Miércoles, 04 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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A veces ser hombre me sabe a poco

por Guillermo Urbizu


La música de un violín me trastoca la mañana.

¿Qué haces si de pronto la vida se te queda a oscuras? ¿Qué vela enciendes, qué persiana subes, a qué poema acudes? ¿Qué pasa si vas a tientas por el pasillo y las habitaciones de las semanas, qué pasa con esa mirada que ya no distingue las formas o confunde las ideas? La vida, sí, la vida que duda y da traspiés con las cosas.

Que la plena felicidad no existe en la tierra (ni siquiera una cuarta parte de algo) es un hecho, pero sí se nota su anticipo en alguna de sus caricias.
Me sorprende que tanta gente que dice no creer en lo que no ve o palpe, tenga sin embargo tanta fe en el efímero brillo de Facebook o similares. Las redes sociales responden a un patrón de búsqueda, de posible encuentro (o reencuentro), de poner el corazón en alguien o en algo. A su manera no deja de ser una creencia.

¿Por qué la verdad no suele salir en los periódicos?
¿Por qué los que dicen la verdad son censurados o agraviados de una forma u otra?
¿Por qué los que aman la verdad son tan pocos?

Alguien debería explicarme esa extraña afición que consiste en ziscarse de los demás, por más puñeteros y tontos del haba que nos parezcan. Podemos dar por seguro que quien a maledicencia mata a vilipendio muere. Y que es un verdadero coñazo, además de una flagrante falta de estilo, estar siempre difamando o cotilleando al prójimo.

 
Me gusta regalar siempre libros. Lo que ya no sé es si lo hago por los demás o por los buenos ratos de los que disfruto mientras doy con los adecuados.
No todo ha salido como yo pensaba. Creía que con los años me sentaría a la bartola de la vida (al menos de la mía) y las vería venir, sin que nadie me dijera a qué hora o quita los pies de la mesa. Pero esto no para, y aquí no hay quien haga nada según su real gana (el que lo piense se engaña). ¡Qué desilusión! Era entonces cuando mi vida de verdad disfrutaba. Era entonces, sí, no ahora.

En la prosa hay momentos en los que la poesía se remansa.

¿Cuál ha sido el día más feliz de mi vida? Muchos son los candidatos (bueno, tampoco tantos), muchos los días que se agolpan en mi mente. Pero me quedo con uno de aquellos en los que iba al parque, después de comprar algunos libros viejos, y me sentaba al sol, sencillamente.

¿Sabéis lo que me encanta? La gente que no tiene prejuicios, y esas personas que van de frente, que te dicen las cosas a la cara.

Semana Santa. El destino del hombre. El perdón de Dios. Amar. La vida en la altura de aquella Cruz. Semana Santa. La paz del corazón, la suprema ternura de Cristo en la médula del dolor. El destino del hombre en Dios. La santidad. El triunfo del perdón.

Todo lo escribo por ella.
Para mí no quiero nada.
Si quieres vivir a fondo, viajar por el siglo XVII, aventurarte en la magia de un bosque inglés, acariciar la ternura, pasar la pena en un poema, coincidir con Montaigne en su biblioteca o en plena batalla de amor con Garcilaso, dar un paseo en góndola con la belleza, poner tu hamaca justo en una playa de Puerto Rico o escuchar las leyendas que se cuentan de la vida. Si lo quieres de verdad, los libros son un chollo.


A veces ser hombre me sabe a poco.

¿Alguien más comparte la sensación de que estamos viviendo el amén de toda una civilización, consumida en su propia arrogancia? En su devenir ningún fenómeno histórico o político es inmutable. Es como si todo lo que leo en los periódicos me pareciera completamente obsoleto y arcaico, ridículo; como si ya no tuviera nada que ver con el hombre.

¿Por qué será que a mí no me gustan las ferias y festejos de libros? Prefiero entrar en una pequeña librería, sin empujones, escudriñando aquellos libros que no me podía comprar entonces. Prefiero buscar un lugar tranquilo y seguir leyendo... Allí donde está uno de mis libros está mi biblioteca.

El hombre no sólo vive de pensamientos, vive sobre todo de emociones, de sentimientos. Vive más el hombre de anhelos, de sueños, de versos. El hombre encuentra remedio a su dolor sobre todo en el cauterio del amor, expresado en mil detalles y recuerdos, o en los sentidos, que acarician la piel o la luz o un libro recién abierto.
 
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