Lunes, 25 de noviembre de 2024

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El rechazo del evangelizador. Recordando a San Agustín

El rechazo del evangelizador. Recordando a San Agustín

por La divina proporción

Váyanse y huyan de ti los inquietos pecadores, que tú les ves y distingues sus sombras. Y ved que con ellos hasta son más hermosas las cosas, no obstante ser ellos feos. ¿Y en qué te pudieron dañar? ¿O en qué pudieron mancillar tu imperio justo y entero desde los cielos hasta las cosas más ínfimas? ¿Y adónde huyeron cuando huyeron de tu presencia? ¿Y dónde tú no les encontrarás? Huyeron, sí, por no verte a ti, que les estabas viendo, para, cegados, tropezar contigo, que no abandonas ninguna cosa de las que has hecho; para tropezar contigo, injustos, y así ser justamente castigados, por haberse sustraído a tu blandura, haber ofendido tu santidad y haber caído en tus rigores. Ignoran éstos, en efecto, que tú estás en todas partes, sin que ningún lugar te circunscriba, y que estás presente a todos, aun a aquellos que se alejan de ti. 

Conviértanse, pues, y te busquen, porque no como ellos abandonaron a su Criador así abandonas tú a tu criatura. Conviértanse, y al punto estarás tú allí en sus corazones, en los corazones de los que te confiesan, y se arrojan en ti, y lloran en tu seno a vista de sus caminos difíciles, y tú, fácil, enjugarás sus lágrimas; y llorarán aún más y se gozarán en sus llantos, porque eres tú, Señor, y no ningún hombre, carne y sangre, eres tú, Señor, que les hiciste, quien les repara y consuela. 

¿Y dónde estaba yo cuando te buscaba? Tú estabas, ciertamente, delante de mí, mas yo me había apartado de mí mismo y no me encontraba. ¿Cuánto menos a ti? (San Agustín. Las Confesiones 1,2) 

Hoy se celebra la fiesta de San Agustín, el doctor de la Gracia. He tomado este breve párrafo del comienzo de las Confesiones porque ilustra el gran problema que nos encontramos al intentar evangelizar la sociedad actual: las personas no se conocen a si mismos e incluso luchan por no conocerse. Temen ser conscientes de sus propios anhelos, porque esto podría en aprietos el modelo de mundo al que están hechos.

En el texto, San Agustín pregunta a Cristo dónde estaba cuando él lo buscaba. Concluye que el mismo se había apartado de su propio ser y andaba perdido. 

¿Cómo podemos acercarnos a tantas personas que se duelen agónicamente de si mismos? Cualquier intento que hacemos produce rechazo y más dolor. Se nos rechaza con malas palabras y acusaciones infundadas. ¡Cuánto dolor Dios mío! y que poca consciencia de la causa de tanta desdicha. Decía el franciscano Eloy Leclerc en su libro “Sabiduría de un Pobre”:

Evangelizar a un hombre es decirle: “Tú también eres amado de Dios en el Señor Jesús”. No solo decirlo, sino pensarlo realmente. Y no solo pensarlo, sino portarse con ese hombre de tal manera que se sienta y descubra que hay en él ‘algo de salvado’, algo más noble de lo que él pensaba, y así se despierte a una nueva conciencia de sí
 

Pero ¿Cómo intentar sanar las heridas cuando nuestra sola presencia causa dolor. Este es uno de los mayores logros del enemigo, hacernos temer la luz y que nos duelan los ojos cuando osamos entreabrirlos. Nuestra sociedad ha creado muy buenos anticuerpos para mantenernos a raya y vencer esos anticuerpos es imposible por nosotros mismos. Eres Tú “Señor, y no ningún hombre, carne y sangre, eres tú, Señor, que les hiciste, quien les repara y consuela.

Hay que ser consciente de que nos enfrentamos a un continuo y violento rechazo. No podemos esperar conversiones en masa, como en el primer Pentecostés. A lo sumo podemos tener la esperanza de un continuo y lento goteo de personas que se acerquen a nosotros para conocer a Cristo a través de nosotros. De ellas, alguna podrá encontrar el camino si abre la puerta de su corazón a Cristo. ¿Nos debemos sentir fracasados por tan poco efectividad? Decididamente no. Sentir el fracaso cuando nosotros mismos somos evidencia del éxito de Dios, es impensable.

No hemos sentido que hay algo de salvado en nosotros y la alegría que conlleva. Sintámonos alegres y dichosos para transmitir esa alegría y dicha. Si quien nos ve nos encuentra abatidos y tristes ¿Qué pensará de la Buena Noticia que teóricamente portamos?

¿Dónde encontrar esa alegría? Tenemos la comunidad y la cercanía de Dios. Ambas son insustituibles e imprescindibles. Decía San Agustín: 

Pero te pregunto: ¿por qué quieres que vivan o permanezcan contigo tus amigos, a quienes amas? Para buscar en amistosa concordia el conocimiento de Dios y del alma. De este modo, los primeros en llegar a la verdad pueden comunicarla sin trabajo a los otros” (Soliloquios 1, 12, 20) 

Sin duda, las personas que nos rechacen han tenido su oportunidad. Más no podemos hacer desde nuestro lado. Todo queda entre ellas y Dios. Oremos por su conversión y sigamos dando testimonio con nuestra propia vida. Aunque no parezca duro, hagamos lo que Cristo dice a sus discípulos: “Si no los reciben, al salir de esa ciudad sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos”(Lc 9,5). Es decir, no nos sintamos afectados por el rechazo que hemos vivido. No ha sido un rechazo a nosotros, sino a Cristo a través de nosotros: “Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.”(Mt 5,11-12) 

Vaya consuelo, pensarán. Que nos rechacen cuando les llevamos el mejor regalo que tenemos es duro. Pero hay que se consciente que tanto Perla Valiosa como Tesoro (Parábolas del Reino: Mt 13, 44-46), deben ser comprados por quien los desea y no regalados sin esfuerzo. A lo sumo, nosotros podemos dar testimonio de donde están enterrados. A cada cual le corresponde vender todo lo que tiene para hacerse con ellos.

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