Me gusta pensar y observar las conductas. Aunque el término síndrome que he colocado como título del post es en sentido figurado, resulta de gran utilidad para ilustrarlo. Hoy por hoy, todos quieren ser ricos, es decir, tener un auto, una buena casa, la seguridad de contar con lo necesario para poder viajar frecuentemente, entre otras prestaciones que sería muy aburrido listar. Lo anterior, siempre y cuando, se desarrolle en un marco de valores y equilibrio, no tiene nada de malo o extraño. Al contrario, es propio de todo aquél que quiere crecer, progresar y, desde ahí, superar los embates de la pobreza, sin embargo, lo triste del asunto, es que muchos jóvenes de clase media pretenden conseguir las cosas sin trabajar, sin tener que invertir tiempo, dinero y esfuerzo. Entonces, aparece lo que yo llamo el “síndrome del heredero”. Lo peor del caso, es que para acabarla de complicar, no cuentan con alguien que efectivamente pueda dejarles una herencia significativa. En otras palabras, se trata de un autoengaño a gran escala, un sistema de defensa para evadir la realidad. Algunos me dicen, “Carlos relájate, somos jóvenes todavía”, a lo que yo les respondo: “si no es ahora, ¿cuándo?”.
El síndrome va más allá. Como sus parientes en línea recta ascendente no podrán asegurarles un futuro tranquilo, en lugar de reaccionar y hacer las cosas por sí mismos, toman el árbol genealógico, buscando desesperadamente algún pariente rico que llegue y les diga: “te voy a dejar como beneficiario en el banco”. Fantasías que impiden la madurez, que distorsionan las exigencias de la realidad.
¿Cuál es la propuesta del post? Atreverse a soñar, manteniendo los pies bien puestos sobre la tierra. Es decir, comprender que hay que luchar, que hay que esforzarse, que hay que tener fe y no perder los valores innegociables. Lo anterior, para alcanzar las metas que nos vayamos proponiendo, disfrutando el camino que nos espera. El primer paso es abrir los ojos.