Benedicto XVI propone profesar diariamente el Credo.
Benedicto XVI propone profesar diariamente el Credo.
“La Iglesia nos guía en este propósito por medio de la Palabra, los sacramentos y una caridad activa. Creer no es el encuentro con una idea o un programa, sino con una Persona, que vive y nos transforma al revelarnos nuestra verdadera identidad. Creer no es algo extraño y lejano a nuestra vida, algo accesorio; al contario, la fe en el Dios del amor, que se ha encarnado y ha muerto en la cruz por nuestra salvación, nos presenta de forma clara que sólo en el amor encuentra el hombre su plenitud. En cambio, todo lo que es contrario a ese amor lo destruye. Así, Dios ha querido revelarse y mostrarnos su designio haciéndonos capaces de reconocerle presente en la historia, con su Palabra y su obra. La Iglesia se hace portadora de este anuncio que contiene la regla de la fe, a la que debemos mantenernos fieles. En el Credo está lo esencial de esa fe, no sólo desde un punto de vista intelectual, sino, sobre todo, vivencial, pues sobre esa base debemos fundar nuestra conducta, la vida moral, ya que la fe exige nuestra conversión, por encima de todo relativismo y subjetivismo.”
Sin duda es complicado que el mundo comprenda que nosotros creemos en alguien real y presente. La certeza del la Fe aparece después del encuentro que todo cristiano tiene con Cristo una vez en su vida. Lo complicado es comunicar que esta experiencia va más allá de un descubrimiento o de un modelo de vida.
No olvidemos que tras el encuentro con Cristo hay otros encuentros que son también importantes. Uno de los principales es el encuentro con la Iglesia. Saberse y sentirse Iglesia es algo complicado hoy en día. Incluso hay muchos católicos que rechazan a al Iglesia como parte imprescindible de su Fe. Benedicto XVI nos lo dice claro: “La Iglesia nos guía en este propósito por medio de la Palabra, los sacramentos y una caridad activa”. No podemos tener una Fe completa y madura lejos de la Iglesia.
El encuentro con la Iglesia es un encuentro especial, ya que parte del encuentro con la comunidad en que viviremos nuestra Fe. Comunidad que se expandirá hasta la universalidad, una vez vayamos comprendiendo y viviendo la comunión que nos une a todos los católicos. El Credo se profesa en singular, por lo que podría parecernos adecuado entender que es una profesión personal y que no necesitamos de nadie más. Pero esto no es así. Desde los primeros tiempos, el Credo se profesó de forma comunitaria, al menos, en las misas dominicales. “La Iglesia se hace portadora de este anuncio que contiene la regla de la fe, a la que debemos mantenernos fieles.”
Nos dice su Santidad que “En el Credo está lo esencial de esa fe” y que profesarlo y aceptarlo de corazón exige nuestra conversión. No se trata de una oración secundaria, como muchas personas creen. El Credo es fundamental para que la unión eclesial sea una realidad.
En el Creo dejamos constancia que “Dios ha querido revelarse y mostrarnos su designio haciéndonos capaces de reconocerle presente en la historia, con su Palabra y su obra.”.
Quizás ahora entendamos la razón por la que el Santo Padre nos propone que profesemos diariamente el Credo. Profesar diariamente el Credo no debe hacernos pensar que es una oración, ya que le haría perder su verdadero significado. Los primeros cristianos llamaban al Credo el Símbolo Apostólico.
¿Por qué se le llamaba símbolo? Le llamaba símbolo porque cuando se expresaba, unía en la Fe a quienes lo profesaban. Era el Símbolo de la unión de la comunidad en torno a Cristo. San Ambrosio de Milán, en su breve tratado sobre el Símbolo apostólico nos indica que también se entiende así por ser una especie de contrato que cada fiel (y el conjunto de al comunidad), realiza y renueva cada domingo. Durante los primeros siglos, el Símbolo solo podía ser conocido por quienes hubieran sido bautizados y además no podía ser escrito. Debía ser aprendido de memoria para así retenerlo escrito en el alma.
Al profesarlo deberíamos de buscar un entendimiento profundo de la Fe, ya que “creer no es algo extraño y lejano a nuestra vida, algo accesorio; al contario, la fe en el Dios del amor, que se ha encarnado y ha muerto en la cruz por nuestra salvación, nos presenta de forma clara que sólo en el amor encuentra el hombre su plenitud.”