Miércoles, 04 de diciembre de 2024

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Más cerca de Dios, más cerca

por Guillermo Urbizu

¡Ya me gustaría a mí estar muy cerca de Dios! Lo intento, lo intento, lucho por ello, y quiero estarlo. Porque Le quiero, porque es la columna vertebral de casi todo lo que hago. El mundo y sus afanes no serían nada sin el amor de Dios. Sin el amor de Dios el mundo sería un caos intransitable. ¿No lo es ya en buena parte? Ese volverle la espalda a Dios, ese ciscarse en todo lo más sagrado y bendito sólo ocasiona una universal angustia, un no saber muy bien por dónde nos da el aire. El hombre sin Dios, sin el amor de Dios, es un cúmulo de despropósitos y egoísmos, de gritos y heridas, de constantes desilusiones, de esa honda tristeza. El hombre sin Dios vive a muy corto plazo y acuna su vida con sueños y empeños que se desploman en seguida. Por eso es tan necesario amarle, amarle por nosotros mismos y por todos los que se han olvidado de Él o incluso Le niegan, persiguen u odian. Dios quiere hacer del mundo algo admirable, bueno. Quiere que el hombre crezca en su interior, que alcance esa sabiduría de los más sencillos y mansos. Pero no queremos, nos empeñamos en la soberbia no en la humidad, en la impureza no en la pureza, en la codicia no en la sobriedad, en el pecado no en la virtud. El amor de Dios es el verdadero progreso del hombre, porque sólo cabe progreso en el amor. El amor de Dios es la máxima excelencia del hombre, porque sólo cabe excelencia en y desde el amor. El amor de Dios es la verdadera paz del hombre, porque sólo cabe paz de conciencia y paz social en la intimidad de Su amor, en esa misericordia y perdón que se precipita a abrazarnos, a besarnos, a invitarnos al banquete de bodas de Su perdón, de Su gloria y gozo. ¡Ya me gustaría a mí estar muy cerca de Dios! Más cerca aún. Y no dejar de estarlo nunca por mi pereza o improvisación. Aquí lo que todos queremos es ser felices, supongo. Pero dejamos pasar los días en una lúdica apatía, en una beata superficialidad, en un ir dejar pasando la vida sin sueños de verdad, sin afán de ser hombres de alma entera, con sed de altura. Que ya está bien de trapalas y mezquindades. Dios es el que ilumina todo este tinglado que es la vida. Cegar a Dios, cargar contra Él, despreciar su amor, es vivir de tiniebla en tiniebla, porque la luz que realmente luce y es interior y es eterna mana de ese Amor que murió en la Cruz. Y yo, que creo que estoy tan cerca, sin embargo estoy tan lejos, sin acabar de enamorarme, de entregarme, de cortar por lo sano con la tibieza.
 
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