Dime, ¿para qué vivo?
por Guillermo Urbizu
Hay preguntas que de pronto cobran una mayor consciencia.
Preguntas cruciales, en torno al existir, a nuestra vida.
Preguntas que no hay manera de soslayar,
que nos obligan a pensar en lo que hacemos y somos.
Estás tan tranquilo, con un refresco en la mano,
o hablando con un amigo de la subida de impuestos,
o respirando el perfume de los tilos. Estás así, como si nada,
en un día que parece no tener más importancia,
cuando de pronto ocurre. ¿Para qué vivo?
¿Qué objetivo tiene mi vida? ¿Leer, pasarlo todo lo bien que pueda,
intentar ser feliz con lo que tengo? No, no es sólo eso.
¿Para qué vivo?
¿O será para quién? ¿Vivo
para mí o para los demás?
¿O me conformo con lo que hay, con lo que llega?
¿Me dejo llevar por el tiempo o sueño con algo más?
La vida es un don demasiado grande
como para quedarme quieto o darlo todo por hecho
o permanecer en su orilla.
La vida hay que pensarla para vivirla
en toda su plenitud. Pensarla y pensarse. Intentarla, darse.
¿Para qué vivo?
No puede ser que todo se reduzca a su dolor
o a una extraña melancolía, o sea el lenguaje
de una umbría o soberbia demasiado exquisita.
Vivir es una gracia y una pasión. Vale, de acuerdo.
(Aunque hay quien opina que es una desgracia).
¿Para qué vivo?
Piensa, piensa. Debes saberlo,
luchar, vencer la cobardía, el miedo. Vivo para…
¿Para? Igual descubres que vives de cualquier manera,
mortecino y sentimental, o díscolo o desigual o afligido
entre libros o entre todos esos escombros
que dejan en el alma los sentidos o la pereza.
¿Para qué vivo?
Igual crees que sólo con palabras solventarás la vida: tu vida.
Cuando, como mucho, esas palabras son brillos o imágenes imprecisas.
¿Para qué, para qué, para qué? ¿Para qué vivo?
¿O es para Quién?
La vida es una efusión de trascendencia.
Yo soy apenas un intervalo y un claroscuro.
¿Para qué vivo?
Puede que para enamorarme y ser fiel al amor, a su idioma.
La vida debería ser un acto de humildad,
el cotidiano afán de un cántico
desde donde mana el alma tal cual es: amante.
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