Carta a las congregaciones que tienen colegios
Carta a las congregaciones que tienen colegios
No me voy a referir a una orden o congregación religiosa en particular, sino a todo el conjunto, pues lo que sucede en una de ellas, tiende a repercutir en las demás. Algo así como el llamado efecto dominó. Me parece importante abrir un debate abierto y responsable, para que comiencen a fluir las ideas, con el objetivo de construir acuerdos, pues la educación católica está pasando por uno de los peores momentos de su historia, en gran medida por la apatía de la mayoría de las congregaciones que tradicionalmente se han dedicado a la enseñanza, por considerarla un servicio que ya no responde a las líneas pastorales que se han ido adoptando últimamente. Lo anterior, es un error, pues ante la deshumanización de la sociedad, no podemos ser indiferentes, pues sería una falta muy grave a la responsabilidad que tiene la Iglesia al respecto. Equivaldría a olvidar que Jesús se preocupó por formar a sus primeros discípulos como maestro y amigo.
Desconcierta escuchar la opinión de un gran número de religiosos y religiosas que se sienten “atados de pies y manos” al colegio, como si se tratara de un campo de acción que sólo se continuara desarrollando para no romper con la tradición que les fue heredada por el fundador o la fundadora. ¡Qué triste posición!, pues quien realmente descubre la posibilidad de cambiar la vida de los alumnos y de las alumnas, a través de un sano equilibrio entre la fe y la razón, no sería capaz de llegar a tales afirmaciones, pues se daría cuenta del riesgo de perder contacto con las necesidades de la sociedad, para encerrarse en una Iglesia desconectada de la formación de las nuevas generaciones. La educación católica no es un capricho del fundador, sino una necesidad concreta. No es Dios quien busca el cierre de las instituciones de inspiración cristiana, sino la falta de compromiso de las congregaciones religiosas. Si no tienen vocaciones, en vez de caer en el desaliento que se ha vuelto el común denominador, deberían de lanzarse a formar una nueva generación de laicos educadores. En lugar de contratar a tantos ex seminaristas, como si por el hecho de haber estado en el seminario ya fueran capaces de enfrentarse al desafío de la educación en el siglo XXI, tendrían que buscar a profesionales con apertura al magisterio de la Iglesia.
Urge superar los pretextos, para empezar a trabajar por la renovación integral de los colegios católicos. Tanto a nivel pastoral, como académico. ¿Qué hacen los religiosos y las religiosas al frente de la dirección general? En la mayoría de los casos, se auto engañan, afirmando que todo está bien, cuando los alumnos y las alumnas, a duras penas y saben escribir su nombre con buena ortografía. De directores cercanos, carismáticos, entregados y competentes, hemos pasado a un grupo de apáticos y trasnochados, que no quieren hacer ningún esfuerzo por entrar en contacto con la realidad del alumnado, los padres de familia y el profesorado.
Aunque hay excepciones, la mayoría de los religiosos y de las religiosas prefieren cargar con el morral y con la guitarra, antes que asumir un cargo de responsabilidad en el consejo directivo. ¿La razón? Comodidad e indiferencia. Cierto es que muchos superiores no confían en sus hermanos para tales funciones, sin embargo, esto no justifica la falta de interés y entusiasmo que amenaza con dar muerte a las principales instituciones educativas de inspiración cristiana. Si la congregación tiene una fuerte apuesta por la educación, no hay que dar lugar a la mediocridad, sino trabajar en equipo, identificando las luces y sombras del colegio, para poder dar respuestas contundentes, no sólo en lo que tiene que ver con el departamento de pastoral, sino en la consolidación y mejora de las instalaciones, pues todo cuenta al momento de generar espacios educativos.
No se trata de volver a la vieja escuela, en la que los religiosos y las religiosas que daban clases eran una suerte de policías, sino de que sean capaces de integrarse de lleno a la comunidad educativa, dando una que otra clase, para que los alumnos y las alumnas los conozcan, acabando de una vez por todas con la serie de imágenes distorsionadas que giran alrededor de la vida religiosa, cobrando vocaciones potenciales. Es triste ver que algunos religiosos sólo aparecen en escena cuando llega el momento de entregar los certificados a los egresados. Si hay un viaje escolar, lo mejor es que también participen, pues sólo así podrán entender cómo están las cosas al interior de la institución, al tiempo que de una manera creativa se lanzan a evangelizar.
Al descubrir los escritos pedagógicos de algunos educadores que se han atrevido a demostrar el lado formativo de la fe, como San Juan Bautista de la Salle, San José de Calasanz, San Juan Bosco, sin olvidar al Venerable P. Félix Rougier Olanier y a las Siervas de Dios Ana María Gómez Campos, Dolores Echeverría Esparza y Martha Christlieb Ibarrola, entre muchos otros, siento la responsabilidad de abogar por la renovación de los colegios católicos, porque vale la pena ser creativos en el ejercicio de la misión. Si nos esforzamos, conseguiremos que muchos ex alumnos y ex alumnas, desde el amor al evangelio, sean capaces de transformar la realidad social, cultural, religiosa, económica, deportiva y política del mundo actual. Educar, es invertir en el futuro, a partir del presente.
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