Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Padre Nuestro

por Mi pasión por el deporte

Hemos iniciado una nueva etapa con nuestro club de fútbol sala que comienza ya su séptima temporada. Las cosas han avanzado con velocidad de vértigo y hemos pasado de hacer entrenamientos en una terraza a tener seis equipos (cuatro femeninos y dos masculinos) y más de 60 personas en el grupo, entre niñas, chicas, jóvenes y hasta algún adulto recién casado.

Esta nueva etapa ha implicado buscar una nueva pista para que las chicas puedan entrenar y hemos acabado en el colegio Sagrado Corazón. Hace justo dos semanas, después del segundo entrenamiento en esta instalación, bajaba andando hacia casa y me topé con una iglesia, la de la Plaza de Sarriá, que además estaba abierta.

El entrenamiento acabó a las 8 y ¡justo había misa de 8:15! Y no sé si os pasa a vosotros (a mí sí porque soy un verdadero desastre), pero muchas veces un día se convierte en aquel espacio de 24  horas en que uno busca desesperadamente dónde poder escuchar misa. A veces lo encuentra y a veces, no… Pero en esta ocasión tuve suerte.

Como siempre, entrar a misa un día de cada día, al igual que cualquier domingo, es toda una maravilla. Porque el Señor, cuando menos te lo esperas, te sorprende y te pasan cosas que jamás hubieras imaginado. A mí, me ocurrieron hace hoy justo dos semanas.

Sorpresa número 1: Me encontré a mi hijo. Sí, a Santi, que había subido desde casa (30 minutos a pie) a escuchar misa, justo allí, en la Plaza de Sarriá.

Sorpresa número 2: El Evangelio de Lucas, 11, 1-4. Uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar”. Él les dijo: “Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino…” ¡Sí, el Padre Nuestro!

No pude evitar recordar aquel primer partido de los Barcelona Dragons, hace ya más de 23 años, cuando debuté como jefe de prensa de un equipo de fútbol americano. Ganamos 19-7 al equipo de Nueva York en el Estadio Olímpico de Montjuic. Al final, en el túnel de vestuarios, con el entrenador Jack Bicknell al frente, los más de 40 gigantes pusieron rodilla a tierra y comenzaron a rezar: Padre nuestro que estás en el cielo…

Desde entonces, el Padre Nuestro precede cualquier partido de un equipo que yo entrene. No se reza para ganar (que algunos o algunas, también), sino para ofrecer lo que vamos a hacer, para ponerlo en manos de Dios. En nuestro club de fútbol sala siempre rezamos antes de los partidos y el hacerlo une a los jugadores, independientemente de qué tan practicantes sean. De hecho, una de las mejores anécdotas la protagonizó un jugador nuevo. La séptima jornada de aquella temporada no pude yo asistir y llevó el equipo mi gran amigo Jaume, colaborador de toda esta aventura. Tras dar las consignas, oyó como el nuevo le preguntaba: “Míster, ¿qué no rezamos hoy el Padre Nuestro?”


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