¿Y que es eso, de la salvación?
Esta es la pregunta…, que le formulaba un indígena pagano a un misionero. Y si rumiamos despacio la pregunta del indígena pagano, nos daremos cuenta de que la mayoría de nosotros, tenemos formada una idea negativa de lo que es la salvación, porque para muchos, salvarse es librarse de ir al infierno; Es como si desde que nacemos, estuviésemos ya predestinados a ir al infierno y si queremos no ir, hemos de hacer méritos para evitarlo. Incluso la palabra salvación empleada tan enfáticamente, lleva nuestras mentes a pensar intuitivamente que ya estamos condenados y que hemos de luchar por salvarnos. Salvarse no es ni mucho menos esto, es lo opuesto, es más nosotros desde que somos bautizados, somos ya ciudadanos del cielo, aunque todavía no conozcamos nuestra verdadera patria. Estamos ya salvados nos salva el bautismo y a partir de él nuestro problema está en conservar nuestra ciudadanía celeste como hijos del mismo Dios.
Es como si naciésemos en un campo de refugiados y nuestros padres y las personas mayores, estuviesen todos los días hablándonos, de las maravillas que tuvieron que abandonar por causa de una guerra, que les obligó a refugiarse, en condiciones precarias en otro país, que no es el de ellos. Y ese otro país extraño, es para nosotros este mundo, porque pertenecemos a otro mundo que no conocemos. De ese mundo, que es el nuestro y que se llama cielo, nos hablan tanto de sus maravillas, que la mayoría de las veces no alcanzamos a comprender sus ventajas y quizás por aquello de que más vale pájaro en mano que ciento volando, nos apegamos a lo que es tangible a lo que aquí tenemos entre manos, a la vida en este mundo que no es nuestra patria. No estamos creados para vivir en este mundo y es tal el apego que tenemos a él, que temblamos cuando se acerca la hora de abandonarlo, salvo algunos pocos, tan apasionadamente amantes del Señor, que en su interior se razonan: Pero si lo que espero, es mejor que lo que aquí tengo, que narices hago yo aquí, salvo cumplir la voluntad del Señor que pronto me liberará de estas cadenas
Nosotros desde el momento en que hemos sido bautizados, hemos adquirido la ciudadanía del cielo, hemos entrado en el ámbito de amor de Dios. El Catecismo de la Iglesia católica en su parágrafo 1.213, nos dice que: “El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu ("vitae spiritualis anua") y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión (Cf. Cc. de Florencia: DS 1314; CIC can. 204,1; 849; Creo 675,1): "Baptismus es sacramentum regenerationis per aquam in verbo" "El bautismo es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la palabra", Ca th. R.2,2,5)”. Las gracias bautismales, no solo nos libera del pecado original, sino de cualquier otro pecado por grande que Señor y en la protección de este ámbito de amor, permaneceremos constantemente durante todo el tiempo que peregrinemos por este mundo, salvo que nosotros cometamos una ofensa al Señor y es entonces cuando perderemos la protección del ámbito de amor que tenemos por el hecho de ser templos viso de Dios
En una glosa mía titulada “Inhabitación Trinitaria”, publicada el 06-0411, escribía lo siguiente: “En el Sacramento del Bautismo, recibimos muchos dones y posibilidades, amén de lo fundamental, que es la de adquirir la condición de hijos de Dios. Y entre estos dones que recibimos en el bautismo, está el de transformarnos en templos vivos de Dios. El Señor inhabitará en nuestra alma, constantemente, siempre que vivamos en su amistad.
A mi juicio, el bautizado recibe una hoguera con su mecha preparada para ser encendida. Si tarde o temprano, con su acercamiento a Dios, con su oración, llega a encender esa hoguera, ella puede llegar a tomar caracteres de incendio inextinguible, porque Dios es un fuego que devora. A partir del momento en que la mecha de la hoguera haya sido encendida, el alma, solo ha de hacer dos cosas; seguir orando y abandonarse en Dios, dejarse llevar por Él, no pretendiendo hacer nada por cuenta propia. Así esa alma será eternamente dichosa. Pero desgraciadamente son pocas las hogueras de amor que se encienden en el mundo, por eso el alma elegida ha de ser una pirómana, por amor a Él”.
Pues bien, nosotros estamos ya salvados, desde el momento en que hemos sido bautizados, siempre que no abandonemos este mundo en amistad y gracia de Dios, es decir sin estar en pecado mortal. No es necesario explicar que si se ofende a Dios con un pecado mortal, el sacramento de la penitencia no reinserta en el ámbito del amor de Dios. Nuestra salvación está asegurada siempre que no nos salgamos del ámbito del amor a Dios, pues si abandonamos este mundo, sin estar en el ámbito de amor del Señor, sin haber aceptado su amor, es entonces cuando realmente perderemos la capacidad de amar y la luz divina que nos ilumina, entran en el mundo de las dos antítesis, el mundo del odio y de las tinieblas.
En la anterior glosa mencionada, hemos mencionado la hoguera de fuego de amor, que todos tenemos en nuestra alma, esperando el Señor, que en algún momento la prendamos fuego. Cuando un alma en este mundo se entrega al fuego del amor divino, ese fuego que vio y experimentó Moisés mirando la zarza ardiendo en el Horeb, su vida se transforma, sus ansias y deseos de amar y ser amada, es lo único que ya le interesa de este mundo. Así San Pablo en la epístola a los Filipenses, les decía: “Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si la vida en este cuerpo me permite seguir trabajando fructuosamente, ya no sé qué elegir. Me siento urgido de ambas partes: deseo irme para estar con Cristo, porque es mucho mejor, pero por el bien de ustedes es preferible que permanezca en este cuerpo”. (Flp 1,21-24). Y más adelante en la misma epístola les decía a los Filipenses: “Pero todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, lo tengo por pérdida, a causa de Cristo. Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a él, no con mi propia justicia –la que procede de la Ley– sino con aquella que nace de la fe en Cristo, la que viene de Dios y se funda en la fe”. (Flp 3,7-)).
Estas inquietudes de San Pablo, son las propias de esas almas que aman al Señor y ese desmedido amor, les lleva a que consideran deseable su muerte, ellas tal como ya antes hemos escrito, se pregunta: Si lo que espero es mucho mejor que es lo que aquí tengo, ¿qué hago yo aquí? Y ellas mismas se dan la respuesta: Cumplimentar la voluntad de mi amado, cuando aquí me tiene sus razones tendrá y esto será sin dudarlo lo que más me conviene, a mí y a quienes en este mundo Dios los ha atado a mí querer.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- Libro. DEL MÁS ACÁ AL MÁS ALLÁ.- www.readontime.com/isbn=9788461154913
- Libro. LA SED DE DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461316281
- Nuestra coronación 1610-09
- Nuestra salvación final 15-0310
- ¿Nos preocupa nuestra salvación? 21-0311
- Aún estamos a tiempo 15-0612
- Lo mucho que nos jugamos 21-0711
- Salvarse si, ¿pero...? 13-0911
La fecha que figura a continuación de cada glosa, es la de su publicación en la revista ReL, en la cual se puede leer la glosa de que se trate.