Crecimiento de la vida espirtual
La persona humana es cuerpo y alma, es materia y espíritu. El cuerpo está constituido íntegramente por elementos pertenecientes al orden material. El alma es un elemento no compuesto, goza de la simplicidad como todo lo que pertenece al orden del espíritu. Dios es Espíritu puro, es un Ser simple y lo suyo es la simplicidad. Lo simple al no estar formado por partes, nunca puede descomponerse, no es corruptible y por ello nunca fenece, todo lo espiritual es eterno. Al contrario la materia siempre termina descomponiéndose y por ello siempre fenece, porque ella está formada por partes.. En nosotros fenece nuestro cuerpo cuando termina de derrumbarse y es entonces cuando el alma, abandona ese cuerpo que la sostuvo en este mundo material donde vivimos. El alma se marcha a lo suyo, al mundo de lo espiritual, sea para bien yendo al cielo sea para mal yéndose al infierno, pues este no es un lugar material, ni tampoco lo son los demonios que al igual que los ángeles son espíritus puros.
Nosotros cuando nacemos y como consecuencia del pecado original, estamos envueltos en una lucha interior, entre las necesidades y deseos de nuestro cuerpo y los deseos de nuestra alma. Así San Pablo nos decía: “Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley. Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios. Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia”. (Ga 5,17-23)
Nuestra alma, al pertenecer al orden espiritual que es superior al orden material al que pertenece nuestro cuerpo, carece de necesidades materiales. Esta lucha entre alma y cuerpo, no la tenían ni Adán ni Eva pues gozaban de unos dones preternaturales, que perdieron cuando quebraron su relación con el Señor. Y como nadie da lo que no tiene, ellos Adán y Eva no pudieron trasmitirnos los dones preternaturales de los que ya no disponían y en virtud de los cuales sus almas dominaban sus cuerpos Ellos no estaban destinados a pasar por el trance de la muerte, que tanto temor inspira a la generalidad de las personas, salvo aquellas en que la fuerza de su fe, es equivalente a su esperanza y su amor al Señor y no les aterra, sino que muchas veces lo desean el encontrarse con su Amado. Así Santa Teresa de Lisieux decía: Pero como voy a tener miedo yo de encontrarme por fin con quien tanto amo. Fríamente considerando este problema del, temor a la muerte, es de ver, que en sí, es una falta de fe. Nuestra fe nos dice: que lo que nos espera arriba es mucho mejor que lo que aquí tenemos, por bueno que esto nos parezca. ¿Entonces por qué nos aferramos a lo malo, pudiendo alcanzar lo mejor?
Son muchos los factores que nos traban el crecimiento de nuestra vida espiritual y al dificultarse el crecimiento nuestra alma, esta se encuentra capitis disminuida frente a nuestro cuerpo. Aparte de los dos fundamentales cuales son la concupiscencia con la que nacemos, herencia del quebrantamiento de la voluntad divina que hicieron Adán y Eva. San Pablo a este respecto exclamaba: “No entiendo lo que me pasa pues no hago lo que quiero; y lo que detesto es justamente lo que hago”. (Rm 7,15). El segundo factor fundamental, es la dichosa tentación a la que todos estamos sometidos por el demonio. Aquí abajo nos encontramos para superar una prueba de amor al Señor y para pasar la prueba hemos de ser calibrados en la cuantía de nuestro amor por los méritos que podamos alcanzar venciendo nuestra concupiscencia y las tentaciones a las que constantemente nos somete el demonio. Sin tentaciones y demonio, no tendríamos escalera para subir al cielo.
Aparte de los dos factores señalados que traban el crecimiento de nuestra vida espiritual, tenemos que considerar, que nuestra alma al igual que nuestro cuerpo necesita alimentos y vitaminas para crecer. La vida interior para su crecimiento, al igual que nuestros cuerpos, necesita alimentos y tiempo para madurar y crecer. Es imposible formar un hombre adulto en seis meses después de su nacimiento, al igual que no es posible, adquirir el grado de desarrollo de vida espiritual de un San Juan de la Cruz en 48 horas. Los alimentos de nuestro cuerpo necesarios para su crecimiento, son siempre bienes materiales que cuestan dinero adquirirlos, en cambio los alimentos de nuestra alma, son bienes espirituales que siempre son gratuitos. Dios siempre se encuentra ansioso de que se le soliciten bienes espirituales, esencialmente dones y gracias para hacer crecer espiritualmente a nuestra alma. Es 100 veces más fácil, obtener de Dios por medio de la oración de petición, bienes espirituales que bienes materiales
Carlo Carreto escribía: “Yo creo que no existe en el mundo un oficio tan difícil como el de vivir de fe, de esperanza, y de amor. Se trata en el fondo de dar un salto en la oscuridad, o para ser más precisos un salto en lo invisible. No resulta fácil. Yo hace tiempo que me he acostumbrado, y, sin embargo, he de deciros que tiemblo siempre ante la novedad de un nuevo salto, que me propone la presencia de Dios en mi conciencia”.
Si queremos santificarnos, necesitamos crecer en la vida espiritual lo cual, no es ni mucho menos una tarea fácil, requiere ante todo perseverancia en seguir avanzando, porque en la vida espiritual, si no se está avanzando se está retrocediendo. Necesitamos vida sobrenatural, y tenemos que adquirirla aquí en la tierra. Morir sin haberla adquirido significa el eterno fracaso.
No existe una verdadera vida espiritual fuera del ámbito de amor del Señor, solo no es posible alcanzar nuestra vida espiritual y hacerla crecer dentro del ámbito de amor del Señor `porque es Él y solo Él el que nos la proporciona, desde el momento en que nosotros podemos amar, porqué Él, que es la única fuente de amor sobrenatural que existe, nos amó primero. Nosotros solo tenemos vida espiritual porque somos amados por Él.
Fuera del ámbito de amor del Señor, repito para poner más énfasis, no existe una verdadera vida espiritual. Nosotros podemos tener una vida espiritual porque somos amados por Él. No tratemos de perder el tiempo en buscar paz interior y vida espiritual en prácticas hindúes u orientales, como el Yoga o el Reiki, porque al no estar estas prácticas basadas en el amor al Señor, es decir fuera del ámbito del amor de Dios, estamos abriéndole puertas al demonio, de igual forma, que con las prácticas del Espiritismo.
El P. Lallement, decía que: “El punto más trascendente de la vida espiritual consiste en disponerse a la gracia por medio de la pureza de corazón; de tal modo que de dos personas que al mismo tiempo se consagrasen al servicio de Dios, si una de ellas se entrega a practicar buenas obras y la otra se dedica únicamente a purificar su corazón y a quitar todo lo que en él se opone a la gracia, esta última llegará a la perfección en la mitad de tiempo que la primera”.
Es propio de la dinámica del desarrollo de la vida espiritual, llegar a un momento en el que no se desea ni se esperar la recepción de bienes materiales. En la medida en que se avanza en la vida interior, el índice de contrariedades y tribulaciones puede aumentar, pues esto es necesario para identificarse uno con los sufrimientos del Maestro, que claramente dijo: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallara”. (Mt 16,24-25). Bien es verdad, que al que siga este camino, Dios le colmará de gracias para hacer frente a sus tribulaciones.
Pero la leyenda de Job, porque eso es, una leyenda de la que ignoramos si realmente Job existió, más bien parece, que Dios permitió la escritura de esta leyenda, para consuelo de los atribulados israelitas de su época, todos ellos de dura cerviz y muy materializados, pues nadie sabe ni pueda afirmar, de un santo del Nuevo Testamento, al que como premio en este mundo, Dios al final de sus días le multiplicase, su bienes materiales, como en el caso de Job, lo realizó multiplicándole, los rebaños de bueyes, burros y camellos”.
Dios en esta vida a nadie le promete más que lo que se desprende de lo que nos dijo: “Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es blando y mi carga ligera”. (Mt 11,29).
- Libro. CONOCIMIENTO DE DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461179107
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