Es esta una pregunta que a casi todo el mundo…, por no decir a todo el mundo, nos gustaría tener la respuesta. Y precisamente el otro día cayó en mis manos una breve historia, que me envió mi amigo Francisco Ros Gascón, que como yo se dedica a esta estupenda ocupación de servir al Señor escribiendo sobre Él y la historia, está relacionada con este tema del miedo al más allá, la historia dice así:
Un hombre enfermo se dirigió a su médico, que ya se estaba abandonando la sala donde había examinado al paciente y este le dijo: "Doctor, tengo miedo de morir. Dígame lo que está en el otro lado". En voz muy baja, el médico dijo: "No lo sé".
"¿No lo sabe? Usted es creyente, y ¿no sabe lo que hay del otro lado? "
El doctor estaba con su mano puesta sobre el pomo de la puerta; Del otro lado llegó un ruido de rasguños y lloriqueo, Y cuando abrió la puerta, un perro saltó a la habitación, Y se lanzó sobre el doctor, espectacularmente, ansioso y gozoso de alegría
Y dirigiéndose al paciente, el médico le dijo: "¿Se dio Vd. cuenta, era mi perro? Él nunca ha estado antes en esta sala. No sabía lo que había dentro. No sabía nada, excepto que su amo estaba aquí, Y cuando se abrió la puerta, saltó adentro sin miedo. Sé poco, de lo que está al otro lado de la muerte, Pero sí sé una cosa, y es que el Señor, está detrás de la puerta de la muerte, está ahí y eso para mí es suficiente.
Frente a este desconocimiento, que todos tenemos son muy variadas las aptitudes. Podríamos formar dos grandes grupos: Los que tienen fe y los que carecen de ella. En el primer caso, la clasificación es muy fácil, porque ella depende del grado de fe que cada persona tenga. Los hay con la fe del carbonero los hay también aquellos que tienen una débil fe con más o menos dudas, y también los hay que llevados por su egocentrismo, solo tienen fe en sí mismos, otros carecen de una auténtica fe, aunque esta solo sea muy pobre, pero manifiestan que son creyentes. Y en relación al segundo grupo, son muy variadas las clases de posiciones. Los hay desde aquellos que se confiesan rabiosamente ateos y dicen pensar que al final, todo acaba en el hoyo, como los animales, porque salieron engendrados por sus padres y terminan en la nada y otros que piensan que algo debe de haber, pero su ateísmo o agnosticismo, no les permite dar forma mental alguna a ese algo, que dicen que puede haber.
Si pensamos despacio en este tema, vemos que hay varias circunstancias, que dan forma y condicionan el pensamiento del ser humano en relación a este tema. Prescindiendo de otras consideraciones de menor importancia, la primera, es la aceptación del principio de que todo ser humano tiene cuerpo y alma. La segunda, es esa impronta que todo ser humano lleva dentro de sí y que le crea el deseo de seguridad. La tercera, es el referente a los apegos humanos que en mayor o menor grado todos tenemos. Y la cuarta, es la más fundamental de todas, es la referida a la fe. Aunque solo sea someramente, pues cada una de ellas merece una glosa entera, vamos a verlas.
Empezaremos ocupándonos de la primera circunstancia que nos condiciona. Todos sabemos que no todo el mundo acepta tener alma, e incluso los hay que para poder negar lo innegable, se llega a decir que el alma si existe y que se tiene dentro del cerebro. Como si el alma fuese un elemento material. Lógicamente esta clase de pseudocientíficos no creen en la existencia de un orden espiritual y sin embargo, bien que se agarran a prácticas exotéricas. Como sabemos nuestro cuerpo es corruptible y desaparece en la muerte, sin perjuicio de que conforme a nuestra fe, seamos dotados después de un cuerpo glorioso, del que si nos detenemos en examinar sus cualidades, más bien este pertenece al orden del espíritu más que al de la materia. Pero nuestra alma existe, pertenece al orden del espíritu y es inmortal, tuvo un principio, cuando Dios la creó, pero para bien o para mal, de acuerdo cual sea su destino final, nunca desaparecerá ella es inmortal. Hay que distinguir entre inmortalidad y eternidad. La inmortalidad determina la existencia de un principio y la carencia de un fin, la eternidad, nunca ha tenido un principio. Dios es eterno, no tuvo jamás principio y nunca tendrá fin, nosotros, nuestra alma es inmortal.
La segunda circunstancia que nos condiciona, la marca el deseo de seguridad. Todo ser humanos tiene deseos de seguridad, nadie quiere vivir en la precariedad, pero no ya en el orden material sino también en el orden espiritual. La inseguridad a nadie le gusta y por ello en el orden material, hasta existe un negocio muy rentable para venderles seguridad a los clientes, que se llama compañía de seguros, pero en el orden espiritual no es posible comprar seguridad, no existe ninguna compañía o sociedad que nos la venda. Todo el mundo quiere tener la seguridad de que es verdad, que lo que nos espera es mejor que lo que tenemos. Pero esta seguridad que todos deseamos tener solo a contadas personas el Señor se la ha dado, aunque no plenamente pero sí algo de ella, es el caso de San Pablo, que en su primera epístola a los corintios, escribió: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman”. (1Co 2,9). Y uno se pregunta: ¿Qué razones tuvo San Pablo para escribir estas líneas? Y la contestación la tenemos en la segunda epístola a los corintios a los que les dijo: “¿Que hay que gloriarse?, aunque no trae ninguna utilidad; pues vendré a las visiones y revelaciones del Señor. Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años, si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre, en el cuerpo o fuera del cuerpo del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar”. (2Co 12,2).
La tercera circunstancia, son los apegos que todos tenemos a este mundo, a lo que él nos ofrece, a nuestros seres queridos a nuestras posesiones materiales sean estas muchas o pocas, aunque estas sean solo un simple bolígrafo, apegos a nuestros recuerdos… Son muchas las ataduras que tenemos y si no las tenemos materiales, si las tenemos en deseos no satisfechos y recuerdos de la vida. Para el que carece de fe le es imposible pensar que exista algo mucho mejor y superior a lo que aquí conoce y aunque no tenga nada, los apegos le impiden, librarse del temor a la muerte.
Y sobre la cuarta circunstancia, la más importante, diremos que; Solo ha una forma de vencer estos obstáculos y es tener una ciega fe en al amor del Señor, saber y estar seguros de que de detrás la puerta de la muerte, está nuestro Amado, esperándonos con mucha más ansia, de la que nosotros podamos tener de encontrarnos con Él. Santa Teresa de Lisieux, decía: “Pero como voy a tener miedo de encontrarme con quien continuamente estoy suspirando de amor a Él”. Solo con la humildad, el amor, y la docilidad de un perro podemos cruzar con seguridad, esa puerta que todos tenemos que cruzar un día que no sabemos cual será.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- Libro. DEL MÁS ACÁ AL MÁS ALLÁ.- www.readontime.com/isbn=9788461154913
- Libro. LA SED DE DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461316281
- Temor a la muerte y al sufrimiento 27-11-09
- ¿Tenemos miedo a la muerte? 07-02-11
- Muerte y fe 05-06-12
La fecha que figura a continuación de cada glosa, es la de su publicación en la revista ReL, en la cual se puede leer la glosa de que se trate.
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