Reflexionando sobre el Evangelio (Mc 9,2-10)
Subamos a la Montaña junto a Cristo
El Evangelio de hoy nos conduce a un momento de gran importancia. Cristo conduce hasta lo alto del monte Tabor a tres Apóstoles: Pedro, Juan y Santiago. Los conduce lejos de lo cotidiano, lejos de lo que representa la costumbre diaria. ¿Qué busca el Señor? Dar testimonio de su divinidad por medio de estos tres testigos. También busca enseñarles que es necesario escapar de lo cotidiano para acercarse a lo trascendente, a lo sagrado. Cuando lo sagrado se convierte en cotidiano, nos engañamos a nosotros mismos.
San Ambrosio de Milán habla de lo que conlleva ir junto a Cristo hasta lo alto del Tabor. Nos señala qué es lo encontramos y qué es lo que Dios quiere para nosotros:
También nosotros subimos la montaña, imploramos al Verbo de Dios para que se nos aparezca en su «resplandor y belleza», que sea «fuerte, se adelante en majestad y reine» (Sl 99,4)...
Porque si tú no subes a la cumbre a través de un saber más elevado, la Sabiduría no se te revelará, no tendrás el conocimiento de los Misterios, ni verás aquel resplandor, aquella belleza contenida en el Verbo de Dios, sino que el Verbo te parecerá como en un cuerpo «sin belleza ni resplandor» (Is 53,2). Te parecerá como un hombre lastimado, capaz de sufrir nuestros males (v. 5); te parecerá como una palabra nacida del hombre, cubierta del velo de la letra, sin resplandecer con la fuerza del Espíritu (cf 2C 3,6-17)...
Sus vestidos son de una manera abajo de la montaña, otra allá arriba. Puede ser que los vestidos del Verbo sean las palabras de la Escritura, adornando, por decirlo de alguna manera, el pensamiento divino, y puesto que se aparece a Pedro, Santiago y Juan bajo otro aspecto, sus vestidos resplandecen de un blanco deslumbrador, de la misma manera que, a los ojos de tu espíritu, se ilumina ya el sentido de las Escrituras. Las palabras divinas, pues, se vuelven como nieve, los vestidos del Verbo «de un blanco deslumbrador como no puede dejarlos ningún batanero del mundo»… (San Ambrosio de Milán. Comentario al evangelio de san Lucas, VII, 9s)
En plena postmodernidad, hablar de sabiduría y conocimiento conlleva desprecio, indiferencia y rechazo. Pero es necesario recordarnos que Cristo es más que emotividad y relativización. El Verbo de Dios llena nuestro ser de entendimiento de lo humano y de lo trascendente. La Cuaresma es un camino que profundiza en el Misterio que nos lleva a la Pascua. Como dice San Ambrosio “si tú no subes a la cumbre a través de un saber más elevado, la Sabiduría no se te revelará, no tendrás el conocimiento de los Misterios, ni verás aquel resplandor, aquella belleza contenida en el Verbo de Dios”. ¿Qué será la Pascua entonces? Tan sólo una realidad socio-cultural, con mayor o mejor emotividad devocional. Si perdemos de vista las pisadas del Señor. ¿Cómo iremos en pos de Él para asistir a la transfiguración, si reducimos al Señor a lo cotidiano?
Cristo cambia su aspecto en lo alto del Tabor y lo hace para que sea evidente la plenitud la Belleza, Bondad y Verdad, que cobran sentido en Unidad. ¿Cristo es para nosotros un líder humano? ¿Un líder social? ¿Un líder político? ¿Una herramienta para imponer nuestras ideologías a los demás? Me temo que si reducimos al Señor a un líder humano, estamos perdidos en la inmensidad del yermo de lo cotidiano. Nos sorprendemos viendo que los templos se vacían y las comunidades se diluyen en la sociedad. ¿No será que hemos decidido no seguir al Señor a lo alto del Tabor?