Estas culturas empleaban sobre todo salmos en forma de himnos o lamentaciones. La cultura cananea influyó sobre los salmos y probablemente también sobre el resto de la literatura hebrea. Inicialmente el rey David (1010-970 a C.), perfeccionó la organización litúrgica y aplicó un poderoso impulso a la poesía salmódica hasta alcanzar la gran variedad y calidad de los poemas reunidos en el actual libro de los salmos. Existe la idea, muy extendida, de que los salmos los escribió el rey David y en parte esto puede ser cierto pero solo parcialmente. Esta idea está basada en menciones de diversos libros de la Biblia y en los títulos de alguno de los mismos salmos. También en el Nuevo Testamento se da por supuesta la autoría davídica de algunos salmos y en el Concilio de Trento se llega a emplear el término: psalterium davidicum. A juicio de algunos exégetas, la atribución de la autoría de los salmos a David o a otros autores no es correcta, ya que sostienen que en la palabra hebrea, la preposición tiene la fuerza de un genitivo, lo que da origen a que se tome por autores a los que solo han sido los recolectores de los salmos. En todo caso es un hecho demostrado, tal como comienza señalando la encíclica Divino affatu de San Pío X, que los salmos, compuestos por inspiración divina, cuya colección forma parte de las Sagradas Escrituras, ya desde los orígenes de la Iglesia sirvieron admirablemente para fomentar la piedad de los fieles que ofrecían continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que confiesan su nombre y que además por una costumbre heredada del Antiguo Testamento alcanzaron un lugar importante en la sagrada liturgia y en el Oficio divino. En el año 586 a C. cae Jerusalén en manos de Nabucodonosor y es destruido el primer Templo de Salomón. Después de 70 años de cautiverio, en el 517 a C. Ciro emperador de los persas, autoriza a los judíos a reconstruir el Templo de Jerusalén y se inicia así la llamada época del segundo templo, durante la cual, se usaba en la liturgia una recopilación de los salmos que eran la actual cifra de 150. Ahora bien, existen diferencias en cuanto a la división. Todas las versiones comprenden la misma cifra de 150 salmos. El problema nace cuando se comparan las versiones hebreas con la Septuaginta y la Vulgata, donde existen diferencias en la numeración. Como regla nemotécnica, puede decirse que entre los salmos 10 y 148, la numeración de la Septuaginta y la Vulgata es igual a la numeración hebrea menos uno. Durante el período de la dominación persa los salmos están en pleno apogeo y se van diversificando en multitud de estilos y géneros diferentes: himnos, imágenes mesiánicas, lamentaciones individuales o grupales, escatología, súplicas a Dios confiando en recibir una respuesta, textos didácticos que recuerdan importantes episodios históricos, cánticos de acción de gracias de personas individuales o de la nación entera, etc. Los Salmos no son tiernas plegarias, producto de una religiosidad estética y narcisista, sino expresión sincera del hombre y de sus trabajos, es más ciertos salmos de duras que son sus expresiones, nos pueden sonar casi a blasfemos,. Pero precisamente eso es lo que los convierte en oraciones, que salvan al hombre del servilismo y de la magia, devolviéndole la sinceridad de sus sentimientos y enseñándole a educarlos. La oración de los salmistas es tan realista, que al lado de la alabanza, la súplica, las peticiones de perdón, y las acciones de gracia, se recogen también sentimientos de indignación e incluso de venganza. Y es que, ante los continuos abusos de los déspotas, el israelita piadoso no tiene miedo de decir que desea que desaparezcan, ni de pedirle a Dios que los castigue. En los salmos se encuentran todos los sentimientos del hombre compartidos por Cristo, que en los salmos ora por nosotros, con nosotros y por medio de nosotros. Y nosotros lo hacemos también con el corazón de la Virgen, que en el Magnificat, Ella ora con la voz de todos los pobres. Y hablando de la Virgen Nuestra Señora, hay que señalar que el origen del Rosario, corona de rosas que se le ofrecen a Nuestra Madre celestial, se encuentra en los 150 salmos, que empezaron a ser sustituidos por los 150 Aves Marías, que componen los antiguos tres misterios del Rosario que ahora son cuatro, al añadírsele los cinco Misterios luminosos. La salmodia o salterio ha estado siempre muy vinculada a la vida monástica. Aún cuando la primitiva tradición monástica pedía al monje el rezo completo del salterio cada día, esta ocupación no suponía una tensión, ni tampoco exigía un esfuerzo sobre humano. Los que pasaban sus días recitando el salterio, de hecho hacían poco más que eso, ya que, en general eran ermitaños. Hoy en día, los monjes benedictinos y cistercienses cantan el salterio completo, una vez por semana. Quienes sitúan su vocación de plegaria en la Iglesia, descubren que viven en los salmos, pues los salmos llenan sin cesar cada compartimiento de su vida. Pero no obstante la virtud del rezo del salterio este, no están destinados a “producir” la contemplación. Tal como explica Thomas Merton, en sí mismos, no se supone que induzcan algún efecto psicológico particular. Conducen a la contemplación precisamente porque su impacto en nosotros, es más bien teológico y no psicológico”. La degustación del gozo de la salmodia, ha de adquirirse poco a poco, con perseverancia, pues tal como dice Evagrio Póntico: Si todavía no has recibido el carisma de la oración y la salmodia, obstínate, lo recibirás, ya que Dios se brindará a nosotros mediante el salterio, si nos brindamos a Él sin reservas, en nuestro recitado de los salmos. Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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