Negarse uno a si mismo
Esta aseveración del Señor, lo recoge San Mateo por duplicado en los caps. 10 y 16 de su evangelio. En el cap. 10 se recoge esta aseveración en solitario, y la del capítulo 16 se encuentra en el versículo 25 de este capítulo. Los otros dos sinópticos San Marco y San Lucas solo la recogen una vez, en sus respectivos evangelios, y ambos evangelistas, recogen esta aseveración al igual que San Mateo en el cap. 16 inmediatamente antes de la Transfiguración de Nuestro Señor, y después de haberle dado a San Pedro el gobierno de la Iglesia y las llaves del cielo en Cesárea de Filipo, Cuando le dijo: “Y Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificare mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán frente a ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que atares sobre la tierra quedara atado en los cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra quedara desatado en los Cielos”. (Mt 16,13-20).
En total la aseveración, fue recogida cuatro veces, pero uno llega a la impresión de que el Señor debió de pronunciarla más veces, lo cual quiere decir, que Él le dio una especial atención al contenido de esta aseveración.
Todos sabemos que en el desarrollo de la vida espiritual de nuestras almas, estas han de pasar por tres escalones o vías, si es que desean alcanzar su plena integración en el amor del Señor. Estos escalones o vías han sido descritos por diversos santos y exégetas titulando estos escalones o vías de diversa formas. Clásicamente se le dan los nombres de: la vía purgativa, la vía iluminativa y la vía unitiva que es la cumbre del desarrollo de nuestra vida espiritual, en cuanto se puede llegar a alcanzar una definitiva unión de nuestra alma con el Señor.
Aquella alma que llega a alcanzar la llamada vía unitiva, es decir la unión del alma humana con el Señor ya aquí en esta vida, alcanza un nivel de tal intimidad con el Señor, que su voluntad queda ya perfectamente identificada con la divina, lo que implica que el alma que esto llega a alcanzar está ya purificada y no ha de pasar por el purgatorio.
Negarse uno a sí mismo, es una de las tres condiciones que el Señor nos fija, para seguirle a Él, lógicamente, si es que queremos seguirle movidos por un intenso amor hacia Él, lo cual no es indispensable lograr para nuestra eterna salvación, pues como el mismo Señor ya nos dejó dicho, lo indispensable es el cumplimiento de los diez Mandamientos: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él”. (Jn 14,21). Hay distintos grados de amor, y el mínimo que el Señor nos demanda es el cumplimiento de los diez Mandamientos, pero por encima de esto ha mucho más, como es el entregarse incondicionalmente a Él negándose uno mismo y siguiéndole, tal como Él mismo nos indicó.
En esta aseveración del Señor, que hemos puesto en el párrafo de encabezamiento de esta glosa, el Señor en su misma exposición ya la divide en tres partes de actuaciones que hemos de tener para alcanzar la vida eterna de la manos del Señor, Estas son: 1.- Negarnos a nosotros mismos. 2.- Tomar su cruz, y 3.- Seguir al Señor. Veamos pues.
Negarse uno a sí mismo, es una decisión que uno ha de tomar, si es que quiere caminar en seguimiento de Cristo. Por amor hacia Él, debes de estar dispuesto a perder su vida por Él si ello fuese necesario, pues los hombres llega a conocer el amor de Cristo, en la medida en que renuncian a sí mismos, y el último grado y el más duro de esa renuncia es entregar la vida por él alabándole y dándole las gracias por la oportunidad que le da al que así se entrega.
Es preciso elegir, dice San Agustín: Amar a Dios hasta el desprecio de sí mismo, o amarse a uno mismo hasta el desprecio de Dios”. San Agustín también nos decía: “…, el único y verdadero negocio de esta vida, es el saber escoger lo que se ha de amar, ¿qué tiene de particular que si me amas y deseas seguirme renuncies a ti mismo por amor?”. Y por ello aseguraba: “Si te pierdes cuando te amas a ti mismo, no hay duda que te encuentras cuando te niegas. (…). Antepón a todos tus actos la voluntad divina y aprende a amarte no amándote”.
Es necesario que nos neguemos a nosotros mismos, pues tal como escribía Jean Lafrance: “No hay santidad sin renunciamiento, hay que tomarlo o dejarlo”. Quien muere con Cristo resucitará ya en este mundo, día a día a una vida nueva de amor, al Señor y a todo lo por Él creado, en especial a nuestros semejantes, una vida nueva de oración incesante y sobre todo de amor inagotable. Negarse uno a sí mismo es, la negación de uno mismo, es humillarse uno, bajándonos de nuestro pedestal, de ese pedestal que la soberbia de nuestro yo, ha creado y si logramos aplastar nuestro yo, habremos aplastado nuestro hombre viejo, para que nazca el hombre nuevo, que sabrá aceptar y tomar su cruz para seguir al Señor.
Benedicto XVI, ya en su época de cardenal Ratzinger, escribía que: “…, el combate contra el propio egoísmo, la ”Negación de sí mismo", conduce a una alegría interior inmensa y lleva a la resurrección”. Y en este mismo sentido corroborando lo dicho por Benedicto, el Beato Susón escribía también diciéndonos: “El que se renuncia y muere a si, empieza a vivir una vida celestial y sobrenatural. Con todo, aún hay quien vuelve a apartarse de Dios y no persevera en su santa unión”. Aquel que persevera y se desprende de verdad de sí mismo, al negarse a su yo, deja penetrar íntimamente en Dios, siente un divino arrebatamiento, no por sus propias fuerzas, sino a impulso de una gracia superior que no se ve pero se siente y coloca a un espíritu creado en el Espíritu increado de Dios y ÉL, le regala con aquél éxtasis de San Pablo, y de otros santos de quienes habla San Bernardo.
Y uno se pregunta: ¿Y cuál es el camino que hay que seguir para negarse a uno mismo? Para comprender bien, cuál es el camino, que hay que seguir para negarse uno a sí mismo, hay que tener presente lo que nos dice el Kempis, poniendo en boca del Señor las siguientes palabras: “Me tiene sin cuidado cuanto pueda recibir de tu parte, si no te das tú mismo; es a ti a quién quiero, no tus dádivas. ¿Es que podría bastarte a ti todo cuanto tienes, sin Mí? De igual manera, tampoco me satisface cuanto puedas tú ofrecerme, si no te ofreces a ti mismo”.
Y así es El Señor nos desea a nosotros, no a lo que podamos tener, a Él solo le interesa nuestra alma desnuda, pero desnuda no solo de lo que podamos poseer materialmente, sino también de apetencias y de deseos de bienes materiales e inmateriales. Nos quiere solo con el hambre del deseo de llegar a entregarnos a su amor. La persona humana, es u manojo de deseos que cuando alguno se materializa, le crea una necesidad a esta persona. Solo prescindiendo de deseos y de necesidades puede uno llegar a negarse a sí mismo y seguir al Señor. Porque si lo que queremos es poseerlo todo, hay que perderlo todo, para alcanzar el Todo de todo que es el Señor.
Existen tres reglas para negarse a uno mismo, escritas por el Beato Susón y así, este nos dice que para volver a Dios lo que se debe de hacer es:
1).- Convencerse de la bajeza de su ser, el cual, separado de la omnipotencia de Dios es verdaderamente nada.
2).- Pensar que Dios fue el que creó y conserva su naturaleza, y que él no ha hecho sino mancharla de pecado; y que antes de volverla a Dios tiene que limpiarla de nuevo y purificarla.
3).- Rehacerse por un odio generoso a sí mismo, desprenderse de la multitud de amores terrenos que ocupan nuestro corazón, renunciarse por completo a sí mismo y abandonarse a la voluntad de Dios en todo y en todo momento de nuestras vidas. Mantenerse siempre firme en el deseo de amar más y más al Señor, lo mismo en las alegrías que en los sufrimientos, lo mismo en el trabajo que en el descanso.
Negarse a sí mismo, es buscar uno siempre el descendente camino de la humidad y la humillación. No ir a la búsqueda del camino ascendente; que es el camino del dinero, del honor de la fama, del triunfo, del brillo; buscar a los que triunfan y tomarlos de ejemplo; dejarse llevar por lo que a uno le pide el cuerpo y la sociedad en que vive.
Por el contrario, el camino descendente; es el camino del fracaso, del sacrificio, de la oscuridad; es buscar a los más pequeños, a los insignificantes, a los oprimidos; no aceptar las tendencias y los deseos de nuestro ser, que desgraciada mente lo dominan los deseos de nuestro cuerpo mortal. Solo nos salvaremos, nadando a contracorriente y solo podremos nadar a contracorriente, con la ayuda del que “Todo lo puede”, sin Él nada podemos”.
Para aquel que logra, alcanzar su propia negación llega a comprender que, nuestra anulación es el modo más potente que tenemos de unirnos al Señor y de hacer el bien a las almas; es lo que San Juan de la Cruz repite casi en cada línea. Cuando podamos sufrir y amar, podemos mucho, es cuando podemos lo más que se puede alcanzar en este mundo: El sentir que sufrimos, y alabar el sufrimiento, porque este nos identifica con Él que tanto sufrió por culpa de nuestros pecados. Él tiene que ser la única la razón de nuestra existencia y todo nuestro amor ha de ser para Él y solo para Él.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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La fecha que figura a continuación de cada glosa, es la de su publicación en la revista ReL, en la cual se puede leer la glosa de que se trate.
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