Un amigo
por Guillermo Urbizu
Nos hemos dado un buen abrazo. ¡Cuánto tiempo! ¿Un año, dos? Su vida y la mía. Sus preocupaciones y las mías. Una larga conversación. Lo de siempre renovado. Lo de siempre pero de otra manera. Cambiamos aunque no seamos del todo conscientes de ello. Y nos lo hemos dicho, hablándonos de frente, con palabras llenas de alma y de esos misterios que tanto saben de silencios compartidos. Palabras que uno intenta guardar para escucharlas de nuevo cuando está solo, vacías de sonidos. O cuando en medio de la gente no acabas de entender muy bien la vida y sus avatares plagados de signos. O cuando… Pero todos ustedes me comprenden. Es la amistad: gracia y privilegio. Esa amistad que es como una habitación repleta de libros (por lo acogedora). Esa amistad que te escucha pese al eventual olvido. Esa amistad que forma parte de tu familia, es decir de tu cariño. Y que abrevia el fastidio, y que deshace entuertos y egoísmos. ¿De qué hemos hablado? Pues para ir al grano diré que del porqué de las cosas y de su ordinaria providencia. Que no es poco. Porque todo tiene su designio y su teodicea. Todo tiene un destino de amor, un contenido donde la verdad pugna por hacerse sitio. Nada es arbitrario. Ni siquiera el dolor o la mala literatura. O esa incomprensión de la que se quejaba mi amigo. O ese no saber qué hacer a veces con uno mismo camino de París o Dubai, o paseando por el centro de Hamburgo. La amistad es un regalo que nos acompaña hasta el último confín del mundo. Por eso no acierta uno a despedirse. Y vuelves a abrir la puerta cuando se ha ido.
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