Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Sobre el "nuevo cura de Ars" de Marsella

Sobre el "nuevo cura de Ars" de Marsella

por El Chascarrillo del Monaguillo

Me pasó lo que a tantos miles de seguidores de ReL: cuando vi el título del artículo que Javier Lozano publicaba hace unos días en este portal “El nuevo cura de Ars de la Marsella agnóstica multiplica los fieles en un barrio islámico”, me zambullí de inmediato en su lectura, con una mezcla de curiosidad y de enorme interés. Visité Marsella hace dos veranos. El GPS de mi coche -ese aparato que tiene la cualidad de meterte por calles absolutamente desconocidas y, misteriosamente, hacerte llegar a tu destino- me hizo cruzar todo el decadente casco histórico de Marsella. Si me hubiesen dicho que me encontraba en una ciudad de Argelia, de Marruecos o, incluso, de la India, me lo habría creído. Pero no: estaba en el corazón de la ciudad que dio nombre, ni más ni menos, al himno de Francia.  Y allí, en medio de ese laberinto de calles que subían y bajaban, se encontraba la parroquia del padre Miche Marie Zanotti.
Me vinieron estos recuerdos a la cabeza al leer el artículo de Javier Lozano. Pero, les seré sincero: no encontré en él una fórmula “mágica” para revitalizar una parroquia o un método “infalible” de márketing eclesial que logre multiplicar el número de feligreses. Me topé, eso sí, con un sacerdote que auna una buena dosis de sentido común con un sólido sentido sobrenatural. Después de años, o quizás décadas, de experimentos eclesiales arriesgados que han llevado a la casi desaparición de miles de parroquias en todo el mundo, el padre Zanotti ha recuperado lo que los fieles más fieles llevaban tiempo pidiendo: iglesias abiertas más horas, sacramentos celebrados con cariño, atención personal a los feligreses y templos cuidados, limpios y bien mantenidos. Como ven, no estamos ante la fórmula de la Coca Cola. Curiosamente, hay cientos de parroquias en todo el mundo que siguen las mismas pautas del padre Zanotti y están obteniendo los mismos magníficos resultados que el sacerdote francés.
1-     Iglesias abiertas más tiempo
Hablando recientemente con el dependiente de una conocida franquicia de ropa, me decía que, desde que comenzó la crisis, su tienda decidió abrir todos los fines de semana y puentes. “El consumo ha caído, así que tenemos que trabajar todos los días del año para compensar”, me explicaba. En la Iglesia parece que actuamos justo al revés: hemos perdido miles de feligreses y, por eso, la parroquia abre menos horas. Al estar más tiempo cerrada, los fieles vienen menos y, como vienen menos, cerramos la iglesia más tiempo. El clásico círculo vicioso. Consecuencia: muchos fieles “huyen” a otros templos que sí están abiertos. Es curioso ver cómo hay parroquias en España, separadas por apenas un par de kilómetros de distancia, en la que una tiene una vitalidad inmensa, con grupos de jóvenes, catequesis y demás, mientras que la otra apenas mantiene las constantes vitales de la misa del domingo y poco más.
Es esperanzador ver cómo cada vez hay más párrocos adaptándose a los horarios de sus fieles, poniendo las horas de las misas en función de las necesidades de los feligreses. En el caso del padre Zanotti, a las ocho de la mañana ya ha abierto la iglesia, y nunca echa la llave antes de las once de la noche. Un joven sacerdote de Madrid me comentaba este verano que la parroquia a la que le habían destinado recientemente nunca había abierto antes de las diez de la mañana. “Decidí abrirla a las ocho. Las primeras semanas estaba yo solo ante el Santísimo. Luego, un día, escuché a una madre, que acompañaba a su hijo pequeño al colegio, decirle: “Mira, una iglesia abierta. Vamos a rezar un poquito”. Al día siguiente volvieron. Y así, hasta ahora. La gente, cuando va a trabajar y ve una iglesia abierta, se detiene y entra unos minutos. Cada vez viene más gente a rezar”, constataba el sacerdote.
2-     Una iglesia limpia
Como periodista, la Iglesia de la Cienciología me invitó hace unos años a la inauguración de su flamante sede situada frente al Congreso de los Diputados de Madrid. La secta se había hecho con un edificio de viviendas entero, de un siglo de antigüedad, con solera y distinción, y lo había reformado de arriba a abajo. Recuerdo mi visita por cada estancia: todo estaba reluciente; el suelo, pulido; la iluminación, impecable; todo en perfecto orden y decorado con un gusto exquisito.
Antes de que muchos de los lectores me interrumpan con la consabida objeción, lo haré yo: el dinero. La Cienciología es una secta que tiene mucho dinero y, nosotros, en nuestras parroquias, apenas tenemos para pagar la luz. Parece que, diciendo esto, ya tenemos bula para cruzarnos de brazos y pasar a otro asunto. Pero no: estoy seguro de que no se trata, exclusivamente, de un asunto económico. Más bien, se trata de una pandemia nacional que nos afecta a los españoles: somos bastante poco cuidadosos y muy, muy desastrados. Poseemos templos extraordinarios, pero no los sabemos mantener. Basta viajar un poco para darse cuenta de que esto es así. En Alemania, por ejemplo, hasta la ermita más pequeña de cualquier pueblo remoto está barrida, bien pintada y mantenida. En Marsella, lo primero que hizo el padre Zanotti fue remozar el templo. Lo explica Javier Lozano: “Nada más llegar y con la ayuda de un grupo de laicos renovó la parroquia, la limpió y la dejó resplandeciente. Para él, éste es otro motivo de por qué la gente opta por volver a la iglesia. “Cómo quiere que se crea que Cristo vive en un lugar si todo no está impecable, es imposible”, afirma el sacerdote”. Y la gente comenzó a venir. Se sentía a gusto en la iglesia. No ya por la presencia de Cristo en la eucaristía, o por la cercanía del nuevo párroco. Es que el templo resultaba acogedor.
Es muy desalentador ir a algunas iglesias que están mal iluminadas, con una decoración que valdría para el cásting de “Cuéntame”, con los carteles y avisos que se cuelgan en los tablones de la entrada puestos de cualquier modo, sin ningún orden ni concierto; donde, en la capilla lateral, te puedes encontrar, al lado de la estatua de San Judas Tadeo, la escoba, el cubo de la fregona y varias cajas con revistas de hace cinco años. He visto tubos fluorescentes, como los que se usan en la cocina, junto a retablos barrocos; lámparas del todo a cien para iluminar extraordinarias tallas góticas; parroquias ultramodernas donde han colgado visillos de ganchillo en las ventanas…
 
¡Hay excepciones!
En esto son ejemplares, por citar un caso, los del Opus Dei. Da gusto ir al santuario de Torreciudad, por ejemplo. Todo está primorosamente cuidado: los suelos y bancos, relucientes; la decoración, hecha con gusto y armonía; los jardines, bien mantenidos.
Una vez más, podemos caer en un círculo vicioso: como viene poca gente a la iglesia, llegan pocos donativos. Al haber pocos donativos, no tengo dinero para mantener bien el templo. Y así, la parroquia está cada vez más abandonada, fea y cutre. ¿Es sólo por el dinero? ¿No será más bien una cuestión de decisión personal, de empeño, de querer hacer bien las cosas? Yo estoy convencido de que sí. Por eso me ha alegrado leer a Juan Luis Rascón, un párroco de Madrid que, tras adecentar su parroquia, logró duplicar la colecta del domingo
3-     Y dejamos para el final lo más importante: la digna celebración de los sacramentos.
“Las misas están siempre repletas y en ellas hay procesiones solemnes, incienso, cánticos cuidados… Todo hecho al detalle. “Le doy un trato especial a la celebración de la Misa paramostrar el significado del sacrificio eucarístico y la realidad de la Presencia”. “La vida espiritual no se concibe sin la adoración del Santísimo Sacramento y sin un ardiente amor a María” por lo que introdujo la adoración y el rezo diario del Rosario dirigido por estudiantes y jóvenes”. No hace falta añadir nada. El padre Zanetti lo explica a la perfección.
En fin, no pretendo ser exhaustivo y agotar el tema en un solo artículo. Sólo diré que el éxito atrae. Y que los párrocos que, en España, siguen una línea similar a la del padre Zanetti, van viendo cómo, poco a poco, la gente acude a las iglesias.

Álex Navajas
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