Lunes, 25 de noviembre de 2024

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75 aniversario de la muerte del V.P. Félix de Jesús Rougier

75 aniversario de la muerte del V.P. Félix de Jesús Rougier, M.Sp.S.

por Duc in altum!

 Era la mañana del 10 de enero de 1938 en la Ciudad de México. En una de las habitaciones del Hospital Francés, con la mirada puesta en una imagen de la Virgen de Lourdes, dejaba de latir el corazón, valiente y generoso, del Venerable Siervo de Dios P. Félix de Jesús Rougier. A 75 años de distancia, quienes de alguna manera hemos tenido que ver con las obras por él fundadas, lo recordamos con gratitud, esperando verlo muy pronto en los altares, sobre todo, ahora que tanto se cuestiona la fidelidad de los sacerdotes.

Sin duda alguna, se pueden decir muchas cosas significativas alrededor de la figura histórica del P. Félix, aquel misionero francés que dejó huella en España, Colombia y, de manera especial, en México, sin embargo, para no alargarse más de la cuenta, basta con recordar tres actitudes que lo distinguieron hasta el último día de su vida, de su aventura como sacerdote, director espiritual, formador, pedagogo, escritor y fundador de cuatro congregaciones religiosas. En primer lugar, fue un hombre de oración. Le gustaba orar en el silencio de la noche, aunque a veces el sueño lo vencía. En segundo lugar, vivió la obediencia a los superiores en un grado heroico. No le importó tener que esperar diez largos años para que le dieran el permiso de regresar a México y, desde ahí, poder ocuparse de las Obras de la Cruz. En tercer lugar, tuvo el coraje de realizar grandes proyectos en medio de la persecución religiosa. Impulsó la construcción de casas de formación, colegios y hospitales. Veía a Dios en todos y en todo.

Vivía una relación especial con cada una de las tres personas de la Santísima Trinidad, de ahí que acostumbrara decir: “Dios, Dios, Dios”. Lo anterior, sintiéndose siempre acompañado por la Virgen María, a quien le compuso una jaculatoria que se continúa repitiendo en los colegios que ponen en práctica su pedagogía y espiritualidad: “con ella todo, sin ella nada”. En su predicación, no faltaba el amor al Espíritu Santo, el sentido de la cruz, así como la importancia de promover vocaciones sacerdotales y religiosas, sin olvidar incluir a los laicos en la misión de la Iglesia. No se perdía en el activismo, sino que todas sus acciones eran motivadas por la fuerza de la contemplación de Jesús Sacerdote y Víctima. En la numerosa correspondencia epistolar, contagiaba alegría, ilusión, tenacidad y optimismo. Incluso 10 días antes de morir, es decir, el 31 de diciembre de 1937, tuvo fuerzas para escribir una carta al P. Edmundo Iturbide Reygondaud M.Sp.S., confortándolo por una enfermedad que había puesto en peligro su vida. Siempre tenía un detalle, una palabra agradable, simpática. Acostumbraba escribir a los alumnos de la Escuela Apostólica de Tlalpan, a dos tintas, es decir, poniendo en rojo lo que le parecía más importante.

Otro rasgo significativo fue la capacidad que tuvo para hacer equipo, es decir, su fecundidad espiritual. Involucró a un número importante de obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos en la causa de las Obras de la Cruz. ¿Qué les movía? Su congruencia entre lo que decía y lo que vivía. Como dice el dicho, “la palabra mueve pero el ejemplo arrastra”. Muchos de los hombres y mujeres que se unieron a su labor en pro de la Iglesia, se encuentran actualmente en proceso de canonización, lo que deja claro que sabía acompañar y, sobre todo, dar ejemplo.  

En síntesis, agradecemos la presencia de Dios en la vida del P. Félix, recordando una de las frases que nos dejó y que resume perfectamente el rumbo que tomó su vocación: yo quiero todo lo que Jesús quiera, lo que sea su gusto, su complacencia, su simple deseo, aunque yo me sacrifique hasta la muerte” (CCA: Cuenta de conciencia 20,384: 16 de julio de 1904).

En su 75 aniversario luctuoso, el blog “Duc in altum!”, se une a la acción de gracias de la Familia de la Cruz. Como un comentario personal, quiero decirles que la vida y obras del P. Félix, especialmente, la fundación de las Hijas del Espíritu Santo (1924), han sido claves en mi experiencia de fe, pues soy ex alumno de uno de sus colegios, del Instituto Rougier de la Ciudad y Puerto de Veracruz, México. 

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